27 mayo, 2021 

 

 

 

 

 

Magdalena Brzovic y Sergio Melnick


Uno de cada tres pesos que ganan los chilenos va al Fisco. ¿Qué hace el Estado con tanto impuesto que nos cobra? ¿No sería apropiado exigir un mínimo de eficiencia en el gasto público en vez de seguir aumentando los impuestos?


Para los políticos los impuestos son su forma de financiamiento, tanto personal como de las políticas públicas que proponen. Para la izquierda, por doctrina y no por la razón, siempre es mejor más impuestos que menos. Para el ciudadano, en cambio, es justo al revés, y curiosamente en esa opción siempre ganan los políticos. Y cuando llegan los populistas a gobernar, simplemente quiebran a los países a punta de mal gasto y malas políticas tributarias.

En Chile, desde el primer gobierno de Bachelet, es decir, nada menos que hace 15 años, tenemos un fuerte déficit fiscal. En castellano simple, el gobierno empezó a gastar más de lo que recibe. Y eso que durante su administración se reformó el sistema tributario para aumentar fuertemente los impuestos, con las consecuencias por todos conocidas y con una recaudación rotundamente fracasada.

El mensaje de la reforma tributaria de Bachelet indicaba que para financiar la educación gratuita y de calidad era necesario recaudar 3 puntos del PIB. Hoy podemos ver con vergüenza que sólo recaudó menos de la mitad, sin contar todas las externalidades negativas que ella trajo consigo. Bachelet hizo añicos la regla del superávit fiscal que se instaló en el gobierno de Lagos. Y por cierto ni ella ni los políticos que la aprobaron pagaron la cuenta.

Los políticos jamás bajan el gasto fiscal, aunque sea un pésimo gasto. El Transantiago, que debió no costar un peso, le cuesta hoy al contribuyente más de US$2.000 millones al año (incluyendo compensación regional). Igual ocurrió con el aumento de parlamentarios, que nos prometieron tendrían costo cero; los falsos exonerados; la sobredotación de empleados públicos que incluye una amplia casta de operadores políticos, los nuevos ministerios y entidades públicas. Ahora se agregan gobernadores regionales y su voluminoso staff, la asamblea constituyente, los bonos, etc.

Prácticamente uno de cada tres pesos que ganan los chilenos van al fisco. Chile tiene los políticos mejor pagados del mundo y los empleados públicos ganan en promedio un 40% más que en el mundo privado, son inamovibles, poco productivos (por cierto hay excepciones) y, además, algunos de sus gremios están abiertamente politizados.

Pero aún así quieren seguir subiendo los impuestos. Las empresas pagan un 27% de sus utilidades. El impuesto al trabajo puede llegar hasta el 40% de la renta. El Global Complementario, puede llegar al 44,45%. Los extranjeros, hasta 35%.

Pero eso no es todo. Pagamos un IVA del 19% de todo lo que consumimos y también impuesto a los bienes “suntuarios” de 15% sobre el valor de venta, independientemente que después, al venderse, se aplica IVA de 19%.

Si le parece poco, agregue el impuesto a los licores del 27% y también a los vinos y cervezas destinados al consumo, que es del 15%, por cierto siempre más el IVA. Y no termina: hay impuestos a las bebidas alcohólicas, naturales o artificiales, aguas minerales, y adicionadas con colorantes con un 13%.

El apetito feroz de los políticos por los impuestos grava también al tabaco, con la friolera del 52,6%, y al tabaco elaborado, con el 59,7%.

La lista no termina. Hay un gravoso impuesto a los combustibles, también impuesto a los actos jurídicos, como a los Timbres y Estampillas. Otro es el impuesto al comercio exterior, las importaciones pagan 6% de arancel (siempre más IVA) que va directamente al precio que pagamos los ciudadanos.

Otro gravamen absurdo y al patrimonio que son las contribuciones de bienes raíces, pero eso es tema para otra columna. Agregue ahora el impuesto a la herencia y donaciones. Desde luego nos falta señalar los impuestos municipales y las patentes comerciales, el impuesto a los Casinos de Juegos, el ingreso a las salas o casino es de 0,07% de 1 UTM. Los operadores de casinos pagan 20% sobre sus ingresos brutos, deducido IVA y PPM.

Y como todo lo anterior aún les parece poco a los políticos, además pagamos tasas y derechos por el uso de carreteras, estacionamientos de calle, permisos de edificación, pagamos nuestro propio fondo de pensión y nuestras Isapres o Fonasa, y patentes de autos que no son sólo un permiso de circulación, sino otro absurdo impuesto al patrimonio.

A la hora de cobrar impuestos, el principio sagrado de la igualdad que defiende la izquierda se desvanece en el olvido. Por definición los ricos pagan más que los pobres, eso son matemáticas elementales. Pero ¿por qué algunos ciudadanos deben hacer un esfuerzo proporcional mayor que el resto? Ahí la igualdad se fue al tacho. La solidaridad es importante y un principio humano muy valioso, pero no se puede hacer por decreto ya que eso es claramente una expropiación legalizada.

¿Qué hace entonces el Estado con tanto impuesto que nos cobra?

Recuerde que el Estado gasta anualmente la escandalosa cifra de U$75.000 millones al año. Hasta le pagamos viáticos a los honorables por ir a su propia oficina. Sobran 200.000 empleados púbicos y probablemente unos 10 ministerios. Además, se endeuda anualmente en más de U$10.000 millones, que deberán pagar las futuras generaciones. Eso sería valioso si fuesen recursos de inversión, pero son simple gasto corriente, es la farra política más grande de la historia. En un par de años todos los ingresos de Codelco alcanzarán apenas para pagar los intereses de la deuda. Ni un solo peso llegará al ciudadano.

¿No sería apropiado exigir un mínimo de eficiencia en el gasto público?

Einstein definía la locura como hacer siempre lo mismo esperando un resultado distinto. Subir impuestos está probado que no soluciona los problemas. ¿Por qué no copiamos los modelos de países en que sí hay fórmulas innovadoras?

Está el impuesto negativo a la renta, que permite en su diseño terminar con el sueldo mínimo y en cambio el estado le entrega a cada ciudadano una transferencia directa para que a su renta le adicione lo que le falta para llegar a la línea que definamos como ética o digna.

¿Por qué no copiar la idea de los norteamericanos de permitir a los contribuyentes destinar una parte de sus impuestos a proyectos socialmente relevantes, como los relacionados con arte, cultura, filantropía, religión, etc., en vez de tener que tragarnos la rabia cuando los recursos fiscales se destinan a fundaciones políticas, proyectos fracasados, museos polémicos y otros?

¿Por qué no considerar como un contribuyente al grupo familiar?

¿Por qué no tomar medidas para hacer más eficiente el gasto público en vez de seguir esquilmando a los ciudadanos?

En vez de seguir exprimiendo el limón que ya no da más jugo, recurramos a aquellos que saben, que piensan, y que pueden proponer ideas innovadoras y eficientes.

¿Por qué pagamos a los parlamentarios para que hagan más de lo mismo? Exijamos innovación, por último un copy-paste de modelos que sí han dado resultado en otras partes del mundo.

Quizás lo más relevante es no seguir eligiendo políticos inescrupulosos sino ponernos de acuerdo para que la reforma al Estado permita una eficiente administración de los recursos de todos los chilenos.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/magdalena-brzovic-y-sergio-i-melnick-impuestos-y-mas-impuestos/

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