Juan Pablo Zúñiga Hertz


Cuando se acercaban las fiestas patrias, era común que en mi familia –como en la de millones de chilenos– el tema fuese el qué íbamos a comer, con quién haríamos el asado del 18, del 19, etc., todos simples panoramas que podían cambiar de año a año. Lo que nunca cambiaba era la ceremonia de poner la bandera en la casa y ver la Parada Militar. Una situación análoga se daba también para el 21 de mayo.

Fuera de las fechas claves que realzan los valores patrios, consciente o inconscientemente todas las familias mantienen una estructura de tradiciones orales que, aunque no se goce con la presencia de un héroe en esta, de alguna u otra manera siempre hay uno o más personajes que algo han tenido que ver con la historia nacional y cuya memoria se va transmitiendo. Las tradiciones tienen ese encanto que nos conecta con un pasado que no vivimos, pero del cual nos hace parte.

Por cierto, los colegios tenían un papel importante en la mantención de las tradiciones que inculcaban el patriotismo. Cantábamos el Himno Nacional todos los lunes. Celebrábamos actos cívicos donde más de una vez tuvimos que disfrazarnos y pintarnos una barba con un corcho quemado para parecernos a Prat, Aldea, Serrano, O’Higgins, Carrera, y tantos otros que dieron todo por Chile. Cada uno de esos lunes entonábamos el mismo himno; cada ropaje y barba postiza para parecer un prócer no era más que eso, un disfraz, pero, al mismo tiempo, iban dejando una huella imborrable de cariño y devoción por la patria.

Cada vez que nos preparábamos para uno de esos actos cívicos, a quienes nos tocaba representar un personaje patrio, teníamos que aprendernos un diálogo que teníamos que actuar. ¿Dónde practicábamos ese diálogo? En familia y principalmente el domingo. Todavía me acuerdo cuando, entre la seriedad de tener que recordar las palabras del texto, los errores y las risas, mi papá, para dar un cierto énfasis, tomaba el diálogo y lo representaba el mismo casi gritando “¡Muchachos, la contienda es desigual!”.

Fuera del estrés de los actos cívicos, para aquellos que nacimos en familias con padres que eran adultos jóvenes para finales de los 60’ y comienzo de los 70’, las conversas de sobremesa con cierta frecuencia tocaban el tema del cómo cada uno vivió y se hizo parte de una u otra manera en la construcción de la historia de Chile desde 1970 en adelante. Cada historia venía con una lección que siempre colocaba a Chile en lo más alto.

“En familia surge lo mejor”, decía el eslogan de la Fundación Hacer Familia a mediados de los 90’. En familia surgen los amantes de Chile. En familia surgen los que aman al país, al pueblo de Chile, a nuestra historia y a las tradiciones que nos trajeron hasta este punto de la historia universal. Vea aquellos héroes que representábamos en los actos cívicos y verá que todos tuvieron por detrás una familia que, siendo un papá y una mamá, con muchos o ningún hermano, sea la mamá sola con la abuelita, etc., todas les inculcaron a ellos lo mismo que a usted y a mí. Las circunstancias hicieron de ellos héroes nacionales. Usted y yo podemos ser héroes anónimos que tal vez nunca tendremos ni siquiera un busto en el living de la casa, pero que al igual que los que forjaron a Chile, siempre hemos tenido el interés superior de poner a Chile primero.

Existe esa expresión que habla sobre nacer en cuna de oro. Pienso que el sólo hecho de nacer en una familia ya nos hace acreedores de la gran bendición de nacer en una cuna de oro, sin importar si la familia es humilde o no. Es en ella donde la tradición se mantiene. Es en ella donde entre penas y risas se fragua el patriotismo, que no es otra cosa –al menos para mí– más que ser ciudadanos de bien amantes de Dios, amantes del país, de la familia y activos personajes prestos a estar siempre listos, al servicio de la sociedad.

Fuente: https://viva-chile.cl/2024/07/formando-heroes-manteniendo-la-tradicion/

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