Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


Leí un interesante artículo(*) que me dio las herramientas para escribir esta columna, como además el aclaratorio texto de Hannah Arendt y de ahí el título de este artículo que  es el nombre de un interesante libro escrito por la filósofa alemana. Intentaré explicar cómo nuestra sociedad está siendo manipulada para que dicha reprobable conducta humana sea el pan de todos los días y seamos sistemáticamente manejados por la maldad humana.

Se habla de algo banal para referirse a lo intrascendente, a la falta de consistencia y contenido, a los fenómenos triviales de la vida, a aquellas cosas rutinaria y que forman parte de muchas de las necesidades propias de la naturaleza humana para satisfacer su confort básico diario.

Sin embargo cuando se habla de la banalidad del mal se está indicando un concepto filosófico para explicar entre otras grandes tragedias el horror del holocausto, indicando que este episodio histórico no ha sido superado sino que es una especia de matriz sobre la que habla el poeta y dramaturgo Bertolt Brecht, advirtiendo a tiempo: “Uds. dejen de mirar al cielo y aprendan a observar… pues casi por un pelo estuvo Hitler por gobernar el mundo. Los pueblos dominaron esa escoria, más no cantemos aún victoria; el vientre del cual reptó sigue fecundo”.

Podemos sin duda desprender de esta advertencia que los síntomas históricos del mal  pueden expresarse en otros regímenes sociales y políticos hasta el punto de conformar los dispositivos y maquinarias para hacer de la dignidad por la vida y de la vida misma algo prescindible, sacrificarle y he aquí la pregunta ¿por qué este ejercicio de poder se desplaza de lo extraordinario a lo banal al convertirse en una rutina?

Pues bien cuando Arendt se refiere a la banalidad del mal no lo hace en términos de un adjetivo calificativo, sino en el del hallazgo y denuncia de una construcción en la que el poder totalitario conforma sujetos incapaces de pensar sobre el sentido moral de sus actos, alienados a tal punto que la interiorización del deber y la obsecuencia a un régimen los lleva a justificar como normal el exterminio de otras personas. En el contexto histórico donde este horror hizo acto de presencia, sabemos bien, fue la invención de los campos de concentración y el exterminio en el marco político de los regímenes totalitarios de la primera mitad del siglo XX, es decir nacionalsocialismo, fascismo y estalinismo, en consonancia con la debilidad de los regímenes democráticos occidentales que mantuvieron complicidades equivocadas y hoy en muchos casos aliados.

Y por qué indicamos que la matriz sigue viva, porque ha cambiado de derrotero para seguir impulsando la deconstrucción social y la violencia. Esta  matriz en parte está enquistada en los medios de comunicación, quienes a través de noticias, comentarios o series televisivas de gran impacto, como las realizadas por la plataforma Netflix, a diario banalizan el mal.

Un ejemplo entre muchos es Pablo Escobar, el patrón del mal , que lejos de presentarse como un sujeto no pensante, se perfila como el agente artífice de sus estrategias y responsable de sus acciones. Zizek sostiene “el fenómeno Eichman o Escobar no banaliza el mal porque se trata de un asunto de carencia de conciencia expresado en la sentencia, ellos no saben y por eso lo hacen” es por el contrario la transgresión cínica de las fronteras que rompen la ilusión de la tolerancia del “no matarás” como un dique de contención del deseo y la perversión: el mal extremo con todas sus consecuencias es identificable y aun sabiéndolo lo hacen. Esto último es lo que Zizek llama “el núcleo perverso de la ideología”.

