Osvaldo Rivera Riffo
Presidente Fundación Voz Nacional


"La verdadera obra de arte no es más que una sombra de la perfección divina"
Michelangelo


Desde hace ya mucho tiempo vengo advirtiendo que uno de los problemas capitales de nuestra civilización es la preocupación por la cultura en el más amplio sentido del término.

En esta columna y derivado de que por confusión intelectual se asocia cultura solo con arte, me voy a detener en un aspecto de ella, el arte contemporáneo, de gran impacto en el proceso deconstructivo de nuestra sociedad.

Para ello basaré mi análisis en antecedentes recogidos en estudios y seminarios sobre el tema y principalmente en los planteamientos realizados por una destacada filósofa del arte, Paloma Hernández, quien dictara hace algunos años un seminario en la Escuela de Filosofía de Oviedo, España, y que es de mucha importancia para comprender el mundo del arte actual, dice Hernández y tomo sus apreciaciones discursivas textualmente:

"Resulta sorprendente comprobar cómo amplios sectores de nuestras sociedades avanzadas aceptan de forma acrítica la idea de que el artista contemporáneo ya no está determinado por fuerzas exteriores, tal y como sucedía en siglos precedentes, y que es libre para tomar sus propias decisiones a través del ejercicio de la voluntad y del propio esfuerzo.

Así entonces se tiende a creer que el artista –y el intelectual, visto desde una perspectiva más amplia– es un individuo dotado de una particular conciencia crítica y que es digno, por tanto, de una amplia credibilidad."

Dicho de otra forma, la propensión sociológica nos seduce en la idea de que existen una suerte de hombres distinguidos por la Gracia santificante de la cultura y que, con toda tranquilidad, los hombres comunes podemos depositar en ellos la fe, nuestra confianza, en relación a la interpretación de los fenómenos políticos y sociales de nuestro presente en marcha.

Entendido así el panorama, una filosofía crítica y dialéctica exige cuestionar esta mentalidad simplona, pues ni el artista opera como un sujeto libre y libertador, ni las obras de arte son fruto de un “Arte” hipostasiado que posibilite la redención de los hombres y los dirija hacia la plenitud de los tiempos.

Nos advierte Hernández:

"Las razones por las que grandes masas de población tienden a atribuir esta conciencia crítica especial a los artistas e intelectuales antes que a los panaderos o a los pastores, son interesantísimas desde el punto de vista sociológico y lo que aquí interesa subrayar es que dicha idea es una apariencia falaz, pues ni artistas ni espectadores –tampoco panaderos, pastores o científicos– pueden operan desde una metafísica conciencia libre y autónoma, sino que están sujetos, sujetados, co-determinados, situados en realidades concretas muy complejas, al igual que lo está cualquier otro hombre".

Debemos entender entonces que ni artistas, ni espectadores, ni críticos de arte son entes flotantes y abstractos, sino individuos de carne y hueso fuertemente subjetivados, culturizados y semantizados por las múltiples ideologías del entorno.

"El individuo siempre está inserto en una sociedad, en una determinada tradición cultural, política, religiosa, etc.

Bajo esta posición la crítica y dialéctica va dirigida contra la doctrina humanística que consiste en pensar que la verdadera patria es la Humanidad, con mayúsculas, entendida al modo krausista (Ch.F.Krause  filósofo alemán que intento conciliar racionalismo con la moral), es decir, hipostasiada. Esto es, pensamos contra la idea de que el Género Humano –entendido como uno solo y todo igual– progresa paulatinamente comprendiendo, paso a paso, las claves de su autodirección."

Pero ojo, no es la Humanidad, sino siempre alguna parte de esa humanidad (unos grupos frente a otros) quienes pueden proyectar planes y programas con intención de afectar a toda la humanidad.

