Mauricio Riesco Valdés
En 1970 el presidente Eduardo Frei Montalva traspasó el mando de la nación a Salvador Allende G., primer mandatario marxista en la historia de Chile, y abrió el camino para que éste consiguiera poner en jaque al país desde el inicio de su mandato. Al cabo de tres años, ya era fácil augurar que una revolución se acercaba a pasos largos. En apenas 1.000 días Allende había arruinado el país e hipotecado su futuro. La profunda crisis política, económica y social generada en su gobierno hizo que prácticamente toda la ciudadanía pidiera la ya impostergable intervención militar, exactamente al revés de lo que enseña la propaganda izquierdista. La Corte Suprema de Justicia y el Congreso Nacional habían declarado en agosto de 1973 que el gobierno de Salvador Allende infringía la Constitución y las leyes del país. Ante el completo caos que se vivía, el clamor popular y la ilegitimidad en que había caído el gobierno declarada oficialmente por los otros dos poderes del Estado, las fuerzas armadas se vieron conminadas a destituir a Allende y asumir el gobierno de la nación.
Si bien hubo que pagar un alto precio por la dura resistencia armada que opusieron los numerosos y bien entrenados comandos terroristas, el gobierno, a cargo de una junta de comandantes en jefes primero y del general Augusto Pinochet como presidente de la República después, consiguieron con el esfuerzo de todos, devolver la esperanza en el futuro de Chile. La erradicación del marxismo y del terrorismo de la vida nacional tuvo un alto costo en vidas humanas por ambos lados, pero el visionario manejo del gobierno, dotado de una nueva institucionalidad, creativa y moderna, fue exitoso. Se hicieron cambios de tal magnitud que permitieron, entre otras cosas, el surgimiento paulatino de una amplia clase media, fuerte y pujante como nunca la tuvo antes el país; se dieron garantías de estabilidad que atrajo mucha inversión extranjera; se consiguió bajar sustancialmente las tasas de mortalidad infantil y de pobreza; se implantó un sistema de economía de mercado que permitió quitar abundante grasa al Estado y facilitó una libertad de emprendimiento a los particulares; se crearon novedosos modelos privados de salud y pensiones. Todo hizo que por muchos años nuestro país fuera admirado por otros, particularmente en Latinoamérica; sus reformas como la previsional, por ejemplo, fue incluso copiada por países desarrollados. Al cabo de unos años Chile gozaba de un bien ganado prestigio en la región y el mundo entero. Hasta los gobiernos de centro izquierda que siguieron al del presidente Pinochet mantuvieron muchas de sus reformas y no se atrevieron a privilegiar ideologías por sobre el éxito alcanzado. Es cierto que aún penan en nuestro país las brutalidades cometidas por un grupo de alienados del organismo de inteligencia militar de la época, lo que desprestigió al gobierno y pasó a ser y seguirá siendo el caballo de Troya de la izquierda y el comunismo.
Pero más que datos duros, números o estadísticas del gobierno militar, importa destacar aquello que “por sabido se calla y por callado se olvida”. Me refiero a los autores intelectuales del éxito alcanzado; a los profesionales, técnicos y expertos civiles involucrados activamente en el servicio público de aquella época. En efecto, el mérito de las Fuerzas Armadas no solo consistió en terminar con un gobierno marxista, completamente fracasado y caído en la ilegalidad, sino que, principalmente, en haber liderado un movimiento disciplinado y claramente motivado por un fuerte amor a Chile en el que la autoridad supo rodearse con los civiles más capacitados y competentes para reconstruir el país, para empujar un carro que, recién sacado del pantano, su suerte pudo haber sido muy distinta sin ellos. Fueron 17 años –con fecha de entrega del poder previamente comprometida– en los que un militar muy sagaz supo gobernar el país con audacia e inteligencia y no solo en su frente interno, sino que, además, fue capaz de controlar situaciones altamente conflictivas con dos de nuestros vecinos y muy cercanas a un enfrentamiento bélico, obteniendo con firmeza una paz a todas luces difícil de conseguir. También en ello contribuyeron prestigiosos profesionales civiles.
Quizás si no hayamos sido suficientemente agradecidos del ejemplo que nos dio un grupo de ciudadanos que hicieron de Chile un país respetado y admirado por todos gracias a la confianza que su líder depositó en sus capacidades. No es fácil encontrar tales ejemplos en nuestra historia patria. Un análisis objetivo, demuestra que el de Pinochet fue un gobierno verdaderamente restaurador, que no buscó el poder y que cumplido su período constitucional entregó a sus sucesores un país modernizado en sus instituciones, sólido en su economía, con una pujante clase media y con claras proyecciones para ser un país desarrollado.
El gran filósofo Platón se refería a la democracia como una “forma agradable de anarquía” (La República, Libro VI), de lo que se desprende que para él la democracia per se no garantizaba una buena gestión. También definía la “aristocracia” como el gobierno de los mejores, los más capacitados. Entonces, siguiendo los enunciados de Platón, quizás si hubiera que concluir que tienen razón los que aseguran que Chile no vivió en democracia durante los años del gobierno militar porque, de hecho, no hubo ni asomo de anarquía sino todo lo contrario. Tuvimos en esos años, pues, un gobierno “aristocrático” en el sentido clásico del término: nos gobernaron los mejores, los más preparados y competentes. Decisivamente, fue gente experta, juiciosa, inteligente y amante de su patria, civiles y uniformados que le cambiaron la cara al país. En esos años se hablaba de una “democracia protegida”, modelo que aquel erudito filósofo quizás no imaginó, pero que nos alejó precisamente de la anarquía que sí sufrimos entre el 70 y el 73. Y, bueno, perdida ya esa “protección”, el contraste que vemos hoy con las actuales autoridades es pavoroso. Hemos caído en un desgobierno de unos aprendices donde todo es posible, ya casi nada asombra, ni siquiera la ingeniosa lucidez de un parlamentario de gobierno que pide legislar para que se respete el estado “físico y mental” de los pescados y moluscos porque ellos son seres “sintientes”.
¡Qué lejos se percibe aquel “gobierno de los mejores” que tuvo Chile! Pero como en política todo es posible, con nuestros votos podríamos atraer nuevamente a “los mejores” si nos ponemos bajo el amparo del buen criterio rehuyendo de aquellos protectores de pescados sintientes.
Fuente: https://viva-chile.cl/2024/07/chile-alcanzo-a-ser-un-pais-aristocratico/
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