Julio 2024
José Ignacio Vásquez Márquez
UTILIZACIÓN DE LA IDEA DE NACIÓN Y DEL NACIONALISMO
Las naciones son construcciones que se generan en el devenir histórico, no nacen de un día para otro, ni se fabrican o inventan porque se escriban en un papel. En las palabras ya clásicas de Ernest Renan, la nación es “una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y que aún se está dispuesto a hacer. Supone un pasado; se resume, sin embargo, en el presente por un hecho tangible; el consentimiento, el deseo claramente expresado de proseguir con la vida en común”(1).
Luego de la Independencia, al menos en el papel de la ley, todos los habitantes pasaron a ser iguales como ciudadanos y como nacionales de un Estado-Nación. La nación chilena no nació de una raza, sino, de la integración de diversas razas y culturas y este proceso no ha cesado ni probablemente cesará.
Respecto de la idea de nación, es posible distinguir entre la noción republicana, integradora por efecto del principio de la igualdad ante la ley, y aquella otra noción de nación racial, de comunidad tribal basada en la homogeneidad genética, la que, por tanto, inevitablemente conlleva una forma de racismo.
Sin embargo, ese mismo Estado (capturado por oligarquías de distinto tipo y caracterizado por un centralismo asfixiante), no llevó a cabo políticas efectivas de integración y desarrollo económico y social hacia dichos pueblos originarios y, aún más allá de ellos, a zonas y regiones que comenzaron a empobrecerse progresivamente.
La calificación arbitraria de naciones que hizo la Convención Constitucional y mediante la cual intentó destruir a la nación chilena sustituyéndola por una nueva entidad política, en base a pequeñas comunidades de relativa o mestiza definición étnogenética o racial, sin historia nacional conocida, más bien definidas por algunas expresiones culturales y de costumbres, resulta ser la mejor demostración que la idea de nación o de nacionalidades continúa vigente o como señala Benedict Anderson “la realidad es evidente: el fin de la era del nacionalismo anunciado durante tanto tiempo, no se encuentra ni remotamente a la vista. En efecto, la nacionalidad es el valor más universalmente legítimo en la vida política de nuestro tiempo”(2).
Sin embargo, en el caso particular que analizamos acá, no es exactamente la vigencia de la idea nacional lo que ha permitido calificar de naciones a aquellos pueblos indígenas precolombinos existentes en el territorio descubierto por los españoles, tras su llegada en el siglo XVI, ni reconocerles una nacionalidad, es decir, la pertenencia a una nación preexistente. Esto último sería imposible porque jamás existieron naciones en el mundo prehispánico, si no, sólo grupos tribales.
Lo cierto es que constituye una astuta estrategia destinada a atomizar la actual unidad política y territorial que constituye la nación chilena y su Estado nacional, generando nuevas unidades políticas que puedan ser fácilmente dominadas por grupos políticos radicales de izquierda.
En su concepción y desarrollo estratégico es posible identificar claramente a ideologías de izquierda y al comunismo, sin perjuicio de la existencia de grupos indigenistas que tras reivindicatorias territoriales y etnonacionalistas persiguen, finalmente, la autonomía plena del Estado de Chile y el reconocimiento de Estados soberanos e independientes.
Ciertamente, la idea nacional ha sido utilizada políticamente desde la revolución francesa y las revoluciones independentistas hispanas y, posteriormente, por los procesos de liberación nacional en el tercer mundo, en el siglo XX. sin embargo, aunque parezca paradójico que determinados grupos étnicos, que jamás han formado una nación, porque ancestralmente constituían, a lo más, grupos nómades de cazadores y recolectores, ahora pretendan ser reconocidos como naciones.
Ni la idea ni la realidad nacional han conocido aquéllos, mucho menos antes de la llegada de los españoles, pues, dicha entidad social e histórica se desarrolló en Europa y, sólo, tras los procesos independentistas, se constituyeron en la América hispánica.
Ahora entonces, esa idea nacional vuelve a ser utilizada políticamente, pero el verdadero trasfondo de la reformulación de la cuestión nacional, en el caso de América Latina y Chile, en particular, tiene que ver principalmente con la secular crítica marxista al Estado, visto como expresión del capitalismo, junto con la crítica al modelo de comunidad nacional desarrollada bajo la égida del Estado, con su identidad unitaria y homogénea.
De la creación de inexistentes y ficticias naciones o nacionalidades empoderadas con autonomías y procesos de desterritorialización y territorialización (terminología para referirse a la ocupación o reivindicación de tierras y territorios al margen de la integridad y soberanía nacionales) pronto avanzarán hacia la demanda de soberanía nacional y de ahí a las guerras o guerrillas de liberación nacional, como ya se está experimentando en la Araucanía, con la pretensión de ser reconocidas como Estados nacionales, soberanos e independientes. Es la crónica de una balcanización anunciada, desde el mismo momento en que se establece la plurinacionalidad que es una atomización de la ciudadanía chilena en diversos grupos étnicos y la adjudicación y demarcación arbitraria de territorios autónomos.
