1 agosto, 2024 

 

 

 

 

 

por Mons. Fernando Chomali G.


Sin una antropología sólida, sin una ética fundamentada en el orden del ser y su verdad, será imposible una convivencia pacífica. A lo más podrá ser un mero ponerse de acuerdo para no agredirse mutuamente.


Hoy existe, como nunca antes, mucha información y muchos conocimientos. Los que con la llamada inteligencia artificial van a aumentar de manera exponencial. Sin embargo, paradójicamente, estamos experimentando como nunca antes la ausencia de un relato común de toda la humanidad que nos haga sentido y nos permita realizarnos como personas.

Al mismo tiempo, vemos con fuerza emerger un sinnúmero de visiones del ser humano, generando un verdadero mercado de antropologías y de éticas, que lo único que hacen es confundir. Hoy vemos meras opiniones -sin sustento alguno desde el punto de vista de la razón- dichas con tanta vehemencia y convicción, y apoyadas por imágenes tan sugerentes, que resulta muy difícil no apoyar, pero que al final sólo logran dejarnos más vacíos y más confundidos. La era de la información y del conocimiento, sin más horizonte que ellos mismos, nos ha llevado a un escepticismo total. Hoy cualquier intento de declarar algo cierto es considerado una imposición y por lo tanto inaceptable.

En este contexto, es muy difícil lograr un proyecto de sociedad común, fundamentado en el orden del ser y los dictados de la naturaleza inscritos en el corazón del ser humano. Incluso la declaración universal de los derechos humanos, en la práctica, es letra muerta. Sin una antropología sólida, sin una ética fundamentada en el orden del ser y su verdad, será imposible una convivencia pacífica. A lo más podrá ser un mero ponerse de acuerdo para no agredirse mutuamente. Para muchos, el reconocer que el ser humano lleva impresa una dignidad tal que lo hace indisponible y que debe ser siempre tratado bien por el sólo hecho de serlo, es considerado una imposición propia de fanáticos.

En ese contexto de confusión, que conduce necesariamente a una gran inestabilidad social y política, es que la antropología cristiana puede prestar un gran servicio. Si bien es cierto que sus postulados se adhieren por medio de la fe, resultan del todo razonables para cualquier persona que descubra un gran vacío en su existencia y un gran temor frente al futuro de la humanidad, que muchos lo perciben como un gran campo de batalla por lograr a toda costa el poder. La antropología cristiana responde de manera contundente a las grandes preguntas que anidan en el ser humano.

La fe y la razón son las dos alas con las que el espíritu humano se eleva en búsqueda de la verdad. Serán las dos en su conjunto la que nos llevará a conseguir lo bueno, lo justo, lo bello. Quienes quisieron eliminar la fe y optaron sólo por la razón no han logrado el mundo que el iluminismo con su ciencia y su hija, la técnica, prometieron. Ello está a la vista. Lo mismo ha ocurrido con quienes han pretendido eliminar la razón e imponer una visión únicamente religiosa de la vida y alcanzar una teocracia como forma de organización social. Ellos también fracasaron estrepitosamente.  

Es por eso que es más importante que nunca que los católicos reavivemos nuestra fe, que la integremos en nuestra vida personal, familiar, social y política, y que le reconozcamos su razonabilidad a la hora de tomar decisiones en todos los ámbitos. Y, por cierto, también que la celebremos juntos, comunitariamente, en la Misa del domingo, el día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos abrió el camino a la esperanza de que es posible pasar de la desesperanza a la esperanza, de la mentira a la verdad, de la injusticia a la justicia, del odio al amor.

Fuente: https://ellibero.cl/tribuna/nadando-en-un-mercado-de-antropologias-y-etica/

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