Gonzalo Ibáñez Santamaría
No de otra manera puede calificarse la actual situación del país, marcada por un profundo deterioro económico, un creciente desempleo, una crisis galopante en los ámbitos de la salud y de la educación públicas y, sobre todo, por un deterioro prácticamente total de la seguridad y de la paz pública. El terrorismo en la Araucanía, la proliferación de asaltos, secuestros y asesinatos a lo largo de todo el país, la consolidación del narcotráfico y del crimen organizado, así lo dejan a la vista. La culminación: el secuestro y el posterior asesinato del ex oficial del ejército venezolano Ronald Ojeda. Este, creyendo lo que dice nuestro himno nacional en el sentido de que Chile es el “asilo contra la opresión”, vino huyendo de la opresión del régimen de Maduro para encontrar asilo entre nosotros.
Secuestrado hace diez días en su domicilio de calle Independencia en Santiago, fue bárbaramente asesinado y enterrado bajo bloques de cemento en la comuna de Maipú. Todo hace prever que se trata de una operación de venganza perpetrada por bandas anexas al poder en Venezuela. Es, en todo caso, un punto de inflexión que no puede dejarse de lado.
Lo que ha sucedido no es más que la gota que rebalsa el vaso de la paciencia chilena. Aquí ha fracasado el sistema de seguridad pública, la política económica de los últimos años, la administración estatal en educación y salud, etc. Pero, antes que nada y sobre todo, ha fracasado todo el sistema político que se instauró en Chile hace ya treinta y tres años, cuando terminó el Gobierno Militar. Ese sistema que se autodenomina “democracia” por contraposición al régimen anterior, aquel que brotó a partir de 1973 y al cual esa democracia se refiere como “dictadura”. Cuando ésta terminó y comenzó aquélla, Chile era un país en pleno crecimiento, tanto que sólo dos años después se ubicaba a la cabeza del continente. Sobre todo, gozaba de una paz y de una seguridad interiores que nos permitía formar nuestras familias y educar a nuestros hijos con la certeza de que podrían hacer sus vidas libes de la amenaza de la delincuencia y el crimen. Hoy, todo eso ha desaparecido o está en vías de desaparecer. Es el resultado de la política seguida por los gobiernos civiles a partir de 1990. En estos años, bajo el símbolo del monumento a Salvador Allende que ellos erigieron frente a La Moneda, esos gobiernos no hicieron sino pavimentar el camino para regresar a los años previos a 1973 en los que el país se debatía en una crisis de tal magnitud que amenazaba con destruirlo. Hemos olvidado nuestra historia y, por eso, Chile ha regresado a la democracia, ciertamente, pero a aquella del día 10 de septiembre de 1973.
El martirio que ha sufrido nuestro asilado Ronald Ojeda, tanto como el que han sufrido las miles de víctimas del incendio claramente intencional que asoló a las ciudades de Viña del Mar, Quilpué y Villa Alemana, así lo atestiguan. ¿Cuántos más serán necesarios para reaccionar?
Fuente: https://web.facebook.com/gonzaloibanezsm
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