Cristián Labbé Galilea
Para todo ciudadano votar debería ser, más que una obligación, una responsabilidad. Sin embargo, cada vez son más los que se sienten poco motivados para ejercer este deber, argumentando que sufren de un “desencanto cívico severo”, virus generado por los mismos “señores políticos” quienes, después de una elección, por “angas o por mangas” aparecen todos, si no triunfantes, al menos fortalecidos; mal que mal, bastarán un par de dimes, diretes y unos cuantos arreglines para que… todo siga más o menos igual.
Nada nuevo bajo el sol… Estas conductas, la de los electores y la de los elegidos, han sido históricas; sin embargo, algo pasa en la actualidad que se han ido agravando… Las abstenciones estaban llegando a niveles alarmantes, por lo que fue necesario volver al voto obligatorio y, en cuanto a los “conciliábulos” de los señores políticos, ni hablar: todo ha terminado siendo transable… ya no hay principios que servir, sino elecciones que ganar.
La mejor demostración es este espurio proceso constituyente, que hoy tiene paralizado al país y que nació con un solo propósito: salvar al gobierno de la época de una estrepitosa caída; pero, sin duda, la evidencia más clara se vivió cuando “la asonada refundacional” de la izquierda es rechazada el 4S… pero la “concupiscencia política”, entre izquierdas y derechas, “se da maña” para mantener al país en este “guirigay político” del cual no está siendo fácil salir.
Cambiar el curso de los acontecimientos es un proceso complejo… pero posible: la oportunidad está en nuestras manos (literalmente). Esta elección es determinante si se quiere generar un punto de inflexión en la curva de degradación de nuestros políticos; si algún desencantado contertulio duda al respecto… esta optimista pluma le advierte: si bien este primer paso no nos llevará adonde queremos ir, sí nos puede sacar de donde estamos.
Un triunfo claro y contundente de la oposición en la elección de Constituyentes debiera, por una parte, obligar al gobierno a enmendar el rumbo y hacerse cargo de los problemas reales que afectan al país; y debiera también ser la oportunidad para exigir a los partidos políticos de oposición, sus dirigentes y sus parlamentarios… no más condescendencia con quienes quieren destruir el ordenamiento institucional vigente.
Estamos en el umbral de un cambio en la forma de hacer política en nuestro país; así lo anticipa, más allá de encuestas, el ambiente que se respira en la sociedad civil.
Un proceso que parecía no motivar ni menos encantar a muchos, por no ser un tema prioritario en los problemas reales de la gente, se ha ido transformando en un momento decisivo para el futuro político, económico y social del país.
Es tan creciente el optimismo generado por el momento político que, al comentar estas reflexiones con “un encantado parroquiano”, este comenzó sin más a tararear: “Votando espero… el cambio que yo quiero”, en una versión libre del tango que popularizó Sarita Montiel en su película “El último cuplé” (1957).
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