Fernando Villegas
El conocido y respetado académico y columnista Carlos Peña ha dicho recientemente, en uno de sus opus, que Chile está convertido en un desastre y no sabe “cómo no lo advierten”. A eso agregó que el mundo intelectual “ha sido una vergüenza“. Me permitiré algunos comentarios al respecto y comenzaré con eso de que “no lo advierten”, afirmación que indudablemente es una figura retórica de Carlos, una ironía, pues bien sabe que todo el mundo sabe menos los hipnotizados y descerebrados – que por cierto abundan- cuál es la situación económica, política, educacional y cultural que vive nuestro país. Es más, incluso hay “progresistas” y “boricitas” a todo evento que reconocen que las cosas están mal, aunque lo justifican y hasta legitiman afirmando que “a veces es necesario dar un paso atrás para luego avanzar”. Es una variante de una frase de Lenin, quien alguna vez dijo casi lo mismo, “un paso atrás, dos adelante”. Este leninismo trasnochado no resulta muy convincente. Ni siquiera es una figura retórica; es sencillamente una idiotez porque no hay relación causal ninguna entre caminar hacia atrás y moverse hacia adelante, todo lo contrario. Tal vez sea la filosofía imperante entre los cangrejos. Esta clase de “dialécticas” son pan de todos los días en las bocas famélicas de inteligencia de los intelectuales cuyos comportamientos, en palabras de Peña, han sido toda una vergüenza.
¿Quiénes son estos intelectuales a que alude? ¿Y en qué ha consistido su conducta vergonzosa? Partamos con la definición de “Intelectuales”, categoría muy flexible, saco generoso que al menos en nuestro país lo admite casi todo. Admite en primer lugar una sub especie zoológica que Peña conoce muy bien, muy de cerca, los “académicos”. Los académicos no son sino personas tituladas en alguna especialidad, hoy en día normalmente con un “pos grado”, contratadas para hacer clases en una universidad. Son profesores y presuntamente, en sus ratos libres, “investigadores”. En el caso de las grandes y más ilustres universidades del primer mundo dichos profesores son a menudo eminencias en su campo, autores de obras sustanciosas, celebridades, en ocasiones genios creativos de primer nivel. En cuanto al académico promedio de esas universidades del primer mundo, son al menos respetables especialistas que conocen su materia como la palma de su mano y han escrito obras de algún peso; de sus clases salen estudiantes que han aprendido de verdad y a veces han sido inspirados por sus clases.
No es la descripción que corresponde para un académico de fila de las universidades chilenas, las cuales, dicho sea de paso, en su inmensa mayoría se han desplomado en una condición de aplastante y cerril intolerancia, negación químicamente pura de lo que es y debe ser una universidad, un ámbito de discusión, debate, ideas, creación y análisis. En nuestras universidades lo que predomina es el imperio de las barras bravas dirigidas y organizadas por estudiantes de mediocridad incurable sin otro talento que ejercer un asfixiante acoso político contra los descreídos; es también, hoy, el mundo universitario chileno, un reino de consignas, clichés, convocatorias, “rayados”, suspensión de clases, tomas y en suma imbecilidad y rabiosidad en todas sus formas. En un ambiente así los académicos criollos sólo tienen dos opciones: o se suman a la chusma vociferante por miedo y/o convicción o se quedan callados, en silencio, pegados a las paredes. En cualquiera de los dos casos no están cumpliendo su función de pensar y difundir lo pensado, lo cual es precisamente, como lo dijo Peña, una vergüenza. Lo es especialmente en tiempos en que se necesita que alguien piense, alguien se oponga, alguien diga “el rey está desnudo”. En el académico que se suma a la patota, a dicha vergüenza se agrega o el oportunismo o la estupidez pura y simple; en el del callado, a la vergüenza se suma la cobardía.
¿Quiénes más son también “intelectuales”? En Chile la categoría es generosa. Artistas de variedades, del teatro, el espectáculo y el vodevil se asumen como tales; polemistas de televisión y “justicieros” de la misma consideran serlo; escritores de tercer o enésimo nivel son por cierto intelectuales; juristas, abogados y suches de la Justicia y siempre que estén a favor del régimen ganan la escarapela de intelectuales; a ellos se suman analistas internacionales de sábado por la noche, gacetilleros de revistas progres y a disposición del PC, “Master” y “Phd” en cualquier cosa, poetas trasnochados, acróbatas, bataclanas, etc, etc. La producción de estas entidades es siempre la misma: un vómito de resentimiento y odio, oral o por escrito, contra sus superiores intelectuales, a quienes reconocen -aunque lo nieguen– con esa infalible precisión con que los chantas detectan a sus enemigos mortales, los ciudadanos inteligentes.
En tiempos normales los miembros de esa tribu de intelectuales al pedo guardan cierto decoro; sabiéndose limitados, ignorantes y poca cosa, se abstienen de hacer nada que pudiera poner en evidencia su condición y se limitan a sus faenas habituales; en cambio en tiempos revueltos como los actuales, con un discurso políticamente correcto a disposición de las masas, una doctrina oficial, un Credo, un evangelio, la timidez desaparece y el chanta que ocultaba su condición se encarama arriba de cualquier plataforma y se da el gusto de su vida, a saber, el convertir su miseria personal en grandeza pública, su mediocridad intelectual en rasero de medida, su resentimiento contra los mejores en acciones agresivas para destruirlos, su ignorancia en sabiduría, sus clichés en Grandes Principios.
¿Es raro entonces que sean seguidores incondicionales del Presidente, tan similar a ellos, miembro de la misma etnia mental, líder indiscutida del cantinfleo, supuesto “escogido”?
Y en efecto, eso es una vergüenza.
Fuente: https://www.elvillegas.cl/intelectuales/
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