Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


Luego de ver y escuchar un comentario que se ha hecho viral, este artículo que ya estaba escrito cambió su título de Peinando la muñeca a La Muñeca del Diablo.


 

En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso.
Guy Debord

 

En el último tiempo hemos sido bombardeados por las performance de la política del espectáculo en las redes sociales.

Esto que fue descrito claramente por Guy Debord en la “Sociedad del Espectáculo” donde explica en más de 200 premisas el fenómeno al que son adictos los políticos, que a falta de convicciones principios y valores recurren a patéticas expresiones pseudo artísticas de orden doméstico, haciendo queques o labores de jardinería, cultivando camelias y, peor aún, haciendo pruebas  de modelaje mostrando sus costuritas caseras o en un set modelando en poses sugerentes, que luego emplean en cortos vídeos con la palabra “presidente”. También realizan gimnasia rítmica, incluidas piruetas donde paran las patas ayudadas de un amanuence.

Esto, aparte de ser patético, es una falta de respeto al civismo de nuestro país que en los tiempos que vivimos requiere de prudencia, equilibrio en el actuar y sobre todo calidad intelectual a toda prueba.

No piensen que estoy en una posición de tonto grave, pero es inaceptable que la política se canalice a estos extremos con tal de sintonizar con la audiencia que, aparte de encontrar chistosas sus performances, debe quedar con un sabor a duda de si no padece a estas alturas de una pérdida cognitiva y tiene un comportamiento no acorde con la edad y menos con la función que pretende alcanzar. ¿Peinará la muñeca? se preguntan en varias encuestas privadas.

La sociedad del espectáculo es a la que los medios visuales nos han acostumbrado. Los reality  show, los matinales y largas horas de noticias referidas a drogas, secuestros, descuartizados,  violencia y un largo etcétera. Para qué hablar de los programas en que la vida privada es un putrefacto negocio donde no hay límites con tal de tener un alto rating que favorezca a la empresa auspiciadora.

La sociedad del espectáculo le ha robado el alma a Chile ya no se razona, no se cultiva la belleza y se ampara, defiende y ensalza lo ordinario y lo feo.

En la comuna de una de las “performantistas” se exhibe una exposición en una galería privada, pero que si escarbara no sería raro encontrar apoyos económicos del ministerio de las culturas que en los últimos días es otro que ha abierto una caja de Pandora para seguir escudriñando en la corrupción que azota Chile. Pues bien, esa exposición es una desacralización completa de los símbolos y creencias de la religión católica bajo la consigna “hacia el reino de la mierda eterna”

Por cierto causó declaraciones de agrupaciones católicas y del público en general, por lo aberrante de la muestra amparada por la consabida “libertad de expresión” que solo sirve cuando son ellos, los progresistas, los que la usan a su amaño, intentando por otra parte acallar con un decreto a los que piensa diferente.

Pero volviendo a la cuestión del espectáculo, Guy Debord sostiene que el espectáculo más allá de ser un conjunto de imágenes, es una relación social entre personas mediatizadas por imágenes. La obra del autor mencionado, es uno de los retratos más agudos, despiadados  y penetrantes de la sociedad contemporánea de cuánto se ha hecho hasta hoy y constituye la pieza  fundamental que, a su vez, ha sido el principal agente de un movimiento de agitación cultural conocido como “situacionismo” que planteó algunas de las propuestas más radicales, tanto en el terreno de la política como en el mundo de la cultura, en las que se ha sostenido Europa después de la segunda  guerra mundial. La obra no ha dejado de ejercer una importante influencia en los debates de nuestro tiempo y que hoy, en pleno imperio de lo política y culturalmente correcto, cobra una validez extraordinaria.

Debord y su movimiento se opusieron a lo maravilloso y a la fantasía, con el propósito de reivindicar la vida cotidiana no alejando al hombre de la realidad y recuperando el sentido de la vida común y corriente. Crear la propia vida y no imitar la ajena. No hacer de la vida una obra de arte, sino poner el arte al servicio de la vida.

Las performance de estos políticos, afirmándose en un economicismo desenfrenado, obliga a decir que no queremos un mundo en que la garantía de no morir de hambre equivalga al riesgo de morir de aburrimiento y ese es el camino que los políticos del espectáculo pavimentan ya que, inmersos en la vulgaridad de sus acciones, pretenden ser modelos y otros más atrevidos actores de un proceso político relevante.

Atájelos, dan pena, ya Chile  ha pagado un alto precio para permitirse que  un delirante presidente nos gobierne y sería un castigo insoportable que ahora caiga sobre nuestro destino alguien que peina la muñeca o, por los antecedentes conocidos, definitivamente la muñeca del diablo.

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