Cristián Labbé Galilea


La cobertura mediática que están teniendo los llamados “narco funerales”, tratados “casi como el funeral de la Reina o el festival pirotécnico del año nuevo”, es, además de increíble, sorprendente. Es sorprendente, porque reciben un tratamiento que se acerca más a un evento o espectáculo que a una denuncia: matinales que duran horas, reportajes especiales, transmisiones en vivo, entrevistas a “dolidos compañeros” del difunto, amén de “los agudos” comentarios de periodistas y opinologos. Pero… nadie parece sorprenderse.

Ningún suspicaz lector estará pensando en medidas de censura a la libertad de prensa e información, pero sí es natural que esta inquisidora pluma se pregunte: ¿El Consejo Nacional de Televisión, los partidos políticos, las instituciones de formación y educación, etc., no tienen nada que decir? La respuesta es contundente: claro que sí.

Fundamentalmente, porque estas conductas comunicacionales -que abusan maquiavélicamente del morbo con que se mueven (nos movemos) naturalmente las personas, la sociedad y los medios-, están advirtiendo sobre la presencia de una descomposición política y social que debiera preocuparnos a todos. De allí lo grave del “silencio compinche” en quienes tienen algo que decir.

Toda persona sensata -con mayor razón quienes ejercen cargos directivos en la sociedad civil o política-, no puede ignorar que “el morbo exacerbado”, ostentado en las conductas e imágenes comunicacionales referidas, se quiera o no viene a abonar, directa e indirectamente, el fomento del narcotráfico y la delincuencia, sin descartar, por otra parte, el incentivo que genera en jóvenes vulnerables el placer de quebrantar normas para entrar en “el mundo de lo tabú”… Para muchos de ellos la trasgresión es fuente de un placer y poder que, por otro camino, les aparece vedado.

Si lo anterior tiene sentido, más lo tiene considerar que la génesis de la criminalidad se encuentra en conductas aprendidas e influenciadas por dinámicas específicas, entre ellas las comunicacionales, que van dando paso a una descomposición social… difícil de revertir.

El efecto de la descomposición social está a la vista. Ya no se habla de la delincuencia criolla: “el lanzazo” … “el cuento del tío” … “el cartereo”…  sino de aquella delincuencia que ha ido mutando hacia la violencia, el sicariato, el crimen, al punto que hoy es el terror quien domina la calle.

La prueba la tienen los noticiarios que, a diario, informan de crímenes feroces perpetrados en espeluznantes circunstancias.

Ahora bien, si al morbo comunicacional, y a la descomposición social, se le agrega la cuota de descomposición política, dando señal que el país no anda bien… la situación se complica. Es generalizado: la ciudadanía tiene una percepción negativa (por ser generoso) de la clase política, apreciación agudizada en el último tiempo dada la errática conducta de figuras relevantes del mundo político… de uno y otro sector.

Por último, esta pluma advierte a sus parroquianos: la costumbre popular recomienda tener presente que, de la misma forma que el pescado comienza a pudrirse por la cabeza… la sociedad empieza a hacerlo por sus dirigentes… ¡En eso estamos!

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