Christián Valenzuela
Abogado

“Me han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías. Y sin embargo, soy de los afortunados. La gente está sufriendo. La gente se está muriendo”. Así empezaba la sueca Greta Thunberg su discurso en la Cumbre del Clima de las Naciones Unidas, para luego quebrarse y evidenciar una mezcla de ira y desesperación en su mirada. Una puesta en escena memorable, para una figura que en menos de un año ha logrado concitar la atención mundial y convertirse, rápidamente, en el símbolo planetario de la lucha contra la llamada emergencia climática.

Su actuación en las Naciones Unidas es la antesala de su viaje a Chile para participar en la Conferencia de las Partes (COP25), y donde muchos aspiran a que los países acuerden ambiciosas metas de reducción de emisiones, para ponerle atajo al comienzo de la extinción masiva que augura la joven sueca. Greta viene a Chile y muchos desde ya se frotan las manos para recibirla y hacer propio su discurso anti-extractivista y que busca, en el fondo, cuestionar nuestro insostenible modelo de vida.

Hoy por hoy, oponerse a los postulados transmitidos por Greta Thunberg y a los acuerdos de París o de la ONU es un suicidio político. “Negacionista” dirán algunos, sumándose a la corriente totalitaria que busca imponer un solo modo de pensar y reaccionar en todo orden de cosas. “Inconsciente” dirán los más moderados, buscando cuestionar el derecho que tenemos de tener una visión alternativa de cómo interpretar ciertos datos y, principalmente, de cómo se están abordando las soluciones en muchos de estos casos.

El cambio climático existe y es una realidad, perceptible en nuestro entorno físico pero también una deducción objetiva a partir del análisis de los datos científicos disponibles sobre aumento de la temperatura global, la crecida de los océanos y el derretimiento de los hielos. Pero esta realidad no nos puede obligar a aceptar sin más las obligaciones que nos quiere imponer la jerarquía mundial, especialmente a los países en vías de desarrollo o derechamente subdesarrollados.

¿Por qué Chile debe comprometerse a la par de países desarrollados que, actual e históricamente, han emitido muchas toneladas más de contaminantes a la atmósfera y cuya industrialización y desarrollo lograron a costa del futuro del resto de los habitantes del planeta? ¿Por qué tenemos que renunciar a las bombillas plásticas, a las centrales a carbón, a la carne de vacuno o al gasto de energía propio de una nación que está a las puertas del desarrollo, para cambiarla por soluciones más limpias pero costosas para nuestras economías, y que postergan indefinidamente mejores condiciones de vida para muchos chilenos que no están ni cerca de vivir en las condiciones de sus pares europeos?

Soy afortunada, afirmó Greta. Efectivamente, ella tuvo la fortuna de nacer en Suecia, país que alcanzó velozmente el desarrollo a punta de energía hidroeléctrica, carbonífera y nuclear. Un país que llenó de ácido sus lagos; que contaminó el Océano Báltico a partir de sus desechos agrícolas y humanos; que ha arrasado sus bosques a partir de la explotación forestal de sus tierras. Una nación que, como pocas, exportaba sus desechos más tóxicos y los llevaba a lugares tan lejanos como Chile, para depositarlos en las costas de Arica, condenando a poblaciones enteras -especialmente a niños- a enfermedades producto del tóxico sueco de exportación. Ese el país de Greta, que hoy se pone a la vanguardia del progresismo ambientalista.

“¿Cómo se atreven?”, exclamó Greta enfurecida al emplazar a los líderes mundiales para que reaccionen frente a lo que ella denomina emergencia climática. ‘¿Cómo te atreves?’, le deberíamos responder muchos de nosotros, habitantes de países tercermundistas que no tenemos mayor responsabilidad en la crisis que su país y otras naciones industrializadas ocasionaron ni tenemos deber moral alguno de asumir tanta responsabilidad en las soluciones.

No, Greta, nosotros no hemos robado tus sueños ni tu infancia con palabras vacías. Esos fueron tus padres quienes te han utilizado para vender libros y que hoy hábilmente utilizan tu inocencia para vivir de esta noble causa. También los robaron los líderes de tu país, quienes no tuvieron una Greta que les dijera las verdades a la cara y que no fueron emplazados, para forzarlos a resarcir los daños de cientos de niños chilenos intoxicados por el plomo sueco.

Por eso, cuando venga a Chile, que se cuide Greta de los nuevos veganos y anti-extractivistas de ocasión, que al igual que muchos compatriotas de ella, lucraron con la industrialización y el desarrollo y ahora ven en la causa medioambiental un nuevo instrumento de manipulación política. Que aproveche también, en nombre de Suecia, de pedir perdón por los daños ocasionados a los chilenos y asuma, patrióticamente, su mayor responsabilidad en la cuota de la crisis climática que heredamos el resto de los habitantes de la tierra. Ese sí que sería un verdadero show de Greta.

 Fuente: https://www.latercera.com/la-tercera-pm/noticia/el-show-de-greta/832605/

 

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