10 febrero, 2025
por Vanessa Kaiser
La derecha tradicional ha quedado atrapada en una especie de trampa. Ya no se trata sólo de llegar a acuerdos, sino, además, de ser de centro, en un contexto en el que el progresismo woke ha infestado todos los niveles de toma de decisión y espacios de la vida política, social, privada e íntima.
Max Colodro, filósofo y analista político, ha planteado en varias ocasiones que uno de los problemas de la izquierda es que no acepta que casi la mitad de los chilenos es de derecha, aunque no suscriba a un partido político en particular. Esa sería una de las causas por las cuales su proyecto revolucionario fracasa. En vistas a la experiencia comparada yo agregaría otro factor gravitante. Me refiero a la histórica falta de adhesión de las FF.AA. y de Orden a ideologías totalitarias y a su rol de garantes de la institucionalidad (doctrina Schneider).
Y es que la izquierda antidemocrática sólo triunfa cuando el poder de las armas se cuadra con sus apetitos de dominación absoluta, nunca refrendado por el voto de las grandes mayorías. El gran problema de la sociedad de masas es que provoca la retirada de los ciudadanos de la esfera pública y, en consecuencia, la democracia constitucional queda desprotegida y es rápidamente capturada por minorías radicales que la destruyen.
¿Cuál es el escenario ideal para combatir a los políticos con inclinaciones totalitarias? Ya lo decía Thomas Jefferson, la libertad sólo subsiste gracias a los ciudadanos vigilantes. El problema surge cuando, en lugar de desconfiar del poder político y de ser representados por fuerzas que se opongan a los apetitos de poder total, los ciudadanos se despreocupan de la política y sus representantes abandonan el rol fiscalizador para el que fueron elegidos. Eso es lo que, a mi juicio, ha sucedido en Chile gracias a una “política de los acuerdos” cuya premisa es falsa de falsedad absoluta: que se pueden reeditar los pactos de los tiempos de la Concertación con políticos que no creen en la democracia, apoyan la violencia para llegar al poder y adhieren a ideologías asesinas.
Gracias a la política de los acuerdos, en los últimos años, si bien el electorado apático y distante podía distinguir entre las diversas ofertas programáticas de los partidos, en la práctica, la derecha tradicional ha dejado de ser una alternativa. Su problema radica en creer posible lo imposible -que revolucionarios, golpistas, admiradores de tiranos sanguinarios estén dispuestos a respetar las reglas del juego democrático. Este error de diagnóstico ha mermado fuertemente su capacidad de representación, cambiando su posición en el imaginario ciudadano.
En breve, para muchos electores, pasó a ser parte de la casta política, es decir, de una clase con intereses comunes (la derecha y la izquierda unidas), contrarios al bienestar general. Sin embargo, hasta ahora tenía a su favor que el desprestigio afectaba a todos los sectores políticos por igual. Prueba de ello fue el 79% de los votos en contra de su participación en la Convención Constitucional que dio a luz al mamarracho. El desprecio a la casta llegó al punto de que los políticos defensores de la democracia tuvieron que esconderse durante la campaña del Rechazo, puesto que temían que ganara el Apruebo sólo por un voto de castigo en su contra. Lamentablemente, no aprendieron la lección y a pocos días del triunfo del Rechazo volvieron a sus andanzas reabriendo el proceso de cambio constitucional, traicionando con ello la fe pública. Surgieron entonces espacios de poder que hoy empiezan a ser ocupados por una nueva derecha cuya emergencia se opone no sólo a la izquierda radical y de centro, sino, también a la derecha tradicional.
Aunque este es un fenómeno político nuevo en nuestro país, en Argentina, EE.UU., Italia, Alemania y parte de Europa comienza a consolidarse con proyecciones importantes para la sobrevivencia de las naciones y de la democracia. ¿Por qué?
Por dos motivos fundamentales. El primero, únicamente la nueva derecha tiene en su ideario el componente soberanista que se opone al globalismo, también entendido como la privatización de la soberanía nacional por parte de los organismos internacionales y de élites poderosas. En lo que respecta a la democracia, su rol es vital puesto que sólo su propuesta provee al votante de una alternativa política real. En suma, la derecha tradicional ha quedado atrapada en una especie de trampa. Y es que ya no se trata sólo de llegar a acuerdos, sino, además, de ser de centro, en un contexto en el que el progresismo woke ha infestado todos los niveles de toma de decisión y espacios de la vida política, social, privada e íntima. En breve, en este marco, ser de centro equivale a ser de izquierda, de lo que se sigue su suicidio político con consecuencias catastróficas para el país.
Un ejemplo reciente ha sido el apoyo a la reforma del sistema de pensiones que atenta directamente en contra del principio de propiedad. Lo dijo el Presidente Milei en la última reunión de las élites globalistas en Davos, invitándolas a “romper las cadenas ideológicas” con las que están destruyendo a Occidente, cúspide del progreso de todas las civilizaciones conocidas. Los fundamentos de su éxito han sido: ahorro, inversión y trabajo duro. No cabe duda de que ese círculo virtuoso de la abundancia tiene por fundamento el derecho de propiedad. Este no sólo es su terreno más fértil, sino, como bien establecieran Daron Acemoglu y James Robinson en su libro titulado, Por qué fracasan las naciones (2012), una condición necesaria, aunque no suficiente para el desarrollo de las economías y el bienestar de los pueblos.
Y es justamente la defensa de dicha columna vertebral la tarea más importante de ese sector que dice querer representar a casi el 50% de chilenos ubicados a la derecha en el espectro político. De ahí la alarma, el desánimo, la desazón y por qué no, decepción radical que ocasionó el apoyo de Chile Vamos a la reforma de pensiones. ¿Tan rápido olvidaron que uno de los motivos fundamentales para rechazar el mamarracho fue el cambio hacia un modelo solidario de reparto? ¿Cómo es posible que no entiendan que los réditos políticos serán para la extrema izquierda que hoy nos gobierna? ¿Por qué han decidido abrir la puerta a la destrucción del modelo de capitalización individual? ¿De dónde sacará el Estado los fondos para pagarle al millón de empleados públicos los costos provocados por la reforma? ¿Qué sentido, si no es ideológico, tiene igualar a mujeres y hombres si la edad de jubilación es desigual? Algunos hablan de la derecha cobarde yo, a estas alturas, prefiero denominarla, derecha suicida.
Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/la-derecha-suicida/
.