Carlos Peña


"El ministro Briones ha asumido con empatía, pero sin sensiblería, el problema que enfrenta la sociedad chilena. Y en estos tiempos desgraciados la sobria racionalidad que hasta ahora ha exhibido es una virtud que debe ser celebrada."


 De todos los ministros, Ignacio Briones es quizá el que experimenta más de cerca la índole de la política.

No de la política como una variante de las convicciones religiosas o del arte de embaucar al público amasando ilusiones (esos hoy día sobran), sino de la política como el arte de adoptar decisiones colectivas no con miras a lo mejor, sino buscando el objetivo más modesto de eludir lo peor. No intentando alcanzar lo preferible, sino apenas eludiendo lo detestable.

A menudo se cree que la economía es una disciplina (no hay para qué exagerar llamándola ciencia) que tiene que vérselas con dinero, números, finanzas y la parte más egoísta de los seres humanos. Y si bien muchos economistas han contribuido a dibujar esa imagen de su profesión y de sí mismos, la verdad es que la economía se ocupa de la que tal vez sea la característica más íntima, más persistente y más olvidada de la condición humana: la escasez.

A los seres humanos todo les escasea: les escasean los recursos para satisfacer lo que apetecen o lo que necesitan para sustentar la vida, y sobre todo les escasea el tiempo. Ni pueden tener todo lo que anhelan, ni pueden recuperar el tiempo perdido. Pero a la vez, y este es su drama, les sobran los proyectos, las necesidades y las vidas que imaginan. Y al vivir en un mundo de recursos limitados y tener los días contados (como hoy la peste se encarga de recordarles), están condenados a decidir, como si siempre estuvieran puestos ante una disyuntiva, enfrente de un camino de dos o más brazos, uno solo de los cuales pueden transitar. Por eso al lado de cada vida humana hoy vivida (piense usted en la suya) van quedando arrojadas otras múltiples vidas posibles que alguna vez imaginó y que por falta de recursos, tiempo u oportunidad no pudo realizar. Una vida lograda no es así una vida a la altura de los sueños, sino la que más logró acercarse, en medio de la escasez, a los que tuvo.

Esa índole de la condición humana hace que quizá la actividad más importante de la vida individual y colectiva sea la de elegir, la de escoger. Pero escoger no consiste (y el ministro Briones estos días se ha encargado de recordarlo) en elegir el mejor de los mundos que los seres humanos son capaces de imaginar, lo más apetecible, aquello que satisfará la conciencia y estará a la altura de los sueños, sino que escoger consiste en saber perder lo menos posible.

La economía es el despliegue racional de esa condición que está alojada en lo más íntimo de lo humano. En la escala de preferencias de los seres humanos y en el entorno de restricciones, se trata de elegir lo que favorezca las preferencias más intensas al menor costo.

Pero ello supone resignar todas las demás.

Hoy se trata de eludir la miseria para muchos sectores cuya prosperidad amenaza esfumarse; pero para lograrlo es necesario, desgraciadamente, resignarse a no alcanzar otros objetivos que serían también deseables.

Esa es la tarea del ministro Briones. Lidiar con el lado más crudo de la condición humana que incluso los economistas, muchas veces infatuados con su éxito, olvidan. Como él no sabe cómo despertarán los ciudadanos mañana, está decidido a navegar lo mejor que puede, con cautela, pensando que el futuro puede ser peor.

Por supuesto, hay épocas en que la prosperidad lleva a olvidar esa circunstancia, épocas en las que se cree que todo es posible y que solo la mezquindad, el egoísmo, la cicatería o la ignorancia impiden alcanzar. La sociedad chilena hace no demasiados meses vivió una de esas épocas en que la voluntad parecía decidirlo todo.

Hoy, en cambio, la irrupción de la naturaleza en la cultura -la peste infiltrada en la vida cotidiana- se ha encargado de recordar que la vida colectiva exige elegir, y que elegir es perder, que para obtener esto hay que sacrificar aquello, de manera que no se puede obtener la parte buena de las cosas sin estar dispuesto a aceptar la mala.

Estar consciente de lo anterior es una de las principales virtudes morales del político y uno de los principios intelectuales del economista.

Y el ministro Briones ha demostrado esta semana que posee ambos: como buen economista, está consciente de que la caravana humana está en un valle (hoy un valle de lágrimas) a medio camino entre el jardín del que fue expulsada y el paraíso que sueña, y sabe que, por eso, está condenada no a escoger lo mejor (como si elegir fuera un ejercicio de la imaginación), sino a eludir lo peor.

Sí, es verdad, el ministro puede equivocarse; pero por ahora hay que agradecerle la claridad intelectual y la voluntad decidida que ha mostrado en estos tiempos en que la política exige hombres y mujeres capaces de asumir, con sobriedad y empatía, con racionalidad, sin estridencias y sin asomo de sensiblería, la grandeza amarga que a veces posee la política.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2020/05/17/78805/El-Ministro-Briones.aspx

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