Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional
Quizás una de las características más difíciles de la pintura y del artista es llevar a la materialidad, en cualquiera de las técnicas, un retrato que pueda representar fielmente no solo las formas físicas de una persona sino, fundamentalmente, el alma; reflejar en la tela el espíritu, la expresión auténtica del retratado. Por eso es tan difícil su realización y pocos lo hacen con la maestría y genialidad que se requiere. Algunas obras son insignes en la historia del arte como El nacimiento de Venus de Botticelli, la Gioconda de Leonardo, La Madre de Rembrandt. En ellos, como en muchos otros, la expresión de los cánones de la belleza están nítidamente presentes, la búsqueda del bien sin duda alguna marca las líneas del sentimiento y nobleza humana y, por cierto, la verdad que encierra la realidad y lo trascendente acercándose a Dios. Pero, como dije, sólo es posible por la genialidad en las bellas artes.
Por otra parte, el uso del lenguaje permite describir con mayor precisión y auténtica claridad a personas que están en los círculos de influencia política, social o económica como a su vez en otras actividades del quehacer de la sociedad.
Así, no sólo periodistas desarrollan acciones mediáticas para describir el actuar de una persona determinada, también caricaturistas satirizan a personajes sobre todo de la política, también lo hacen escritores y lo han hecho filósofos a lo largo de la historia.
En su famoso libro Política, Aristóteles se encarga de retratar uno de los vicios más perversos que caracterizan al Político, “la demagogia” definiéndolos como: “bajos aduladores del pueblo”.
Frente a esta importante afirmación filosófica el escritor español Juan Manuel de Prada, en quien he basado esta columna, dice: El hombre de corazón recto ama, no adula. Pero el amor exige a veces la corrección severa, exige refrenar las pulsiones de quienes no desean ser amados, sino tan sólo agasajados, encumbrados, endiosados a costa de la comunidad política. De modo que el demagogo, a sabiendas de la inconsistencia o imposibilidad de sus promesas, usará con infinita impudicia la lisonja, para enardecer las pasiones más viles de las masas cretinizadas. Así estimulará el odio de los pobres contra los ricos, de las mujeres contra los hombres, de los jóvenes contra los viejos, de los negros contra los blancos como también viceversa. Estimulará en fin todos los antagonismos sociales posibles incluidos los inventados.
En ellos están los paradigmas que el Progresismo promueve y que los demagogos repiten como loros de un organillero: teoría de género, paridad, libertad sustantiva, estado social y democrático de derecho, etc. asegurándose de que en todos ellos se deslice, como elemento insidioso y corrosivo, la ponzoña del resentimiento que sin embargo se esbozará por presentar muy aseadamente , bajo la apariencia de “ampliación de derechos”, de “justicia histórica”, de “igualdad” o cualquier otra paparrucha eufónica.
El demagogo no medirá las consecuencias de sus actos, no le importará provocar grandes convulsiones y trastornos; no se recatará de forzar los diques de la ley, ni de debilitar las instituciones, ni de alterar los más elementales fundamentos antropológicos. Es que al demagogo no le inquieta en absoluto el destino de su pueblo y todas las acciones que acomete por irresponsabilidad no le provocarán el más mínimo cargo de conciencia.
En las líneas descritas sobresalen sin duda alguna los personajes que representan todo el espectro de la izquierda sin que las otras corrientes de acción política no tengan característicos personajes, incluso más perversos que la propia izquierda.
Pero analicemos esto con un poco más de detención. Ya lo decía en el artículo anterior al hablar de Spengler y la decadencia de occidente. La política no está exenta de esta decadencia, es quizás la principal responsable ya que mientras Chile se desliza por los muros del abismo para caer en el sumidero de la historia, triunfan los demagogos siendo él sino del crepúsculo de la democracia. He aquí que el peligro comienza a emerger precisamente en tiempos de decadencia cuando la sociedad cansada, abatida por la podredumbre, cuya expresión ha salido a flote como la punta de un Iceberg llamada corrupción, declinan las resistencias ya que están inmersas en un proceso de descomposición del cual el demagogo ha sido uno de los principales protagonistas y hoy se impone a través de distintos medios, sobresaliendo en las encuestas de opinión.
Hoy brillan los demagogos luciendo todas sus lacras personales, pero sobre todo su propensión a la mentira. El demagogo es una persona intrínsecamente embustera y cuando se le demuestra que lo ha hecho, sin más sostiene “que ha cambiado de opinión”.
Hay una vieja política que, en una famosa grabación, al referirse a ella se escucha: “cuidado, en 10 minutos puede cambiar 10 veces de opinión” y hoy está catapultada en el show business de cuánto espectáculo mediático existe.
Mienten con risueña naturalidad, igual que el común de las personas come o respira y lo hacen sin remordimiento alguno de conciencia, porque carecen de escrúpulos morales.
Pero hay también otras características que sobresalen en los demagogos que hoy están en la palestra pública. Son cobardes ya que no poseen ideas propias, son individuos que se nutren de lugares comunes y de cuchufletas eufónicas que intentan seducir a los ilusos, pero jamás se revelarán contra los paradigmas culturales que interesan a la plutocracia, todo lo contrario tratarán de impulsarlos hasta donde mejor se note, cobrando su recompensa.
Para que hablar de superposición de imágenes, se adherirán a todas las vulgaridades posibles arrastrándose con ellas, pero en su delirio, incorporándose a la muchedumbre y convirtiéndose en miembro de ella por identidad y así se transforma en tan vulgar como el resto, en tan egoísta como el resto, con sus mismos gustos plebeyos y aspiraciones de baja estofa.
En fin, como sostiene de Prada, “al demagogo no le inquieta en absoluto el destino del pueblo que pretende representar, acometiendo todo tipo de irresponsabilidades, carecen de prudencia y atemperamiento de juicio: su motor es la audacia desenfrenada y la pura pulsión de conquistar y mantener el poder. Actúa sin medir las consecuencias de sus actos y de sus dichos en voladas de inmediatez, atrapado en el cortoplacismo que el vértigo de nuestro tiempo favorece.
Por cierto que en el horizonte del demagogo no existe el bien común ya que carece de metas definidas, es veleidoso y oportunista, solo se guía por la tendencia de la fugaz actualidad, haciendo de las masas cretinizadas y fácilmente moldeables el trampolín de su apoteosis”.
Ojo, están delante nuestro, en las pantallas de computadores, teléfonos, televisores o en portadas de diarios o revistas, de los pocos que quedan, y cuidado, no son más que pillos iletrados y figurines inanes que acaban mostrando su verdadero rostro más pronto que tarde y, gracias a Dios, para descubrirlos todavía estamos a tiempo y no se esfuerce mucho, mire por ahora los demagogos que figuran como posibles candidatos y ponga sobre ellos en madera o papel el portarretrato descrito y tendrá el retrato perfectamente enmarcado.
¡Póngale nombre para que no se le olvide!!!
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