Así, frente al Estado nacional, se pretende la existencia de pueblos o comunidades étnicas que tendrían el derecho a la autodeterminación, a decidir de forma autónoma su propio destino, lo que obviamente importa el reconocimiento de una pretensión política secesionista, recurriendo inclusive al fomento de un segregacionismo racial respecto de quienes no tendrían la misma sangre. Como veremos más adelante, esto constituye un auténtico racismo.
MULTICULTURALISMO Y PLURINACIONALIDAD, DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA
Lo anteriormente expuesto, es la expresión de la ideología multiculturalista, un relativismo cultural que pretende el reconocimiento de un pluralismo de identidades dentro de la sociedad, sobreponiéndose al conjunto uniforme de ésta y demandando derechos o, más bien, deseos de reconocimiento y protección por parte del Estado, deconstruyendo el principio de igualdad ante la ley. La ley pasa a ser manifestación ya no de la voluntad general o popular, sino, expresión de la voluntad particular o grupal.
Podemos afirmar que la multiculturalidad ha nacido como ideología con dos objetivos, el primero, destinado a obligar o forzar a quienes forman una comunidad nacional determinada, a aceptar y ser “inclusivos” con los inmigrantes, pero sin exigirles a éstos que se adapten a la nueva realidad nacional que los acoge; aún más, como señala Scruton, “la corrección política nos conmina a ser tan inclusivos como podamos, a no discriminar ni de palabra u obra contra minorías étnicas, sexuales, religiosas o de comportamiento. Y. a fin de ser inclusivos, se nos anima a denigrar lo que se considera más especialmente nuestro” (3). Se trata de un falso y perverso pluralismo social, que sólo protege a tales minorías y descompone a las mayorías. En síntesis, se trata de borrarnos el Nosotros – expresión de comunidad-, y volvernos Otros, es, por tanto, el fin de la identidad nacional.
El otro objetivo de la multiculturalidad es la desintegración o atomización sin más de la unidad política y social del Estado nacional y republicano, en proceso continuo de construcción desde hace siglos. La multiculturalidad posmoderna, promueve una nueva relación política basada en el neotribalismo, como lo ha formulado el sociólogo francés Michel Maffesoli (4).
De aquella ideología nacen todas las expresiones de grupos particulares y minoritarios que se sienten victimizados o se automarginan y que exigen del Estado un estatuto jurídico propio, una ley propia, en definitiva, una situación de privilegio que diluye precisamente aquel principio de igualdad y no discriminación entre los ciudadanos y que transforma a los grupos de intereses particulares, en los nuevos privilegiados, por sobre un pueblo o nación ya constituido al que se le obliga a rendirse frente a ellos.
Expresión de esta ideología multicultural, es la llamada plurinacionalidad y el establecimiento del Estado plurinacional que, según sus defensores, inauguraría para las etnias existentes en el país una vía a la autodeterminación, al interior de un país donde el colonialismo gozaría aún de hegemonía, sea por la capacidad de regenerarse, o, sea por la incapacidad de alzarse del movimiento indígena. Tal vía serviría, además, para desmantelar lo que se califica como estructuras de dominación en las tomas de decisiones en los planos económicos y políticos, es decir el orden político y económico establecidos por aquel presunto colonialismo, es decir, el Estado nacional.
En tal estrategia se inscribe la actual reivindicación indigenista en Chile y, en general, el proceso conducido por la Convención Constitucional, en el que un sector de la misma pretende el reconocimiento de comunidades étnicas, justifica la toma de tierras y la reterritorialización, y la fundación de un Estado plurinacional que integrarían aquellas comunidades étnicas con carácter de entidades políticas autónomas o soberanas. La constitución de tal forma de Estado necesariamente conlleva la disolución y desaparición del Estado y la República de Chile.
Cabe advertir en estas cuestiones, que el multiculturalismo en general y la plurinacionalidad en particular, aparentan asumir la defensa de la diversidad cultural o étnica, sin embargo, como señalaba Horacio Vázquez Rial (Lo multicultural como mitología y como coartada del racismo), es una ideología que suprime “el derecho a la igualdad ante la ley en nombre del derecho a la diferencia ante la ley (…) olvidando que no se trata del derecho a ser diferente en general, sino del derecho a ser diferente ante la ley”, justificando así, las divisiones, las exclusiones y la explotación de guetos étnicos. Por su parte, el filósofo y director de la revista Telos, Paul Picone, denunciaba que “bajo el pretexto de respetar la autonomía cultural en el seno de una sociedad pluralista, la política sobre esta cuestión es realmente una versión “nueva y mejorada” de la vieja estrategia asimilacionista”(5).
