Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional
La expresión con la que título está columna es una de las frases más escuchadas en sectores políticos de la llamada centro derecha o también eufemísticamente defensores de una sociedad libre y que dice relación con las críticas de opinión contra los responsables de sus dirigencias o sujetos posibles de ser electos en algún cargo de elección popular.
Esta corta frase reviste dos grandes problemas:
El primero de antecedentes históricos y el segundo filosófico.
Como ejemplo del primero citaré consideraciones expresadas por Winston Churchill al término de la segunda guerra mundial. Apenas derrotada la Alemania nazi, Churchill ordenó planificar un ataque contra la URSS para evitar su expansión hacia Europa del este. En ese contexto Europa hubiera cambiado para siempre y el mundo entero hubiese sido muy diferente si el plan militar diseñado por el Premier británico se hubiese llevado adelante. De acuerdo a las desclasificaciones documentales de esos años, Churchill le escribió un largo telegrama a Truman, recién ungido presidente de USA a la muerte de Roosevelt y hacía una pregunta crucial: ¿qué haremos con Rusia? Francia e Inglaterra que habían defendido a sangre y fuego la cultura occidental no podían quedar a merced del comunismo expandiéndose por Europa.
Los Estados Unidos fueron reticentes al plan y prefirieron retirar las tropas de Europa y continuar su lucha por el Pacífico y derrotar a Japón. Más allá de la prudencia, la estrategia, la duración de una nueva guerra, el número de soldados por ambas partes involucrados, los alemanes ahora unidos a los vencedores, lo relevante es la visión que tuvo Churchill para intentar derrotar al comunismo y salvar la civilización occidental.
Los generales nazis que firmaron finalmente la capitulación fueron los primeros en advertir el peligro que se cernía sobre Europa y el mundo y ofrecieron una capitulación pactada poniendo a disposición las fuerzas que quedaban organizadas de la Wehrmacht. Himmler envío dos de sus generales a parlamentar con el general Dwight Eisenhower quien se negó a recibirlos y exigió capitulación sin condiciones.
Mientras tanto en Inglaterra seguía el plan llamado por el premier Churchill “operación impensable” sin contar que entre sus filas había un traidor que a pesar del secreto del plan, hizo llegar a Stalin la planificación de la operación incluidos los nombres de los generales a cargo.
Pero hay algo más triste aún de esta historia de falta de visión política, el 26 de julio de 1945 se realizaron elecciones en Gran Bretaña y el hombre victorioso que había derrotado a Hitler y prometido a su pueblo sangre sudor y lágrimas fue derrotado, renunciando esa misma noche a su cargo de Primer Ministro y muriendo definitivamente el plan impensable.
Así pagan los pueblos cuando no hay valores y principios claros que defender y cuando los amigos prefieren defender a los enemigos, proclamado sus consignas o simplemente traicionando. En Chile ha ocurrido varias veces con la derecha.
El otro problema es filosófico. En los años 20 Gramsci se había dado cuenta que la lucha del proletariado era un eslogan falso. Los obreros eran soberanistas, amaban sus tradiciones, profundamente religiosos y como si fuera poco, comprenderían que la única manera de surgir era respetando y aceptando el capitalismo. Entonces se da a la tarea de plantear una nueva estrategia ideológica y generar lo que se llama la superestructura, mecanismo que a través de sus diferentes modus operandis coparían los centros de pensamiento, las universidades, colegios y agrupaciones gremiales, generando una lucha cultural profunda para lo cual la herramienta fundamental es el uso del lenguaje y el cambio de acepciones y significados.
No es mi intención alargarme y explicar en detalle el pensamiento y la estrategia gramsciana, lo he hecho muchas veces en esta columna como en los programas de Voz Nacional. Lo relevante es sindicar claramente que quienes estando en la trinchera de la “centro derecha “ o defensores de la “sociedad libre” den cabida en su discurso a todo tipo de estructura lingüística y, lo más grave, tomen las banderas de lucha de la nueva izquierda y las ondeen en busca de votos.
El fuego amigo de verdad es necesario para desenmascarar el fraude de posiciones abyectas y acomodaticias. Es necesario para evitar que sigan los contubernios entre gallos y medianoche. Para evitar y denunciar que dos o tres individuos que ofician de parlamentarios escribieron en el computador de uno de ellos, que hoy oficia de presidente de un partido de “supuesta oposición”, el entramado de un nuevo proceso constitucional que felizmente rechazamos.
También es fundamental para denunciar que hay una señora con deseos presidenciales que pertenece a un partido de origen de derecha, pero que manifiesta impúdicamente tener ideales de izquierda y que podría pertenecer a cualquier colectividad y que, por lo mismo, trabaja bajo los enunciados del progresismo delirante de la nueva izquierda posmoderna.
Por eso creo que quienes quieren posar de buenistas y recomendar parar el fuego amigo, están en un error político profundo. No será posible unidad si no hay comunión de valores y principios, los que se defienden aunque ello signifique perder votos. Las ideas que nos han hecho grandes no se transan en el mercado electoral.
Aquí el tema es bien claro, si no hay personas patriotas que defiendan los intereses soberanos del pueblo, invito a rechazar cualquier mal menor y anular el voto en las elecciones que se avecinan, especialmente en Providencia y Santiago, ambos candidatos que representan a Chile Vamos han sido artífices del peor flagelo progresista, sus prontuarios políticos de serviles a la izquierda son conocidos por Chile.
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