Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional
Sin duda alguna Joseph Ratzinger, el sacerdote alemán ordenado como tal en 1951 estaba destinado para alcanzar la máxima altura pastoral de la Iglesia Católica. Nació en Marktl, diócesis de Passau, el 16 de abril de 1927 y era Sábado Santo, algo que el propio futuro Pontífice consideró siempre como una predestinación siendo bautizado ese mismo día. Su padre, comisario de la gendarmería, provenía de una familia de agricultores. Su madre era hija de artesanos, quien antes de casarse trabajó como cocinera en varios hoteles. En su familia, este nacimiento en un día tan significativo para la fe cristiana, fue considerado “un privilegio en el cual residían una singular esperanza y una predestinación, que debían revelarse con el transcurrir del tiempo”, diría Ratzinger en una entrevista en 1998. Y a su biógrafo Peter Seewald le dijo: “Parece que mis padres habían sentido esas gracias como providenciales y me lo dijeron desde el comienzo” y agregaba, el Sábado Santo refleja “la situación de nuestro siglo, y también la de mi vida, de un lado hay oscuridad, cuestionamiento, peligros, amenazas, y del otro la certeza de que hay luz, de que vale la pena vivir y seguir. El Sábado Santo es un día en que Cristo está misteriosamente oculto y a la vez presente, y eso se ha vuelto un programa de vida para mi” Así lo manifestaba este hombre de profunda fe y extensa formación teológica y que caracterizó a Benedicto XVI al ser elegido el 19 de abril de 2005, cuando alcanzaba la edad de 78 años y era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el más estrecho colaborador desde 1980 de Juan Pablo II.
Recuerdo las palabras pronunciadas desde los balcones del Vaticano una vez electo por el colegio cardenalicio “Queridos hermanos ,queridas hermanas , después del gran Papa Juan Pablo II , los cardenales me han elegido a mí , un simple y humilde trabajador en la viña del Señor” con la sencillez de un sabio tomaba el liderazgo de la Iglesia Católica.
En sus casi ocho años de papado, Benedicto XVI visitó 24 países en cuatro continentes. Publicó tres encíclicas. La primera en 2006, “Deus Caritast Est”, que comienza con “Dios es amor, quien está en el amor habita en Dios y Dios habita en él”. El Pontífice sorprendió con este mensaje luego de que muchos vaticinaran que esta primera encíclica sería una lección severa sobre la doctrina cristiana, especulación más acorde a la imagen que de él crearon sus detractores que a la realidad de su sacerdocio. ”Salvados en la Esperanza” fue su segunda encíclica y la tercera “Caridad en la Verdad” donde reivindica el humanismo cristiano
El desprestigio del que fue víctima desde antes de comenzar su Pontificado y hasta sus días finales fue derivado de su férrea posición teológica y sin duda su legado desde la literatura en libros como Introducción al Cristianismo, Dogma y Revelación, así como también por su trabajo en la condena a la Teología de la Liberación y por la persecución e investigación de los delitos de pedofilia y económicos cometidos por sacerdotes de distintas diócesis del mundo, lo que llevó a ser llamado “El barrendero de Dios” por la limpieza que comenzó a realizar en la Iglesia.
Una larga historia de estudio y profundidad filosófica y teológica antecede su llegada al trono de Pedro, pasando a constituirse sin duda alguna en el teólogo más importante del siglo XX pero a su vez un referente filosófico de primer nivel, quien desde la perspectiva de la naturaleza trascendente del Ser le dio sentido permanente a la búsqueda de la belleza el bien y la verdad, ya planteados por San Agustín y Santo Tomas.
Me reservo para mi recuerdo personal, mi modesta ayuda cuando era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de Fe en su gran esfuerzo por salvar a la iglesia de la influencia marxista, lo que me permitió tener el privilegio de conocerlo y compartir aspectos centrales de su preocupación por la cultura y los valores de occidente. Por eso digo, con plena certeza: uno de los grandes pilares de la cristiandad nos ha dejado.
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