De esta forma explica Hernández, "ejercitamos el nervio dialéctico, contra la propia idea de autor-creador pues, desde el punto de vista de una filosofía materialista, resulta muy difícil defender cualquier tipo de autología –del griego autos = por sí mismo– ya que su uso acrítico suele dar lugar a conceptos límite, a ideas extremadamente problemáticas como pueden ser las ideas de autodidactismo, autodeterminación, autoconsciencia o la propia idea de autor. No existe la creación ex-nihilo (sin causa material): nadie se hace por sí mismo del mismo modo que ninguna cosa se hace a sí misma. Cabría insistir, por tanto, en que la razón nunca es autónoma ni individual, sino que siempre es colectiva y normativa, y que nadie puede razonar aisladamente, del mismo modo que nadie ni nada puede autoformarse, autoconocerse o autodeterminarse. Y tampoco pueden hacerlo los artistas por mucho que hoy día prevalezca la idea metafísica de que en ellos se realiza internamente –gracias a la Gracia santificante de la cultura– cierto tipo de conocimiento reservado a unos pocos, librándolos así de la alienación"

En este contexto aprovecharé de abordar, otro de los vicios de razonamiento que genera la práctica artística contemporánea; vicio, disloque o distorsión que condiciona la forma de razonar y, por tanto, la forma misma de interpretar el mundo y sus fenómenos. Me refiero a la sustantificación de la subjetividad, esto es, a la propensión a colocar la subjetividad –la vida interior del individuo, sus componentes psicológicos y emocionales– como centro ontológico de la realidad. No importa si hablamos del artista, del crítico de arte, del comisario o del espectador, continuamente se da a entender que la subjetividad se sitúa por encima de todo y que esta debe emanciparse de las estructuras opresivas de las instituciones. Desde esta perspectiva, tanto el Estado, como el lenguaje, la familia, la identidad asociada a la biología –es decir, a la morfología sexual– las normas morales, la religión, las instituciones educativas, los maestros y profesores, etc. son vistos como estructuras que oprimen al sujeto, como estructuras que tiranizan la subjetividad del sujeto. Todas ellas serían, en definitiva, las estructuras "fascistas" que sería necesario derribar para que la subjetividad del sujeto, pura y santa, pueda por fin emanciparse y expresarse libremente.

Bajo estas ideas la práctica artística contemporánea, lo que critican filósofos y artistas de verdad, es el fundamentalismo subjetivista, el subjetivismo expresivista psicológico o sociológico, esto es, la reducción de la obra de arte a la expresión o revelación del propio sujeto artista (los sentimientos subjetivos del artista) o la reducción de la obra de arte a la expresión o revelación de un grupo social determinado, por ejemplo, entender el arte como la expresión del espíritu de un pueblo o como la expresión de un sistema de ideas vinculadas a un grupo social concreto (partido político, iglesia, institución, empresa.)

Por tanto, no se niega que los sentimientos subjetivos puedan aparecer objetivados en la obra de arte. Lo que se afirma es la necesidad de crear una distancia entre lo expresado y lo representado, pues en caso contrario se perdería la sustantividad de la obra de arte y estaríamos hablando de arte adjetivo o de otras cosas.

Dicho de otra forma: cuanto mayor sea la dependencia de una obra de arte del grupo social al que expresa, menor será su valor estético intrínseco.

Por tanto, desmitificando la idea socialmente arraigada de que al artista contemporáneo ya no está determinado por fuerzas exteriores, tal y como ocurría en siglos precedentes, y que opera como un sujeto libre y libertador, hay que oponerse con firmeza a cualquier tipo de hipótesis que trate de explicar los fenómenos artísticos desde el siglo XIX en adelante como una liberación del arte y de los artistas. En efecto, los artistas ya no dependen de sus tradicionales grupos de dominio (Iglesia, monarquía, aristocracia) y no dependen de ellos, principalmente, porque dichos grupos ya han perdido su hegemonía. En el presente, arte y artistas sirven a los grupos de poder realmente existentes.

Tras la apariencia falaz que pretende mostrar a los artistas como hombres emancipados de los intereses gregarios o, incluso, liberados del error o de la superstición, se esconde una realidad muy simple, el llamado arte contemporáneo es un órgano al servicio del sistema de ideologías dominante que busca implantarse políticamente a través de los objetos de la cultura, tal y como sucedía en periodos históricos pretéritos. Es decir, la institución Arte Contemporáneo opera en el presente como un órgano de propagación de cierto conjunto de ideas, ideologías e, incluso, mitologías al servicio de ciertos grupos de poder. De hecho, una parte nada despreciable de "artistas" está más interesada en implantar y propagar ideas políticas que en desarrollar materiales artísticos o en analizar ideas estéticas. Y, hasta tal punto esto es así, que casi puede afirmarse que ha desaparecido la crítica de arte entendida en el sentido platónico.

