October 20, 2019
VOXPRESS.CL.- Tendría que ser un extraterrestre quien no quiera darse cuenta de las reales causas del desastroso desenlace que tuvo el alza del pasaje del transporte metropolitano.
Lo acontecido, de una furia inédita e incontenible, que provocó la paralización del más importante sistema de transporte de Santiago, no se puede atribuir exclusivamente al alza de su tarifa, sino a una operación subversiva coordinada, programada y organizada por el extremismo, y no sólo ejecutada en Chile, y particularmente en Santiago: Manifestaciones igualmente violentas y destructivas las hubo recientemente en otras capitales sudamericanas de países no gobernados por el socialismo.
Sería un autoengaño no reconocer que cualquier aumento en los costos de un servicio extremadamente básico, como es el transporte, no tenga algún tipo de repercusión. Pero todo, racionalmente, tiene un límite que se sobrepasó con un odio sin precedentes. De $80 fue un alza ordenada por Bachelet en su oportunidad, y nadie levantó un dedo para reclamar.
Niños escolares y universitarios, cuyas tarjetas preferenciales se excluyeron del reajuste, iniciaron la sublevación, destruyendo instalaciones y paralizando el desplazamiento de convoyes. El Metro tiene 2.6 millones de usuarios al día, y los causantes de dejar sin ese servicio a esa cantidad de personas constituye apenas el 0.1% de los pasajeros. Ésta fue otra infeliz demostración de la habilidad de la izquierda para que una minoría doblegue a una gran mayoría.
Toda la población laborante del país, y en este caso en una metrópolis, se moviliza a diario desde su hogar hasta su lugar de trabajo, y ello con un costo que impacta su, de por sí, bajo salario.
Alertado, incluso, por los propios partidos que lo sustentan, en cuanto a priorizar los problemas de la gente, el Ejecutivo no escuchó la conveniencia de manejar con más criterio e incluso dilatar el reajuste del pasaje, considerando la precaria realidad económica del país. No lo hizo y le puso en bandeja a la izquierda ‘el’ motivo que necesitaba para ejecutar su revuelta.
El extremismo tenía planeado este estallido de esquizofrénica violencia, planificando fríamente las dos etapas de su estrategia: primero, provocar el caos total –con los incendios en el Metro- y forzar, así, el Estado de Emergencia para amplificar al resto del país la protesta, y ahora por la presencia de militares en las calles, encendiendo al máximo el síndrome ‘once’. El grito del “pueblo unido jamás será vencido” lo patentó el socialismo durante la Unidad Popular y volvió ahora…
Esta explosión subversiva ha puesto en jaque al Estado de Emergencia, porque esta excepción constitucional no fue del todo respetada y, peor, desafiada por los violentistas, incluso el toque de queda.
El primer artículo del manual de manifestaciones públicas del PC establece que “ninguna protesta tendrá repercusiones si no altera el orden”. Se cumplió al pie de la letra, con la capital sin transporte y con sus centros de abastecimientos cerrados ante el peligro de ser saqueados e incendiados.
¿Por qué tanta ira desatada contra el Metro, al punto de causarle daños por $15 mil millones, haciendo añicos 78 de sus estaciones? Porque el ferrocarril metropolitano es un emblema, un orgullo nacional, respetado y cuidado por sus usuarios, tanto como, por siglos, lo fue el Instituto Nacional, ícono de la educación republicana, hoy ultrajado sin límites. El objetivo de la izquierda es profanar símbolos de la institucionalidad, de la inversión, del progreso y de la modernidad. Destruirlos es para ella un paso clave en sus objetivos por implantar el totalitarismo.
Para establecer su dominio, la izquierda requiere aniquilar los emblemas, sean grandes o pequeños, espirituales o materiales. Esta desenfrenada violencia contra el Metro no obedeció, exclusivamente, a una protesta por el alza del pasaje, sino a una maniobra planificada para todo el subcontinente sudamericano.
De una vez por todas, hay que hacer conciencia en la población de que los autores de estos millonarios daños y causantes de dejar sin transporte ni abastecimiento a millones de santiaguinos, no son delincuentes comunes: son extremistas con sus mentes penetradas por la izquierda desde hace muchos años El perfil de un hampón lo lleva a causar daños a otros, pero siempre a cambio de un rédito. La ola de violencia en Santiago fue parte de una cadena de estallidos organizados, también, para Buenos Aires, Asunción, Bogotá y Quito.
Por si alguien lo ha olvidado, la vigesimoquinta versión del Foro de Sao Paulo –el Vaticano del extremismo latinoamericano- se llevó a cabo hace 40 días en Caracas. Dicha instancia fue creada para generar estrategias comunes que llevasen a la izquierda al poder, lo que lo logró, pero fruto de sus infernales resultados, los pueblos tomaron debida nota de su engaño y no la volvieron a votar. A ese encuentro concurrieron representantes chilenos (?) del PC, del FA y del PAIS, quienes firmaron la declaración final en la que se exige mar para Bolivia. No hay que ser muy agudo para garantizar que fue allí donde se tramó esta ofensiva común para desestabilizar a Gobiernos enemigos, o poco amigos, del socialismo.
Al margen de esta conspiración corporativa, en el caso de la izquierda chilena le resultaba repugnante la escalada personal de Piñera en el plano internacional, de tal modo que le era urgente manchar su imagen en víspera de la APEC y la COP25. Lo consiguió, y al punto de que, ahora, la seguridad del país ha sido puesta en duda por los participantes en ambas Cumbres.
Como ocurrió con los otros Gobiernos sudamericanos afectados por revueltas como ésta en Santiago, el Presidente Piñera también terminó cediendo ante la presión y comunicó que el alza del pasaje del Metro queda sin efecto, aunque para ello se requiere de una ley…con el consenso de la izquierda. Social y económicamente, es una buena noticia para la población, pero políticamente el Mandatario cruzó un portal que lo deja muy permeable ante cualquiera disconformidad social futura. Estratégicamente, lo aconsejable hubiera sido el anuncio de subsidios y no echar pie atrás. Un peligroso precedente, que no le alcanzó para apagar los incendios.
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