Desde la izquierda también se ha hecho la crítica al multiculturalismo, así el conocido filósofo, Slavoj Zizek, la define como: “una forma de racismo negada, invertida, autorreferencial, un “racismo con distancia”: “respeta” la identidad del Otro, concibiendo a éste como una comunidad “auténtica” cerrada, hacia la cual él, el multiculturalista, mantiene una distancia que se hace posible gracias a su posición universal privilegiada. El multiculturalismo es un racismo que vacía su posición de todo contenido positivo (el multiculturalismo no es directamente racista, no opone al Otro los valores particulares de su propia cultura), pero igualmente mantiene esta posición como un privilegiado punto vacío de universalidad, desde el cual uno puede apreciar (y despreciar) adecuadamente las otras culturas particulares: el respeto multiculturalista por la especificidad del Otro es precisamente la forma de reafirmar la propia superioridad” (6). En síntesis, es posible sostener que el multiculturalismo en realidad no defiende la diversidad cultural, sino que, promueve la discriminación y un verdadero racismo de la diferencia.
El racismo es una actitud de exclusión en parte innata y en parte adquirida. El carácter innato proviene de un sentido de identidad de un grupo de origen, que en tanto se considera diferente respecto de otros grupos humanos, establece una distancia y exclusión, pudiendo alcanzar a grados de intolerancia hacia estos últimos, fundado en una determinada conciencia racial o sentido de pertenencia a una raza, lo que importa en el fondo un reduccionismo biológico.
Por su parte, el carácter adquirido del racismo nace de una actitud de superioridad o supremacismo de un grupo frente a otros, basados en su cultura, religión, historia, lengua, organización, desarrollo económico o social en general, pero manteniendo la misma disposición de exclusión y marginación. En este último caso, el racismo cede sólo cuando el grupo o individuos del mismo, adoptan alguno o todos los elementos señalados anteriormente, integrándose al grupo supuestamente superior o dominante. Como señala Alain de Benoist, «La actitud racista aparece ligada a la convicción de que no existe más que una verdad. Al mismo tiempo, se presentan reunidas las condiciones de justificación de una intolerancia absoluta respecto de quienes se encuentran en el error» (7).
Lo anterior puede dar lugar a dos tipos de racismo: el de exclusión por raza y el de asimilación por cultura. El primero, como ya dijimos emana de un reduccionismo biológico, el de creer en la existencia de razas puras o superiores, pero como bien señala de Benoist «Los factores biológicos no desempeñan en el hombre más que un papel de determinación potencial; no definen más que un marco, un zócalo, una base»(8).
En el segundo tipo de racismo, el de asimilación, se incurre en el error de considerar que la cultura de un pueblo sólo se forja a partir de una sola fuente, la del grupo dominante o de la ideología hegemónica, descartando o negando la diversidad de aportes culturales de otros grupos, de suerte que en ese racismo hay un rechazo y una incomprensión de la alteridad, entendiendo por ésta, la existencia de auténticas culturas en una misma sociedad, diversas a la cultura hegemónica.
El resultado de este último racismo es la derivación a un clasismo cultural, el guetismo (neologismo de gueto) y la condena a la marginalidad a quienes no se asimilan o no se integran.
LA PLURINACIONALIDAD COMO NUEVA ESTRATEGIA IZQUIERDISTA
Los cambios de escenarios políticos para la izquierda marxista, ocurridos hacia fines de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado y, luego, con la caída del comunismo real en 1989, lleva a descartar la vieja estrategia revolucionaria por vías de hecho y el objetivo principal de la conquista del poder estatal, aunque fuera por las vías de la democracia burguesa.
Un giro fundamental de esta época será la prescindencia de la defensa del sujeto trabajador, el obrero -del proletariado ya no se habla ni se menciona, quien era el sujeto histórico por antonomasia del marxismo clásico y occidental-, para promover la emancipación de una multiplicidad de nuevos sujetos y objetivos: ecologismo, feminismo, homosexuales y sus derivaciones, colonialismo e inmigración, identificando nuevos grupos o colectivos marginales que califican de víctimas o discriminados.
En ese camino nos encontramos al boliviano Álvaro García Linera, que como veremos más adelante, es uno de los ideólogos principales de la plurinacionalidad indigenista latinoamericana.
Por su parte, el pensamiento izquierdista latinoamericano se renovará también a partir de los 90 y aunque no se divorcie de los referentes originales, volverá sobre el Marx maduro, más alejado de sus primeras concepciones eurocéntricas e influidas por el pensamiento colonialista occidental. No sin adoptar, también, a los pensadores del posestructuralismo, con las adaptaciones necesarias a los conflictos sociales locales. Así, desde ese neomarxismo que converge con renovadas corrientes de la teología de la liberación, analizarán críticamente la razón instrumental de la modernidad concluyendo en su incapacidad para la emancipación del sujeto histórico del marxismo en Iberoamérica, dando paso a una sustitución de aquel en base a la perspectiva de la diversidad identitaria, étnica y cultural.
