Osvaldo Rivera 
Presidente
Fundación Voz Nacional


Durante largo tiempo he estudiado la historia política de este país, donde he encontrado las más diversas situaciones que fueron generando a lo largo del tiempo la descomposición de la política.

Sin duda que el interés por el poder genera en muchos seres humanos sacar de sus entrañas las más bajas pasiones y no trepidan en usar los medios necesarios para destruir imágenes, familias y proyectos.

En los años 69/ 70 el país clamaba por la honestidad, por servir al país sin envilecer la convivencia destruida  por la demagogia la politiquería y la mentira y buscó la vuelta de un hombre de altura moral e intelectualmente  intachable. Muchedumbres se agolpaban en la Plaza de Armas de Santiago a gritar su nombre y a pedirle que volviera. El hombre se negaba sistemáticamente al clamor ciudadano. Viendo la destrucción moral del país, el avance de terrorismo, el desorden público y los albores de la corrupción política a escala superior, donde los medios de comunicación jugaban un rol permanente en el debate público descalificando sin tregua y apoyando todo tipo de atropello a la empresa privada, al derecho de propiedad y las tomas de terrenos donde se instalaban campamentos en los alrededores de los barrios establecidos urbanísticamente en la capital. El hombre llamado por el pueblo aceptó el desafío y bajo el eslogan “Alessandri Volverá”  se inició la campaña. En paralelo se desató la más gigantesca campaña de desprestigio contra quien ya había ejercido ejemplarmente la  presidencia  de Chile.

No se escatimó esfuerzo en el desprestigio, tanto en el lenguaje como en los temas técnicos manipulados para hacerlo aparecer como un anciano decrépito.

Nunca antes vista una acción política tan despreciable.

Por un margen de muy pocos votos (30.000) llegó al poder la izquierda marxista y la acción de desprestigio del adversario político se intensificó a niveles incontrolables. Los diarios y medios de izquierda insultaron de la manera más baja a todos quienes fuesen opositores a la destrucción de Chile. Recuerdo un titular de un medio de izquierda para referirse a la Corte Suprema en grandes caracteres “Viejos de Mierda”, por defender el legítimo derecho de propiedad y rechazar los decretos expropiatorios ilegales.

Se encendió el odio y se acentuó la lucha de clases. El país se hizo incontrolable y el pueblo clamaba por el orden, la seguridad y el estado de derecho.

Hoy 50 años después vemos con terror que dichas prácticas han vuelto a reeditarse y esta vez sin distingo la derecha cobarde y la izquierda extrema, unidos en una campaña feroz de desprestigio a las figuras que comienzan a aparecer en el horizonte de Chile como alternativas que devuelven al pueblo, a la nación completa, las grandes esperanzas: vivir en paz, en orden y seguridad, garantizando sin temor la propiedad, la soberanía y como consecuencia de ello, la libertad.

Los argumentos que hoy se esgrimen son francamente patéticos, como si un título profesional o un post título sean garantía de conocimiento y gestión. Hoy cuando las oportunidades se han abierto producto de la movilidad social, la educación superior ha pasado no ha ser un mérito sino un antecedente que mostrar. Hoy esos profesionales en el mundo laboral demuestran tener un 83% de carencia en la comprensión de lo que leen, con lo que la productividad se ha visto afectada, ya que al no tener clara la compresión de lectura tampoco son capaces de comprender una instrucción claramente. Es el resultado de un sistema que privilegió el negocio de la educación por sobre el conocimiento.

Es preferible un hombre formado intelectualmente producto de su interés, de los cuales la historia da cuenta de grandes autodidactas que han sido grandes estadistas, sin haber pisado un centro de educación superior que además pusieron al servicio de su gestión política la intensa vida laboral en los  más diversos rubros.

He visto con verdadero asombro cómo han utilizado la vida familiar y situaciones personales de salud de familiares, sin un asomo de respeto y dignidad.

He visto como los DDHH de las personas, víctimas de la pluma de enajenados mentales, son pisoteados en beneficio de conquistar el poder con los medios más abyectos de la mente humana.

La invención de una falsa realidad, por mucho que se intente demostrar con tergiversaciones y métodos reñidos con la ética, siempre deja una luz por donde emerge la verdad.

Pero lo más importante que olvidan  los mercaderes del odio al intentar  vender sus mentiras, es que el pueblo tiene una sabia intuición para distinguir el bien del mal.

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