Cristián Valenzuela
Quizás llegó la hora de que Chile conozca a fondo el modelo Bukele y con seriedad se estudien sus fundamentos y decisiones.
Las 23:30 horas en la Plaza La Libertad de San Salvador, en pleno centro cívico de la ciudad. No hay militares, no hay toque de queda, no hay pandillas. Algunos metros más allá, está lleno de niños que corren por las escaleras de la nueva (y monumental biblioteca) que está abierta las 24 horas y cientos de turistas que se sacan fotos frente a los edificios iluminados que rodean las calles del sector.
A solo unas cuadras, en el año 2016, el panorama era completamente distinto en la llamada “calle de los crímenes”, donde decenas de salvadoreños eran asesinados por las pandillas a plena luz del día. Un testigo de la cruenta escena decía: “no me pregunte y no le pregunte a nadie de los demás vendedores los detalles, porque todos vamos a responder que no vimos nada, no escuchamos nada y que no sabemos quiénes son los que andan matando”, reflejando la impotencia de una población que olvidó lo que era vivir sin miedo y para quienes el silencio era la única alternativa para salvar sus vidas.
El Salvador, no hace muchos años, era uno de los países más peligrosos del mundo, con una tasa de homicidios que en 2015 alcanzaba los 106 por cada 100.000 habitantes. Hoy la tasa ha descendido apenas a 1,5 homicidios que, para este 2024, solo han ocurrido 27 muertes. Un cambio radical que hoy permite a los salvadoreños dejar de contar muertos y enfocarse en contar cuantos días llevan sin homicidios.
En contraste, el Chile tranquilo y pacífico de hace algunos años ya no existe y en el país, no contamos días sin homicidios, sino contamos muertos casi todos los días. Asesinatos, sicariatos, desmembramientos y balas locas, crímenes hasta impensados en nuestro territorio, hoy son parte del panorama habitual. Personas enterradas vivas y otras que ni siquiera sabemos dónde las entierran. Chile se convirtió en el destino preferido de las bandas criminales más peligrosas de Latinoamérica y en el refugio de delincuentes, narcotraficantes y los mafiosos más peligrosos del continente.
Muchos dudan de Bukele y ciertamente la historia de nuestro continente ha sido generosa en malas experiencias de gobiernos que devienen en regímenes autoritarios. Pero la exitosa estrategia en materia de seguridad requiere que hagamos un esfuerzo por distanciarnos de las caricaturas y consignas, e investiguemos a fondo cómo El Salvador tuvo este cambio tan radical y con resultados tan exitosos. Hoy las pandillas están en la cárcel y son los ciudadanos honestos los que caminan libremente por la calle. Eso no es una regresión autoritaria, sino un avance definitivamente civilizatorio.
Ocho de cada diez chilenos valoran positivamente la figura del Presidente Nayib Bukele. La inmensa mayoría no lo conoce, pero lo que sabe de él y lo que ha hecho en su país, es suficiente para quererlo. El Salvador dejó de ser un ejemplo vergonzoso para Latinoamérica y en materia de seguridad, hay un modelo que debe ser estudiado y que puede convertirse en un referente para el resto del mundo.
Quizás llegó la hora de que Chile conozca a fondo el modelo Bukele y con seriedad se estudien sus fundamentos y decisiones. A diferencia de El Salvador, donde los ciudadanos han recuperado su libertad, en Chile la estamos perdiendo día a día, aumenta el miedo y el silencio se está transformando en la única forma de salvar nuestras vidas. Es hora de actuar, antes que sea muy tarde.
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