10 diciembre, 2022 

 

 

 

 

 

Por Pilar Molina


La subsecuente pérdida del derecho de propiedad termina haciendo girar el carrusel del subdesarrollo. Por eso América Latina se ha convertido en el continente que menos crece. A este ritmo, y gracias al progresismo, luego seremos también el más pobre.


“O nos salvamos juntos o nos hundimos por separado”, es la frase de Juan Rulfo que usó el Presidente Boric en un saludo que envió al Grupo de Puebla a comienzos de noviembre. Pero parece que los gobiernos progresistas se están hundiendo todos juntos.

 El martes fue la condena judicial a la vicepresidenta y ex Presidenta de Argentina Cristina Fernández, luego de años de diversos procesos que nunca terminaron en un fallo formal.  El miércoles fue el turno del Mandatario del Perú, que después de un fallido golpe de Estado, intentó asilarse en la embajada de México, pero no lo logró. En la patria de AMLO se cobijó antes Evo Morales, cuando tuvo que dejar el poder acusado de fraude electoral y luego de reelegirse 3 veces como Presidente, en contra de la Constitución.

Es la izquierda de América Latina, que celebró la elección de Pedro Castillo 8 meses atrás porque dejaba al progresismo arrasando luego de los resultados electorales de México, Argentina, Chile, Colombia y Brasil. Y sin contar, porque a algunos de ellos los complica un poco, las extensas dictaduras rojas de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

¿Qué tienen en común la gran mayoría de los líderes progresistas de la región? Un largo prontuario judicial. No siempre llega a sentencia final, porque en ocasiones falla el debido proceso que no es lo mismo que la absolución a Lula da Silva y Cristina K podría doctorarse en cómo evadir la justicia. Lo que abundan son las acusaciones de corrupción que comparten esos mandatarios con Rafael Correa o Pedro Castillo. Pero para los progresistas, no se trata que sus dirigentes sucumban ante el vil billete cuando están en el Estado, sino que son todos víctimas del “lawfare”, es decir, del uso de los tribunales para destituir autoridades legítimas.

Como «acusan» a los medios de propagar las noticias falsas, esta izquierda busca regularlos apenas llega el poder. Es la experiencia compartida que ahora quiere imponer en Chile el gobierno de Boric. Siempre con la mejor intención de impedir la mentira y democratizar los medios, pero nunca con el resultado que haya más libertad de expresión, sino que todo lo contrario.

Son los campeones de la lucha contra la desigualdad, pero la mayoría hunde a sus países en la pobreza porque se creen expertos en economía y combaten la inflación fijando precios.  Buscan el desarrollo de sus países estatizando las empresas y si no pueden, dando al Estado un rol protagónico en la economía. Toleran a la empresa privada como un mal necesario para extraerles recursos (royalties y toda la gama de impuestos) y a los ricos los consideran una fuente de desigualdad que hay que castigar imponiéndoles tributos al patrimonio.

En la versión local nuestra, no importa que el Registro Civil tarde meses en un trámite tan obvio como renovar la cédula de identidad. Quieren que el Estado administre además los miles de millones de dólares de los fondos de pensiones, justificando con la “seguridad social” un eventual uso político de esos recursos.

Codelco aporta menos recursos al fisco que una sola empresa privada del litio, SQM, que terminaría transfiriendo al Estado unos 5 mil millones de dólares este año. Y aun cuando la estatal cuprera no ha sido capaz de hacer las inversiones necesarias para mantener la actual producción de cobre y menos, aumentarla, el Gobierno está enamorado de la ilusión de crear la empresa nacional del litio que, por los tiempos que ello supone, nos condenará a perdernos como país parte importante del boom de corto plazo del litio, como lo han advertido todos los expertos.

Lo más importante es que estos “progre” no creen en las instituciones fuertes, porque les impiden refundar sus países. Las deslegitiman como parte de la élite y levantan en su contra los plebiscitos revocatorios, los pueblos originarios y las asambleas constituyentes.  Las destruyen cuando son oposición. Transforman los Congresos en gallineros de partidos que funcionan por dádivas y al orden público en un mal contrario a la protesta popular.

La subsecuente pérdida del derecho de propiedad termina haciendo girar el carrusel del subdesarrollo ahuyentando la inversión. Por eso América Latina se ha convertido en el continente que menos crece. A este ritmo, y gracias a las fuerzas del progresismo, luego seremos también el más pobre.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/pilar-molina-o-nos-hundimos-todos-juntos/

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