Cristián Labbé Galilea


Cuesta imaginarse a parisinos aceptando que las autoridades eliminen la Place l'Étoile donde está el Arc de Triomphe (Arco del triunfo) o la Place de la Concorde (Plaza de la Concordia), o a madrileños permitiendo que se elimine la Plaza de Cibeles o la rotonda de la Puerta de Alcalá. Sin ir más lejos, es inimaginable ver a mexicanos admitiendo que saquen el monumento a Cuauhtémoc de la plaza ajardinada de Avenida de los Insurgentes… no sólo porque son hitos urbanos, sino porque tienen un indiscutido valor histórico.

Muchos ejemplos se pueden dar de cómo reaccionarían los habitantes de una localidad ante quien las emprende contra alguno de sus lugares emblemáticos. Sin embargo, también se dan casos en que el vandalismo urbano se comete a la luz del día y amparado por las autoridades de turno; es el caso de la Plaza Baquedano, y de la estatua del victorioso General de la Guerra del Pacífico, acompañado de los restos de un “soldado desconocido”, emplazada allí desde 1928.

Destruida la plaza y vandalizada la estatua del General Baquedano, ésta es retirada transitoriamente para su restauración pero, al poco andar, el gobierno informó que el invicto general del Ejército don Manuel Baquedano —comandante en jefe entre 1880 y 1881— no regresará a la Plaza que lleva su nombre, y será instalada en el Museo Histórico Militar.

El bronce del insigne soldado, inerte y envejecido en miles de crónicas del Gran Santiago, hoy cobra vida en el corazón de todos los patriotas al comprobar que, bajo dudosos pretextos urbanísticos, las autoridades locales y regionales discuten sobre el futuro de la plaza, pero en ningún caso sus mentes albergan intención de reinstalar la estatua en el lugar donde la inauguró el presidente Carlos Ibáñez el 18 de septiembre de 1928.

Pero ¿qué hay detrás de la polémica sobre si la plaza debe desaparecer o remodelarse? Muy simple: distraer, confundir, enredar, para que nadie ose o intente exigir reinstalar a Baquedano en la plaza de la cual nunca debió haber salido, porque eso sería “un tiro de gracia” a las intenciones refundacionales de la izquierda radical y a un gobierno cuyo único propósito es reescribir la historia a su amaño.

Esta artificiosa pantomima urbana, creada por las actuales autoridades, no convence a esta castiza pluma que, a propósito, recuerda a esos viejos clásicos: Juan Tenorio o el mismo Quijote, cuyos protagonistas, viéndose enfrentados a situaciones donde la imposibilidad de realizar algo era grande o muy grande, decían “¡Cuan largo me lo fiais!”, que en lenguaje popular significa: “A otro perro con ese hueso”.

Es cierto, vivimos días convulsos, donde las prioridades están en otros temas, en los problemas reales de la gente: seguridad, trabajo, salud, educación, etc.. No podemos dejarnos engatusar, ¡Baquedano debe volver!... Para los problemas urbanos hay muchas otras soluciones (esta pluma lo sabe porque estuvo en esos menesteres); dicho claramente: las soluciones no pasan por humillar a soldados, ni por degradar ciudades. Seamos firmes: ¡Baquedano debe volver!

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