Desde estos nuevos pensamientos críticos, la teoría de la acción social colectiva desde la multiculturalidad e intersubjetividad, se enfrenta y cuestiona al capitalismo neoliberal como neocolonialismo culpable de la alienación del hombre y de su dominación.
De este modo, el neomarxismo latinoamericano adopta la perspectiva posmoderna y anti neocolonial. Su discurso se enfoca según se expone por sus ideólogos, en la defensa de los saberes ancestrales, de las identidades populares, la autodeterminación, la relación hombre y naturaleza, la soberanía política, la multiculturalidad y el sujeto colectivo, estructuran los postulados que ética y culturalmente enfrenten las relaciones de poder, los aparatos ideológicos de reproducción de la alienación capitalista y la dominación imperialista de los actores globales.
Nos encontramos entonces ante una izquierda originada en el último veinteno del siglo pasado, centrada en la crítica no solo del colonialismo hispano en América, sino, al posterior neocolonialismo político, económico y cultural originados en el desarrollo de la modernidad liberal y capitalista. De aquí que no se sienta cómodo con el eurocentrismo de la teoría clásica del marxismo, así como con el desarrollo del marxismo occidental del siglo XX y sus diversas teorías críticas, en especial, con aquella formulada por la Escuela de Frankfurt.
Los ideólogos latinoamericanos de esta emergente corriente verían en aquel marxismo un “colonialismo epistémico que subsume a las cosmovisiones indígenas”, una hegemonía ideológica neomarxista centrada en los conflictos sociales propios del occidente desarrollado. De esta perspectiva pro-indigenista y anticolonialista nace, entonces, una teoría decolonial y una correspondiente acción y praxis a través de un movimiento de izquierda decolonial.
La teoría decolonial o decolonialismo, se desarrolla en torno a la crítica de una subsistente condición colonial de las sociedades americanas, a pesar de los procesos independentistas del siglo XIX, tanto por la explotación y sometimiento jerárquico de los pueblos indígenas, como por la negación de su identidad, cultura, derechos y existencia social y política en general, producto de la hegemonía política, económica, cultural y racial que seguiría ejerciendo la civilización occidental de impronta euro-americana y la modernidad liberal y capitalista. Todo ello importaría una “colonialidad del poder”, en expresión del sociólogo marxista peruano Aníbal Quijano (probablemente el principal impulsor del decolonialismo) y, una consecuente “cancelación epistemológica” o de saberes de los pueblos indígenas americanos.
En términos más amplios, se señala que “la segunda decolonización -a la cual se alude con la categoría decolonial- tendría que dirigirse la heterarquía de las múltiples relaciones raciales, étnicas, sexuales, epistémicas, económicas y de género, que la primera descolonización dejó intactas [se refiere a los procesos de independencia nacional]. Agrega que “El pensamiento decolonial propone un cambio en la geografía de la razón, propone un proceso de resignificación, tanto en la elaboración de una comprensión crítica de la diferencia epistémica colonial, como en la formación y transformación del sistema mundo moderno/colonial en zonas “periféricas”, como América Latina”.
La teoría decolonial se nutre de diversas vertientes ideológicas y filosóficas de izquierda marxista y de izquierda cristiana.
A partir de la tesis de la decolonialidad del poder de Quijano, también denominado giro descolonizador, han surgido otros ideólogos que han continuado su desarrollo y se tiene como referencia, entre los que se cuentan más destacadamente, el sociólogo político y jurídico Boaventura de Sousa Santos; el filósofo y teólogo de la liberación Enrique Dussel, uno de los fundadores de la llamada “filosofía de la liberación”; Juan Carlos Scannone, cofundador de aquella corriente filosófica y teólogo jesuita de la escuela de la teología del pueblo, componente de aquella de la liberación y referente del Papa Jorge Bergoglio; el semiólogo y filósofo Walter Mignolo, reconocido como uno de las más destacadas figuras del pensamiento decolonial. Estos tres últimos son de origen argentino. Otras figuras de la decolonialidad son Ramón Grosfoguel, Santiago Castro-Gómez, Silvia Rivera Cusicanqui. Varios de estos últimos autores y de los anteriormente descritos, son profesores universitarios en universidades norte y sudamericanas.
Al formular ideas de reinvención de las izquierdas para este nuevo siglo, de Sousa Santos, probablemente el referente más importante del decolonialismo, con una abundante obra sobre el tema, propone “frentes antifascistas” similares al del período de entreguerras mundiales en el siglo XX, “capaces de luchar contra la amenaza fascista y movilizar las energías democráticas adormecidas de la sociedad. Al inicio del siglo XXI, estos frentes deben emerger desde abajo, desde la politización más articulada de la indignación que fluye en nuestras calles”9, invitando a sumarse a los partidos y movimientos sociales que luchan contra el capitalismo, el colonialismo, el racismo, el sexismo y la homofobia y de todos aquellos que compartan tales objetivos.
