03 de junio, 2020
Orlando Sáenz Rojas
Empresario y escritor
En lo inmediato, convendría eliminar los mensajes tranquilizadores, porque en realidad no tenemos nada tranquilizador por delante y necesitamos desesperadamente que la ciudadanía comprenda la magnitud de los desafíos que nos amenazan para lograr que el temor fortalezca la unidad que necesitamos. Hay que recordarles a todos que los míticos jinetes del Apocalipsis son cuatro y no solamente el de la peste. Para nosotros, los otros tres bien pueden ser el caos, el hambre y la cesantía.
Recientemente el ministro del Interior ha denunciado públicamente que personeros –incluso parlamentarios– del Frente Amplio, el Partido Comunista el y Partido Socialista están incitando a la realización de protestas sociales aún en las condiciones en que se encuentra el país en desesperado combate contra el Covid 19. Como todos somos testigos presenciales de la efectividad de esa denuncia, lo importante de ella proviene de quien la hace y del cargo que ocupa, más que de lo que afirma.
En efecto, el ministro Blumel ha sido el campeón de los acuerdos parlamentarios transversales, al punto de evitar que el gobierno haya tenido que recurrir al estado de sitio para disponer de las facultades que le son imprescindibles para enfrentar la dura emergencia con alguna esperanza de éxito. Circulan innumerables versiones sobre los dos dramáticos episodios en que logró esos acuerdos al filo de la hora límite, todas ellas respaldadas por las alabanzas también transversales que recibió en esos momentos. De esa manera, el que el gobierno lo haya elegido a él para publicitar la denuncia a que hacemos referencia tiene un muy particular significado.
Significa que el régimen ha asumido, finalmente, que existe un bloque de extrema izquierda con el que no solo es imposible entenderse, sino que además se trata de un conglomerado rupturista de carácter revolucionario que busca en definitiva quebrar la institucionalidad vigente. Significa que ya sabe que, además de la tremenda amenaza del coronavirus, lo espera un rebrote de la violencia en cuanto tenga que deponer los estados de excepción que aquella amenaza hizo necesarios y que tendrá que enfrentarla en peores condiciones sociales que las que le estallaron en la cara en octubre pasado.
Lo que no sabemos todavía es si asumir esa penosa realidad significará el definitivo abandono de la política candorosa con que don Sebastián Piñera inició su segundo mandato y que fue la que le hizo ignorar todos los síntomas que anticipaban lo que ocurriría en octubre de 2019. Fue esa política, que buscaba hacerlo querido más que respetado, la que lo llevó a errores políticos capitales, como el de no denunciar en el momento inagural el verdadero estado en que recibía el gobierno de la nación, como el de no poner coto al acoso judicial de las Fuerzas Armadas, como el dejar que la incerteza jurídica paralizara el pleno despliegue de la inversión productiva, como el de ignorar que asegurar la gobernabilidad es el más importante de los deberes de todo gobierno. En suma, no sabemos si el gobierno ha aprendido que, si es deseable que un régimen sea popular y simpático, es mucho más importante que sea respetado y obedecido. Por otra parte, no es seguro que el Presidente comprenda a cabalidad que si tras el fin de la emergencia sanitaria rebrota la violencia y la incerteza jurídica, toda esperanza de recuperación económica se desvanecerá y el país se sumirá irremediablemente en la miseria y el caos social. Desde esa perspectiva, la amenaza planteada por la izquierda rupturista es letal y sería un irreparable error mirarla como una simple contingencia política, cuando en realidad se trata de una confrontación terminal.
El desafío que plantea la izquierda rupturista y revolucionaria tiene, sin embargo, tres grandes debilidades: es muy predecible, es heterogénea y facilita la formación de un amplísimo frente democrático consciente de la necesidad de fortalecer las defensas del sistema. Es seguro que reforzará su alianza con el lumpen, porque la violencia será su arma principal. Es seguro que redoblará su esfuerzo por convencer a una mayoría ciudadana de que los derechos humanos son intangibles a todo evento, porque eso es esencial para mermar la capacidad represiva del estado. Es seguro que tratará de hacer fracasar las medidas del gobierno para superar la emergencia sanitaria y para acudir en ayuda de los mas afectados por el coronavirus y por las condiciones económicas que inevitablemente serán su consecuencia, y ello porque le interesa mucho tener motivos para culpar al régimen de lo que incuestionablemente va a ocurrir.
Por otra parte, la única receta posible para tener alguna esperanza de evitar el caos, salvar nuestra libertad y recuperar el bienestar económico es la unidad de todos los sectores democráticos. Pero no se trataría, dada la magnitud del desafío, de un simple pacto circunstancial y de corto plazo, sino de la construcción de un gran Frente Democrático que le asegure al país varios periodos presidenciales homogéneos, estables, con claras y consensuadas políticas de estado y sólidamente empoderado. Tal vez una forma de comenzar la construcción de ese frente sea la pronta estructuración de un gabinete de guerra con participación de todas las formaciones que comparten el ideario democrático.
En lo inmediato, convendría eliminar los mensajes tranquilizadores, tipo Valium, porque en realidad no tenemos nada tranquilizador por delante y necesitamos desesperadamente que la ciudadanía comprenda la magnitud de los desafíos que nos amenazan para lograr que el temor fortalezca la unidad que necesitamos. Hay que recordarles a todos que los míticos jinetes del Apocalipsis son cuatro y no solamente el de la peste. Para nosotros, los otros tres bien pueden ser el caos, el hambre y la cesantía.
Fuente: https://ellibero.cl/opinion/orlando-saenz-los-cuatro-jinetes/
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