La violencia ha sido uno de los objetivos de estudios muy importantes para la sociología de América latina y especialmente Colombia, Ecuador, Bolivia y particularmente Venezuela, víctimas  de personajes que representan la banalidad del mal, dejando al descubierto las contradicciones de la modernidad con las luchas históricas de clase y un Estado de derecho incapaz de ejercer su soberanía contra la rebelión de sectores manipulados por ideologías, quienes han vuelto sobre las huellas de la guerrilla urbana, bandolerismo en los campos, la guerrilla y los movimientos armados de inspiración marxista en vastos sectores. El contubernio política-narcotráfico-delincuencia y lumpen. La forma de enfocar estas graves distorsiones  sociales ha permitido un mundo donde inspira el terror y el miedo, pero de lo que no nos hemos dado cuenta es que la ideología de izquierda está usando la banalización del mal para conseguir su propósito.

Analicemos un poco más el contexto de lo que estamos conversando. Es de gran importancia en estas producciones que tienen un contenido ideológico la dirección y las maneras en que un guion es puesto en escena, ya que condicionan la construcción de los personajes a lo largo de rodaje. Es lo que se pretende hacer con la celebración de los 50 años de la caída de la UP.

En el caso de Pablo Escobar u otro  narco como El Chapo, no son funcionarios de un régimen político nazi como lo fue Eichmann, en cuyo seno podría explicarse ese proceder terrible y terroríficamente normal del que habla Hannah Arendt para exterminar una población como política  pública. El tipo de normalización que vuelve banales las acciones criminales de Escobar y todos los narcotraficantes no se ubican en el terreno ideológico y jurídico de un régimen, sino en el de las representaciones sociales y culturales de los Caudillos carismáticos inventados en los entretelones, inventados en los set televisivos y en la modernidad de varios países latinoamericanos, sumergidos en el éxito individual y despreciando la moral y los valores de la convivencia social.

La narrativa sugiere una tensión permanente entre las fuerzas políticas que luchan por instituir un estado democrático moderno y las fuerzas sociales marginadas económicamente. Pablo Escobar y los otros ejemplos, los personajes de su familia, socios y subordinados, son el esbozo de las cohortes intergeneracionales afectadas por el desarraigo y el impacto de la violencia ejercida en épocas pasadas, que combinó guerras civiles, acciones guerrilleras, desarraigo rural y un impresionante descuido cultural que finalmente deja un saldo de miles de muertos. Esto es el resultado de la indolencia política y de una derecha que cuenta votos con la misma energía que cuenta billetes.

Por ello se hace necesario insistir en la banalización del mal, ya que aquí hoy aparecen doctores de la ley sosteniendo qué hay que aliarse con los serviles del mal para salvar la Patria, sin darse cuenta que con el miedo, el mismo que sufrieron Colombia, Ecuador, Bolivia y Venezuela, por no organizar una derecha decente y contundente tuvieron que aliarse bajo el disfraz de progres, para subsistir y no perder sus privilegios A unos les costó más caro que a otros pero la banalización del mal les cobró la factura.

Esa deuda no será de los patriotas sino de quienes han equivocado el rumbo y peor aún el blanco del enemigo

Cuando se den cuenta que los expertos y los posibles electos cantan todos la misma canción habrán comprendido el significado de la banalización del mal ya que tal como lo explica la filósofa “lo hace para denunciar la construcción de un poder totalitario que construye sujetos incapaces de pensar sobre el sentido moral de sus actos, alienados hasta el punto de interiorizar el deber y la obediencia a un régimen”.

¿Acaso el globalismo y la agenda 2030 no trabaja en esa dirección? Un nuevo estilo de banalización del mal que solo lo puede explicar un filósofo de fuertes convicciones ya que la mayoría y peor aún los aprendices de tal, se han preocupado muy poco del valor y complejidad  de la persona humana y por tanto nos encontramos en la encrucijada de una mezcla explosiva de progres liberales de izquierda y de derecha, intentando engañar al pueblo honesto.

La banalización del mal está en su mesa, arránquela y háganos caso: no se deje llevar por el mal menor.

(*) La banalidad del mal y el rostro contemporáneo de su ideología …
por MJ Hernández M. Año 2014 SciElo

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