De Sousa, al igual que los otros intelectuales mencionados, propone para lo anterior crear una nueva epistemología que denomina “del sur”, contraria al eurocentrismo. Esta epistemología o nuevo saber, que no es otra cosa que una nueva cosmovisión ideológica, constituye un reclamo contra los procesos de producción, el sistema económico y político liberales.
De Sousa denuncia que aquellos procesos son “una metáfora del sufrimiento humano causado por el capitalismo, el colonialismo global y el imperialismo”, los enemigos de siempre del marxismo y la izquierda en general, pero identificando a nuevas víctimas y sujetos a emancipar “…poblaciones excluidas, silenciadas y marginadas como son los inmigrantes sin papeles; los desempleados; las minorías étnicas o religiosas; las víctimas del sexismo, de la homofobia y del racismo”.
PLURINACIONALIDAD Y COMUNISMO
Como señaláramos precedentemente, será probablemente Aníbal Quijano el impulsor de la estrategia decolonial en nuestra América. La formación marxista legada de José Carlos Mariátegui, principal figura del marxismo peruano y latinoamericano a inicios del siglo XX, en su particular perspectiva indigenista, -además de fundador del Partido Socialista peruano, posteriormente denominado Comunista-, le conduce a colocar en su desarrollo ideológico a los pueblos indígenas en el puesto y rol del proletariado en América Latina y, por tanto, de sujetos de la revolución, adoptando una definida posición crítica del eurocentrismo del marxismo clásico u occidental.
Los primeros textos de Quijano sobre indigenismo y decolonialismo del poder, datan de los años 80 y ya en los 90 ha establecido las bases del giro decolonial y la teoría que la desarrolla, contexto que coincide con la crisis del pensamiento de izquierda en general, como consecuencia de la caída del muro de Berlín y del comunismo real o estatal.
En todo caso, el trabajo teórico de Quijano no abandonó el marxismo, sino que, como en toda teoría crítica del mismo, formuló una resignificación y adecuación de sus postulados ideológicos de lucha contra la explotación y por la emancipación humanas en vistas a una praxis revolucionaria útil a la realidad social latinoamericana, sustituyendo a un sujeto histórico por otro, atendiendo a la realidad nacional.
En fin, esta teoría crítica latinoamericana, revestida de epistemología decolonial, no es más que otra forma de la dialéctica histórica -método de interpretación marxista-, con pretensiones científicas de comprensión del mundo y la modernidad, orientada a la lucha y la subversión anticoloniales, en otros términos, la vieja praxis revolucionaria.
Esta lucha se define en tres ámbitos: i) la autodeterminación de los pueblos indígenas respecto de las naciones iberoamericanas; ii) el “regreso al pasado ancestral, precolonial”; y, iii) salir del seno de sistemas políticos homogéneos y de los modos de producción “…violentos y desiguales que durante tantos siglos provocaron el robo de la historia y de las identidades indígenas”. Como se afirma al inicio de este párrafo, no se ve nada nuevo bajo el sol de la teoría dialéctica y el materialismo histórico, el decolonialismo aparece más bien como un vino viejo en odres remozados.
Encontramos en Chile algunos textos recientes en favor de la plurinacionalidad, como el de Salvador Millaleo, “Por una vía chilena a la Plurinacionalidad”10, en el que se reconoce “la reivindicación de las naciones indígenas como un proyecto de igualdad y descolonización; es decir de emancipación histórica y profundización democrática, con una refundación del Estado inspirada en valores indígenas […] Este aspecto singularizador del nuevo constitucionalismo latinoamericano en Ecuador y Bolivia constituye uno de los legados del. “giro a la izquierda” de la política sudamericana en la primera década del siglo XXI”. Sin embargo, reconoce que el plurinacionalismo no es invención americana, sino, “concepto nacido en tradiciones europeas alternativas”, refiriéndose a las experiencias centroeuropeas (Suiza, Yugoeslavia y Austria-Hungría).
Por su parte, Fernando Pairican11 hablará de revuelta anticolonial y desvela la enemistad hacia el Estado nacional chileno y su objetivo de una nación “autónoma” en el llamado Wallmapu, con derecho de autodeterminación “para decidir sobre sus propias formas de gobierno”, “sin injerencias externas”, para finalmente afirmar que “la plurinacionalidad es latinoamericana”, acordado entre los movimientos indígenas, bajo el nombre de RUNASUR -iniciativa impulsada por Evo Morales y Álvaro García Linera-, que los agrupa para la creación de una América Plurinacional y una ciudadanía comunitaria continental.
