Marcela Cubillos


El consejero ideal no obstruye, pero tampoco teme el conflicto si es el único camino para evitar la sumisión. Donde hay desacuerdo, que la democracia lo zanje


A una semana de la elección del Consejo Constitucional, la campaña genera poco interés ciudadano, pero infinitos roces en las coaliciones políticas. Los partidos diseñaron un proceso que, quieran o no, los hará medirse el 7 de mayo. Para el oficialismo es crucial. La ex-Concertación ha avanzado en cargos, pero no necesariamente en poder. Si el resultado electoral le es adverso, difícil será diferenciarse, algo que por lo demás tampoco ha intentado. Se sumaron al Gobierno sin que se cambiara un milímetro del programa. Firmaron, simplemente, un contrato de adhesión.

Pero más allá de los cálculos políticos, ¿cuál sería el perfil del consejero ideal?

En primer lugar, el consejero ideal da certezas. Es decir, si se le elige porque representa determinadas ideas, votará conforme a ellas. Ser predecible es un activo en este ámbito. La gente necesita creer que significa algo votar por una coalición o partido político.

En segundo lugar, el consejero ideal sabe construir acuerdos, pero distingue con claridad los desacuerdos. Es decir, avanza tendiendo puentes, pero reconoce con lucidez dónde hay diferencias sustanciales. No tiene complejo en señalarlo y se da el trabajo de explicarlo. Los consensos son importantes, pero los disensos también. Un acuerdo de mentira es peor que un desacuerdo. Solo posterga los problemas y debilita la posición del que camufló sus diferencias. Apruebo Dignidad no es la ex-Concertación. La coalición de gobierno busca reemplazar el modelo de desarrollo que Chile tiene, por tanto, el margen de acuerdos es bastante reducido. ¿Va a transar su ideología de control estatal de la economía? No. Ya lo vimos con Enade en la mañana y con política del litio en la tarde del mismo día. La oposición ¿va a abdicar del emprendimiento privado como motor del progreso? No debería. El consejero ideal no obstruye, pero tampoco teme el conflicto si es el único camino para evitar la sumisión. Donde hay desacuerdo, que la democracia lo zanje. Pero no solo por un rato, como pretendía la Constitución de la Convención, en que la coalición que ganaba la primera vez se podía llevar la pelota (el país) para su casa.

En tercer lugar, el consejero ideal va de buena fe, pero no se cree el cuento. Sabe que el debate constitucional nunca se va a cerrar definitivamente. La izquierda radical siempre va a querer revivirlo cuando le sirva políticamente o mejoren, para ellos, “las condiciones climáticas”. Hay que trabajar sabiendo que al día siguiente de aprobada la nueva Constitución ingresarán un paquete de reformas, o activarán el mecanismo de reemplazo completo del texto que los expertos oficialistas, de manera inédita, quieren incorporar. Es decir, si a la izquierda le va bien y redacta un texto a su antojo, se cierra el proceso. Pero si a la oposición le va bien, permanece abierto. Obvio: a ellos los eligen “seres de luz”; al resto “ciudadanos lentos que no entienden nada”.

Por tanto, el consejero ideal sabe que lo único que importa es que el 7 de mayo la suma de Chile Vamos, Partido Republicano, Partido de la Gente e independientes que votaron Rechazo alcance una mayoría relevante en votos y consejeros respecto del oficialismo que defendió, y aún lo hace, un proyecto político refundacional y antidemocrático. Si a la segunda esa izquierda no entiende, a ver si se asume, de una vez por todas, que el problema no es constitucional.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2023/04/30/107019/el-consejero-ideal.aspx

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