Gonzalo Ibáñez Santamaría


Todos los días somos testigos de como, desde distintas fuentes, se prodigan inacabables alabanzas a la democracia en que estaríamos viviendo y, a a la vez, inacabables condenaciones a la dictadura en qué habríamos vivido durante los años del régimen militar por la violencia que éste habría ejercido sobre los chilenos.

Pero es en esta democracia, que tanto alabamos, que suceden hechos que nos alarman profundamente. Desde luego, el desarrollo de la corrupción; pero también, la expansión y aumento de la pobreza y, sobre todo, la creciente inseguridad que rodea nuestras vidas y la de nuestras familias. La violencia parece que se ha convertido en un ingrediente normal de esta democracia en que vivimos.

No podemos salir de nuestras residencias sin pensar en cómo haremos para volver sin ser víctimas de esa violencia. Y en las tardes todos nos recluimos para evitar el encuentro con ella. Si uno maneja un automóvil no puede dejar de pensar en que puede ser víctima de una encerrona. De hecho, hace unos pocos días esa violencia se hizo presente en La Araucanía con el resultado de varios vehículos incendiados, una persona muerta y otra, gravemente herida.

Frente a a la angustia de los chilenos, nuestras autoridades nos responden “los problemas de la democracia se arreglan con más democracia”. El resultado, desgraciadamente, no es más democracia sino más violencia y mucho más inseguridad.

La verdad es que a la violencia delictual se la ataca y controla con el ejercicio de la fuerza de la cual el Estado tiene el monopolio y con el robustecimiento de las Instituciones formadas para ejercerla. Y, por supuesto, con un ejercicio inteligente del poder que procure soluciones a los problemas ciudadanos.

Nade de esto sucede hoy día. Al contrario, los problemas se agravan. Y nuestras Fuerzas Armadas y de Policía aún carecen, por parte del poder político, del respaldo necesario para cumplir bien con su misión. ¿Es de extrañar que crezca el número de los que recuerdan con nostalgia el régimen militar?

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