Para aquellos que aún no quieren ver, no saben analizar el fenómeno político actual por carecer del suficiente conocimiento y estudio, o, simplemente, descalifican sin más, incapaces de contrargumentar, conviene, entonces, considerar lo que ya se ha expuesto como tesis y añadir que, en el backstage de la revolución legal que desde nuestro octubre rojo de 2019 se ha estado desarrollando hasta ahora (primero con violencia, después con la Convención) y que con seguridad continuará más allá del resultado del plebiscito de septiembre, tiene desde hace muchas décadas al Partido Comunista de Chile trabajando el indigenismo y, desde éste, más recientemente, elaborando la vía chilena a la plurinacionalidad.
Prueba de lo anterior, fue una de las consignas de la ex Secretaria General del PC chileno, Gladys Marín en su candidatura presidencial en 1998, sobre el “carácter plurinacional del Estado chileno” y “la autonomía política de los pueblos naciones ancestrales”12 , porque lo cierto es que el interés del comunismo en la autonomía política de los pueblos indígenas no comienza ayer.
En efecto, a principios de la década del 30 del siglo XX, el PC, dirigido por la Internacional Comunista (Komintern) apoyó en la zona de Lonquimay en la Araucanía, la formación de una República Araucana y de soviets obreros y campesinos mapuches, que protagonizaron levantamientos y atentados, siendo controlados por la fuerza y con muchos caídos, en el gobierno de Arturo Alessandri, en 193413.
Pero esta veta indigenista del PC no se detuvo ahí, porque, como ya vimos anteriormente, la plurinacionalidad estaba presente como objetivo en el PC y en el laboratorio del Ministerio de Desarrollo Social, los operadores del partido, entre ellos, Marcos Barraza, ex ministro de aquella cartera y ex convencional -destacado por articular con convencionales indígenas su autonomía territorial y política14-, definían en el gobierno de Bachelet la implementación de la plurinacionalidad.
Barraza fue, además, director ejecutivo del ICAL, Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz, el centro de estudios del PC.
Este último personaje, de origen letón, no sólo fue científico, médico y antropólogo, desde joven militó en el bolchevismo ruso y en su país natal; tras su llegada a Chile en 1926, pronto se unió al Partido Comunista (1922). Aparte del desarrollo de investigaciones en su área de conocimiento, también dedicó importante tiempo al estudio de la etnología y la antropología social, política y jurídica, centrado en los pueblos originarios o indígenas, su autonomía y su propiedad, llegando a crear el Instituto Indigenista Chileno, vinculado al Partido Comunista. Entre algunas de sus publicaciones se cuenta “Indigenismo y raza india” (1937), “Marx y Lenin en la América Latina y los problemas indigenistas” (1974) y su principal obra “El problema racial en la conquista de América” (1975).
En fin, a modo de confesión sobre el sentido y alcance de la plurinacionalidad en la Propuesta Constitucional, merece citarse por sincera y elocuente a la ex convencional Rosa Catrileo, representante de la bancada de pueblos ancestrales o indígenas: “Este es un cambio de paradigma que queremos quede de manifiesto en la nueva Constitución y en la Convención: que aquí habemos diversos pueblos, naciones preexistentes al Estado, y nosotros somos los soberanos, los que vamos a refundar o dar esta nueva institucionalidad al Estado”15.
Pues bien, en la literatura de los pensadores de la decolonialidad y plurinacionalidad, con varios años de anticipación se encuentran varios de los temas y objetivos presentes en la redacción de la Propuesta de nueva Constitución de la Convención Constitucional, confirmando su inspiración y fuentes, objetivo de este artículo.
En efecto, temas como la plurinacionalidad, el pluralismo jurídico, la refundación del estado, un constitucionalismo transformador desde abajo “protagonizado por los excluidos y sus aliados […] a través de una institucionalidad nueva (plurinacionalidad), una territorialidad nueva (autonomías asimétricas), una legalidad nueva (pluralismo jurídico), un régimen político nuevo (democracia intercultural) y nuevas subjetividades individuales y colectivas (individuos, comunidades, naciones, pueblos, nacionalidades). Estos cambios podrán garantizar la realización de políticas anticapitalistas y anticoloniales”.
INDIGENISMO, PLURINACIONALIDAD Y DECOLONIALISMO EN LA PROPUESTA CONSTITUCIONAL
En base a lo hasta aquí expuesto, nos adentraremos, a continuación, en el análisis de algunos de los conceptos e ideas principales expuestas en la propuesta de Nueva Constitución, fuertemente impregnadas de indigenismo, tales como la forma de Estado plurinacional, el llamado pluralismo jurídico, autonomías territoriales, derechos y reconocimiento de pueblos indígenas y medioambiente.
