Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


Cuando leí la entrevista de un matutino nacional ofrecida por un constituyente y además vice presidente de la misma, tuve reacciones encontradas: recordé a muchas personas amigas que han padecido esta gravísima enfermedad, muchas de los cuales la han superado con éxito y otros han sucumbido a su desbastador efecto.

Recordé como en un tiempo no muy lejano la institución que dirigía apoyó con entusiasmo la idea de un grupo de artistas plásticos para ir en ayuda de niños del Hospital Calvo Mackenna, internados por meses luchando por su vida y como el arte podía ayudar psicológicamente a su recuperación.

Vi y viví de cerca la angustia de niños indefensos frente a la adversidad de la vida y que aún sin darse cuenta de la gravedad que los afectaba, en sus ojos había una luz de esperanza por su futuro. Aprendí con ese ejemplo a saber compartir la tristeza de padres y hermanos que día a día esperaban el milagro de la recuperación. Pero lo más hermoso era la alegría de esos niños al ver llegar a diversos artistas con sus pinceles, lápices de colores, block de dibujo u otros elementos a pasar con ellos largas horas dedicadas a crear un mundo de fantasía que con sus pequeñas manos fueron plasmando en dibujos que luego adornaron las paredes de las salas de la hospitalización.

Este recuerdo sumado a los desafíos de grandes amigos míos que superaron la enfermedad me dio la fuerza dentro de la desesperanza ante la maldad para escribir esta columna.

Mi formación científica y humanista me lleva lejos en el tiempo y me ubica en la Grecia antigua donde resulta importante destacar como los antiguos le daban valor a la palabra y como los griegos le daban al logos poderes curativos. En efecto, una atenta lectura de los poemas homéricos nos ayudará a observar cuán llenos están de momentos en que la palabra cobra papel protagónico, pero también como cuerpo y alma se rinden por igual bajo su poder.

Sin embargo, no fue hasta la llegada de la democracia cuando los griegos se percataron de los poderes manipulatorios de la palabra. Así Gorgias de Leontini, un retórico de la época dice lo siguiente: “La palabra es un soberano muy poderoso, que dotado de un cuerpo muy diminuto y casi imperceptible es capaz de llevar a cabo hazañas realmente divinas ya que puede detener el miedo, mitigar el dolor, suscitar la alegría y provocar la compasión”

Manipulación de las pasiones, no otra cosa. Gorgias asume la defensa de la adúltera Helena esposa del rey de Esparta cuya traición causa la mítica guerra de Troya. Al escoger semejante causa el retórico orador busca demostrar que no hace falta que el discurso sea verdadero para ser convincente y por ende eficaz.

Sin embargo fue Sócrates, empeñado en la búsqueda de la verdad, quien enseñó a sus discípulos que ella es inalcanzable sin el uso adecuado y honesto de la palabra. Por cierto nada más alejado del retórico Gorgias que les acabo de comentar. Los seguidores de Sócrates comprendieron rápidamente los peligros del relativismo retórico y entendieron que el uso de la palabra debía estar estrechamente ligado al cultivo de la ética.

Sin embargo, fue también con la democracia que el uso de la palabra con fines políticos se profesionalizó y a la saga de Gorgias surgió una serie de maestros que enseñaban las técnicas necesarias para persuadir a las muchedumbres y alcanzar el poder y así hacer parecer verdadero un discurso falso. No importaba si para bien o para mal, no importaba que se dijera verdad o mentira lo importante era convencer y alcanzar el poder. Acción repudiada por los filósofos ya que se comercializaba con la verdad.

He querido hacer este análisis con base en el pensamiento antiguo para explicar que lo ocurrido con el constituyente y su arrepentimiento bajo consideración alguna obedece a un acto por el mismo ideado, le falta escuela como diría una alcaldesa, para planificar algo tan perverso. Esto es sin duda una acción utilitaria de un individuo con características de una personalidad trastocada que quiso buscar la forma de transformarse en líder y para ello hubo cerebros educados que encontraron el sustrato necesario para planificar la mentira y utilizarla con fines políticos.

Estamos frente a una situación denigrante de nuestra democracia la cual ya entrega signos de mal olor por su descomposición interior. El hombre por su misma naturaleza psicológica hoy arrastra el peso de una conciencia perturbada y quiere reivindicarse consigo mismo.

El daño causado es irreparable desde el punto de vista ético para la política y nuevamente causado por esta cofradía de hambrientos destructores del orden y la paz social llamados lista del pueblo.

Él, instrumento del mal, debe no sólo renunciar a su función pública lograda con engaño y con la peor de las características humanas: traficar con los sentimientos de personas nobles que creyeron en la retórica de su elocuente discurso o mensaje.

Para quienes a sabiendas del impacto elaboraron esta estrategia utilizando a un demente, no hicieron otra cosa que supeditar toda praxis y todo conocimiento a lo que Protágoras afirmaba “el hombre era la medida de todas las cosas” queriendo decir con ello que en última instancia todo estaba supeditado a sus intereses. De esta manera, lo mismo podía ser indistintamente verdad o mentira dependiendo de las conveniencias y de las circunstancias. No hace falta decir la repulsión que estas afirmaciones causaron en los filósofos de la época con Platón a la cabeza y como hoy se siente la misma repulsión por acciones de esta naturaleza con el consiguiente descrédito de las instituciones, de la fe pública y finalmente de la República. Como puede verse en la lucha por el control de la palabra en la política la verdad y mentira son tan viejas como la historia misma, lo que demuestra que hay seres humanos que no ha aprendido nada y prefieren seguir viviendo en el más putrefacto de los barros donde fueron concebidos.

Después de todo esto la Convención Constitucional no puede seguir, no puede un grupo de dementes elaborar la Carta Magna de una nación respetable. O Chile será el manicomio del planeta.

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