19 abril, 2021 

 

 

 

 

 

Pilar Molina
Periodista


Ahora es el turno de la izquierda. Por fin, sin cerrojos o contrapesos institucionales. Es posible que todos los chilenos sean más pobres y el país más convulsionado, pero todos serán más iguales.


Diciembre 2021. Y se comprobó que tenían razón. Ellos interpretaban bien las causas del estallido social y su estela de violencia, el malestar, el rechazo a un modelo económico de desigualdad y abusos y a un sistema político elitista.

Tan en lo cierto estaban que arrasaron en las elecciones de gobernadores y de alcaldes de mayo. En la Convención Constitucional no obtuvieron los dos tercios, pero ganaron por oleada el nuevo Congreso y en la Presidencia de la República pusieron a uno de sus 10 candidatos, que no era de los de ultra izquierda, sino que del autodenominado “socialismo democrático”. Ergo, podrán por fin hacer lo que tanto han pregonado porque les sobra quórum para escribir un nuevo orden desde la constituyente y  el nuevo mandato presidencial.

El sistema binominal lo eliminaron antes, pero ahora van a instalar un semi parlamentarismo, donde la mayoría de izquierda se encargará de elegir al futuro jefe de gobierno para siempre y el parlamentarismo de facto actual no será nada frente a las atribuciones robustas del nuevo Congreso.

Serán los tiempos para imponer el programa de la izquierda, marcado por el sector más ultra. Sin acuerdos, sin diálogo, ni respeto por las minorías, porque ahora le toca a la voluntad popular, a la mayoría. Algunos ejemplos: el nuevo orden será con el impuesto a los súper ricos, porque aunque recaude poco, es justo que los ricos paguen más siempre. Y siempre pueden pagar más. También se elevará de nuevo el impuesto a las empresas, porque la democracia real no se deja inhibir con argumentos técnicos como que el 27% actual es de las tasas más altas que tienen los países desarrollados.

¿Qué viene a continuación para el nuevo gobierno, que la derecha haya obstruido durante 2020? Dictar sendas leyes para volver a suspender los pagos de todos los servicios básicos, a pesar del reclamo de las compañías que las deudas se acumulan, incluso de los que pueden pagar, y serán impagables. Ah, también extender el post natal, porque en 2022 seguiremos con idas y venidas virales. Igualmente, continuar con todos los jardines y colegios cerrados y extender el post natal a los padres, haciéndolo extensivo a los que tienen hijos menores de dos años. Asimismo, cerrar toda la economía no esencial si hay nuevos brotes y establecer al fin el ingreso universal que asegurará rentas a todos los ciudadanos.

Aunque durante 2021 se retiró la mitad de los fondos de pensiones de las AFP, mucho más que el equivalente al Presupuesto anual de la nación, en 2022 se terminará de extraer el resto de los recursos dejando al Estado a cargo de dar todas las pensiones. Ni la básica (PBS), ni el Aporte Previsional Solidario (APS) para mejorarlas continuarán vigentes. No, en la nueva agenda por una seguridad social solidaria, el sistema volverá a ser el de reparto. El Estado recaudará solidariamente las cotizaciones de todos los trabajadores para poder pagar a los chilenos una pensión universal que esté sobre los $177 mil de la línea de la pobreza.

Los nuevos tiempos meterán el prometido bisturí a la “economía extractiva” y pondrán nuevo royalty a la minería, a los salmones, a la industria forestal y pesquera, porque los recursos son de todos los chilenos y ellos deben ser los principales beneficiados y no inversionistas internacionales o grandes conglomerados que los explotan “y se llevan toda la plata para afuera”, como afirman compañeros diputados.

Pero el programa esencial no acaba allí. Es cuestión de rescatar las principales demandas de los candidatos de la izquierda democrática: aborto libre (un compromiso con el feminismo); legalizar la marihuana recreativa (plantación y comercialización), matrimonio homosexual, y eutanasia, si ésta no se ha aprobado antes.

Será también el momento de concretar la sentida aspiración de izquierda de disolver y refundar Carabineros para convertir esta institución opresora en una policía que no criminalice la protesta y la movilización social y vele por los derechos humanos.

Se procederá a “desmilitarizar” la macro zona sur en conflicto y se instaurarán mesas de diálogos con las comunidades mapuches en armas y las pacíficas para darles reconocimiento constitucional, sentarlas en el parlamento y otorgarles tierras.

Apenas sea posible, se acometerá la reforma a la salud, para que se sea igual para todos atenderse en Vitacura o en San Gregorio. Ella comenzará porque la cotización obligatoria vaya en un 100% al Fonasa a partir de 2022.

No menor, se le hincará el diente a otros pilares del actual ordenamiento injusto: se instalará un Estado social de derechos y los beneficios fiscales serán todos universales, poniéndose punto final a la focalización. Los ricos devolverán los subsidios pagando más impuestos. Se terminará asimismo con la autonomía del Banco Central, al cual se le permitirá financiar el déficit fiscal del gobierno emitiendo deuda y se le encomendará estimular el crecimiento, conservando su atribución de vigilar la inflación para que no se convierta en un problema grave.

Y lo último primordial, cerrar por fuera el Tribunal Constitucional, porque la Constitución será una carta dinámica que irá recogiendo la evolución del sentido del pueblo y aquello no admite un mentor superior que esté cautelando las garantías constitucionales o la separación y distribución del poder. La mayoría debe poder aplicar su programa sin tutelajes constitucionales.

Concluyendo: ahora es el turno de la izquierda. Por fin, sin cerrojos o contrapesos institucionales. Es posible que todos los chilenos sean más pobres y el país más convulsionado, pero todos serán más iguales.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/pilar-molina-un-mundo-feliz/

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