Aquellas características identitarias y plurinacionales de raíz decolonial del texto del proyecto constitucional propuesto por la Convención Constitucional, se confirman no sólo con su simple lectura, también en virtud de una investigación cualitativa y cuantitativa a la vez, del sociólogo Aldo Mascareño, quien identifica tanto en el debate y propuestas al interior de la Convención Constitucional así como, en la redacción del proyecto de nueva constitución “que una de las fuentes de inspiración teórica, normativa y política de un conjunto de convencionales independientes, de pueblos originarios y de izquierda de la Convención Constitucional chilena se encuentra principalmente en la variante latinoamericana del pensamiento decolonial”.
La hipótesis del autor “es que el empleo de las categorías del pensamiento decolonial conduce a la formación de lo que denomina “izquierda decolonial -o, como podría llamarse en los términos de esta teoría, “una izquierda de otro modo”- la que, consistente con sus premisas, introduce en distintos niveles de profundidad un discurso distinto y en ocasiones opuesto a aquel de la izquierda tradicional de sustrato moderno- sea ella marxista o socialdemócrata”16.
Como puede apreciarse inequívocamente, la plurinacionalidad es una reformulación de lo nacional en Iberoamérica en clave neomarxista y de un reivindicacionismo indigenista de carácter racista y secesionista.
Tanto por lo que señaláramos anteriormente, como por la investigación recién citada, podemos confirmar que la impronta indigenista tras la plurinacionalidad corresponde a una relativamente reciente expresión izquierdista latinoamericana, la que acorde con aquella característica anticolonial, ha venido a plantear nuevos idearios, conceptos, tácticas y estrategias, en el debate político e ideológico, especialmente a partir de la conformación de la Convención.
Pues bien, esta nueva estrategia izquierdista se hizo patente en la Convención Constitucional. La plurinacionalidad de corte decolonial, ciertamente se inserta como especie en la concepción genérica de multiculturalismo. Sin embargo, precisamente por la perspectiva estrictamente eurocéntrica de este último y de la propia teoría poscolonial europea, se ha venido a producir en Iberoamérica este giro antioccidental y crítico de su europeísmo, pues, según se le objeta, la pose tolerante que adopta sólo sirve para invisibilizar el rostro de la otredad del mundo indígena.
Para concluir este análisis genealógico de la plurinacionalidad -subproducto de la multiculturalidad-, introducida en el proceso constituyente chileno por los convencionales indígenas, de izquierda y comunistas, sólo cabe confirmar que esta corriente posmoderna es un eufemismo que enmascara u oculta el verdadero rostro de un indigenismo racista y secesionista, no sólo antioccidental, sino, antinacional y de indudables raíces marxistas. Fue engendrado por el comunismo latinoamericano, criado en universidades como teoría decolonial o anticolonial y, finalmente, adoptado por la nueva izquierda latinoamericana, neomarxista e identitaria.
LA PLURINACIONALIDAD ES LA MÁSCARA DE UN RACISMO Y UN SECESIONISMO
Por otra parte, cabe hacer notar que en los últimos 30 años ninguno de los sucesivos gobiernos chilenos ha implementado decididamente una política pública permanente y eficaz de integración de los pueblos y regiones indígenas en el progreso económico, social, educacional y de salud, así como la negligencia absoluta en materia de seguridad pública, en fin, ausencia estatal, Estado ausente y fallido. Sólo ha primado una retórica falsa, vacua y ramplona por parte de los políticos profesionales.
Tal negligencia política ha permitido el desarrollo ideológico de la plurinacionalidad indigenista que pretende el reconocimiento de naciones étnicas prehispánicas independientes, para ser finalmente reconocidas internacionalmente. Su táctica es, inequívocamente, la lucha identitaria étnica o racial, es decir, un racismo de la diferencia o un nacionalismo indigenista y racista.
Así las cosas, lo que motiva o inspira al conflicto mapuche, es precisamente un auténtico racismo excluyente, tanto de naturaleza étnico, como cultural. El movimiento mapuche radical, expresa claramente una conciencia racial de naturaleza excluyente y discriminatoria. Se busca que no sólo el Estado chileno desaparezca de la zona, tanto sus instituciones como sus símbolos, también se presiona cada vez más violentamente a los habitantes winkas o huincas (blancos y chilenos en general, aunque sean mayoritariamente mestizos) que abandonen sus tierras y que se vayan de las zonas reivindicadas por el Wallmapu o territorio mapuche.
De esta forma, el movimiento mapuche radical, apoyado por la ultraizquierda nacional e internacional, ha creado un conflicto político que escala a la forma de una guerra irregular, transformando al Estado de Chile y los propios chilenos como sus enemigos. Este racismo se basa en el rechazo de un proceso de siglos de mestizaje en la sociedad chilena. En consecuencia, resulta evidente que finalmente se ha generado un racismo basado en la conciencia de una diferencia racial, que además discrimina negativamente y pretende la exclusión de lo que es chileno tanto en términos raciales como culturales.
