Rodrigo Ojeda
Esta es una radiografía sobre la generación que marchó por las calles y llegó a instalarse a La Moneda, en una década. Un colectivo político del progresismo local que dice sintonizar con las “demandas ciudadanas”. Un grupo de pastores a cargo de un rebaño desmarcado de la transición y la Concertación (los 30 años). Vástagos movilizados, descendientes que mordieron la mano y llamaron a evadir. Una generación que mediante su puesta en escena (performance) y relato ha favorecido la forma en la cual la vemos.
Según Contardo: “una izquierda desorientada en sus prioridades y torpe en sus ejecuciones”, los que nos gobiernan desde abstracciones, frente a una realidad que alecciona su impulso asilvestrado y rupturismo salvaje. Son malos perdedores (se pican) y apasionados (cegados) por avanzar diciendo: “¡Seguimos!”.
Provienen de universidades, asambleas (ese eterno asambleísmo que toma decisiones poco democráticas en forma y fondo); de movilizaciones con petitorios corporativistas y luego de alcance nacional-universal. Están a un paso de exigir días de duelo estelar al morir una estrella. Desde esas asambleas vienen predicando sobre el feminismo militante y la igualdad de género; dentro de las colectividades frenteamplistas los hombres están sometidos al correccionismo (ley del Talión), lo masculino y femenino se tornan difusos y fluidos.
Son la nueva izquierda, los progres con ideas nuevas de puro viejas. Carga con un componente integrista, castigan y se castigan desde lo flagelante, censurando el disentir interno de sus colectivos. Buscan redimir sus pecados y mantenerse inmaculados a pesar de ser vanidosos(as) y lucir objetos suntuarios y de status. En secreto, les gusta la farándula.
Generacionalmente son hijos y nietos del Chile democrático, próspero y en colores
Nacieron en comunas sin contrastes ni calles de tierra. Provienen principalmente de colegios particulares (pagados en UF), lejanos de la pobreza y la marginalidad, con participación en centros de alumnos y en la acción social de sus colegios, de esas ayudas en alimentos no perecibles donadas a “los pobres”. De seguro, ese fue su primer acercamiento (remoto) con la pobreza y marginalidad, ante la cual realizan genuflexiones, buscan fervientemente redimir a los “vulnerables”.
Parece ser que “viven en un estado de ensoñación” y ansiedad perpetua al estar rodeados de tecnología, likes, seguidores y todo ese mundo digital de lo instantáneo e inmediato (desechable), con una obsesión por estar y no perderse nada de lo que pasa en las redes sociales; una generación apegada a lo visual y a los accesorios tecnológicos, gozan del capitalismo tecnológico sin culpa.
El punto geográfico y urbano que los une y reúne en sus momentos de ocio es el “Reino de Ñuñoa”, comparten barrios, bares, restoranes y calles. Deambulan utilizando un lenguaje inclusivo (por suerte en retirada), soñando con un Wallmapu libre, semejante al paraíso bíblico (muy pocos ya se refieren a las tierras de Elisa).
Comparten la moda, gestos y gustos que los vuelve reconocibles. Aunque renieguen, son parte de la élite y sus privilegios dados y heredados, como el ocio, el cual no necesariamente lo destinan a leer ni estudiar, son más visuales y auditivos, aprenden mediante series de moda, podcast y videojuegos. Todo lo anterior, lo combinan con el bagaje posmarxista y populismo de sus gurúes en las universidades locales y mundiales.
Sus causas suenan bien, aunque no necesariamente sean sensatas ni fundadas. Lo mismo aplica a sus “gustitos” en las relaciones internacionales.
Están siempre dispuestos a amplificar los conflictos (agudizar las contradicciones del neoliberalismo), responsabilizando al otro tal por el tropiezo en el objetivo buscado. Se han ido convirtiendo en una tribu, poseen una identidad de clan, junto a una estrategia de manada cuando es necesario cancelar y “funar” a un enemigo o a un cercano, ofrendan a sus dioses a sus propios vástagos.
Allende es una figura divina, un icono celestial, un referente que no conocen del todo, menos el proceso histórico de la Unidad Popular. No pocos sostienen que el propio Boric imita a Allende en gestos y vestimentas, una especie de puesta en escena y cosplay. Todo parece ser parte de un libreto y de la gramática del espectáculo. Son los únicos que entienden el concepto y mandato de lo digno y la “dignidad” que debe esparcirse cual maná en los sectores populares. Muy pocos osan mencionar la plaza olvidada.
Su lenguaje tiene muletillas y a ratos es muy enredado, un lenguaje soberbio con frases mediáticas: “habitar el cargo”. Dicen poco en mucho y recurren constantemente a lugares comunes, a pesar de sus aires de intelectuales y de sabihondos. Combinan la narrativa con lo performático, la imagen lo es todo. En esta generación nada queda al azar y muy poco es espontáneo en sus intervenciones televisivas, quizás en las redes sociales son menos libreteados y empaquetados.
Su último gran invento es dividir los objetivos en avances o retrocesos civilizatorios, es el nuevo mantra de esta generación. Dicho en simple: si ganan es un avance (celebran), pero si pierden en su propósito es un retroceso civilizatorio (pataleta), realmente creen que “vienen de vuelta” y nos dicen que vayamos “a la esquina a ver si llueve”. La medida perfecta para su mundo y piedra filosofal es su propio ombligo progresista, medida que acompaña esa moral distinta y superior (a ratos es más distraída que distinta).
Estas líneas contrarias a la corriente y lo correcto, están basadas en el artículo de la periodista Ximena Torres, publicado en el sitio web del diario El País, el 20 de abril reciente. Otro componente de lo expresado, es el repudio ficcionado, cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia (sin picarse). El telón de fondo de lo escrito va acompañado de una canción y letra de los Prisioneros ¿Por qué no se van?:
Si aquí no tienes los medios que reclamas
Si aquí tu genio y talento no da fama
Si tu apellido no es González ni Tapia
¿Por qué no te vas?
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Arca News el miércoles 8 de mayo de 2024.
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