El escenario actual en la Araucanía es el de una ofensiva racista, que pretende la exclusión de dicho territorio de toda persona que no sea considerada mapuche, la disolución de toda representación política y cultural nacional, el establecimiento de un Estado étnico Wallmapu, es decir, la negación de la pertenencia y la identidad chilenas, que es por lo demás, mayoritariamente mestiza.
Tal racismo de la diferencia se ha venido forjando desde hace décadas al amparo de una planificada estrategia y unas acciones violentas que han ido incrementándose en número e intensidad, que actualmente se manifiesta en la voluntad constituyente, ya explícita en la refundación de un orden político estructurado en forma de un Estado Plurinacional, cuyo objetivo y fin será el secesionismo y el independentismo nacional con reconocimiento por los organismos internacionales. Este hecho delata la absoluta falsedad del discurso antirracista y multiculturalista de quienes levantan banderas multicolores en cualquier lugar del país.
La revolución legal intentada por la Convención Constitucional y el “constitucionalismo transformador” -como le denominan los decolonialistas-, nacido de la hoja en blanco de la reforma constitucional de 2019, auténtica bandera de rendición de la clase política, introdujo la plurinacionalidad con el objeto de anular la soberanía nacional, deconstruir toda identidad del pueblo chileno y destruir su unidad nacional, histórica, política, social y cultural, provocando así, una nueva lucha de clases y razas (etnias), es decir, la liquidación de la existencia misma de Chile.
1 Ernest Renan, ¿Qué es una nación? Ediciones Sequitur, Madrid, 2014.
2 Benedict Anderson, Comunidades Imaginarias,
3 Roger Scruton, Cómo ser conservador, Homo Legens, Madrid, 2018, p163.
4 Michel Maffesoli, La transfiguración de lo político, Herder, Madrid, 2005.
5 Paul Piccone, https://identidadycomunidad.blogia.com/2005/041407-entrevista-a-paul-piccone.php
6 Slavok Zizek, Multiculturalismo, o la lógica del capitalismo multinacional» en Estudios Culturales: Reflexiones sobre el multiculturalismo, 1998.
7 Alain de Benoist, Más allá de la derecha y la izquierda. El pensamiento político que rompe esquemas, Áltera, Madrid, 2005,
8 Ibídem,
9 Boaventura de Sousa Santos, en ¿Reinventar las izquierdas?, José Luis Coraggio y Jean Louis Laville (organizadores), Reinventar la Izquierda en el siglo XXI. Hacia un diálogo Norte-Sur, edición Universidad Nacional General Sarmiento, 2014, p. 157.
10 Salvador Millaleo, Por una vía chilena a la Plurinacionalidad, Catalonia libros, 2021, pp. 185 a 187.
11 Fernando Pairican “La vía política mapuche. Apuntes para un Estado plurinacional”, editorial Paidos, 2022, p.57.
12 Ver capítulo IX “Reconocer la autonomía política de los pueblos naciones originarios” del “Proyecto Político de la Izquierda”, contenido en el Programa de Gobierno de la candidata comunista Gladys Marín http://www.archivochile.com/Izquierda_chilena/frentes_polit/otros_doc_ich/ICHotrosdoc0007.pdf
13 Ver estudio de Olga Uliánova, “El levantamiento campesino de Lonquimay y la Internacional Comunista”, publicado en Revista Estudios Públicos N° 89, 2003 (https://www.cepchile.cl/levantamiento-campesino-de-lonquimay-y-la-internacional-comunista/cep/2016-03-04/093101.html)
14 Barraza declaraba públicamente durante la redacción de la Propuesta Constitucional: “Creo que la definición más importante que se ha hecho en la comisión ha sido el carácter del Estado Plurinacional, que implica una transformación histórica del tipo de Estado en el entendido de que incluye e incorpora con derechos plenos en el plano político, económico, social y cultural a los pueblos originarios que habitan Chile sobre la base de una definición que es central: en tanto naciones preexistentes al Estado le asisten derechos que no han sido reconocidos […] Está por verse cuáles son las formas que adquiere ese Estado Plurinacional, en el entendido de que debieran incorporarse en normas de materia de pluralismo jurídico, territorios especiales, estatuto propio, del concepto de la libre determinación, de pertenencia cultural indígena en los derechos sociales y de gobernanza propias y particulares que no colisionan con la idea de un Estado único, ese es un tema central” (https://interferencia.cl/articulos/convencional-barraza-pc-es-clave-en-esta-nocion-de-democracia-y-soberania-un-congreso)
15 Citado por Fernando Pairican, ídem, p.9
16 Aldo Mascareño, “Abandonar la modernidad. Discurso y praxis decolonial en la Convencional Constitucional chilena”, publicado en Puntos de Referencia del Centro de Estudios Públicos N°597, marzo 2022.
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