Es asombrosamente sincronizada, la acción de los comités de expertos de la mayoría de las instituciones del Estado y entidades privadas vinculadas al mundo de la cultura, para aplicar criterios de selección muy similares a la hora de otorgar premios, becas de investigación o subvenciones para el desarrollo de proyectos artísticos, para la realización de exposiciones o para financiar la participación de comisarios o galerías de arte en certámenes o ferias internacionales. La estandarización de dichos criterios de evaluación da como resultante la homogeneización de los materiales que la institución Arte Contemporáneo clasifica como artísticos.

Dicho de otro modo, los criterios que determinan qué productos merecen ser promocionados como arte y cuáles han de ser descartados como arte son de naturaleza ideológica o filosófica más que técnica o artística..

Este tipo de criterios marcan, por tanto, una preceptiva ideológica que cumple una función parecida a la del consejo censor eclesiástico en su época de esplendor o a la de las juntas censoras de los regímenes autoritarios. La diferencia más destacable que cabría establecer es que, mientras en tiempos pretéritos la nobleza o la Iglesia declaraban abiertamente que sobre determinados materiales artísticos y sobre determinadas líneas ideológicas se aplicaba censura, la preceptiva ideológica del Arte Contemporáneo del presente –censura real, efectiva y en crecimiento– es continuamente presentada como la más alta expresión de la libertad y de los valores democráticos. Por tanto, nos encontramos ante una censura cínicamente enmascarada.

Independiente de muchas otras consideraciones éticas, estéticas, filosóficas, comunicacionales etc., que darían lugar a otro largo artículo, es necesario concluir que el sistema de ideologías que preside el arte contemporáneo a nivel mundial, se enmarca dentro de las izquierdas indefinidas socialdemocratizantes y deja muy claras sus preferencias y sus censuras: es feminista, decolonialista, aparentemente anticapitalista, animalista, anticlerical (más bien habría que decir anticatólica), aparentemente antiimperialista, solidaria, tolerante y negrolegendaria. También reivindica el relativismo moral y cultural (todas las culturas son iguales) y el multiculturalismo.

También se pronunciará a favor de la “sociedad abierta”, del europeísmo, del pacifismo y del diálogo, guiándose por la Declaración Universal de los Derechos Humanos como si tal cosa fuese un dogma irrenunciable e irrebasable. Desde esta metafísica, consideran que la “Humanidad” hipostasiada progresa armoniosamente hacia un destino común de armonía y felicidad y se adherirá al proyecto de la Alianza de Civilizaciones. Recordemos que quien propugnó esta idea fue el expresidente socialista obrero español Rodríguez Zapatero, asesor y consultor del régimen de Nicolás Maduro y que tanto impacto tuvo en la ONU y agencias afines.

Asimismo, se decantará por el ecologismo y por el agnosticismo teológico. Se horrorizará ante la Idea de patria e incluso ante la Idea de Estado, pecando de universalismo abstracto.

Esta izquierda fundamentalista que domina nematológicamente el mundo del Arte Contemporáneo se enardecerá, sin embargo, con la Idea de pueblo, y no digamos con eso de “los pueblos”, colaborando con los indigenismos y con los secesionismos que, por cierto, son particularistas –pues dichos separatismos apelan a no se sabe qué suerte de privilegios históricos asentados en el Antiguo Régimen– y obviando que, algunos de ellos, son explícitamente racistas.

El sistema de ideologías que preside el Arte Contemporáneo es delicado y solidario con todas las causas minoritarias –identitarismos étnico-lingüísticos y de “género”, movimientos de liberación nacional, indigenismos, nacionalismos fragmentarios.– Es fundamentalista democrático, fundamentalista científico, practica sin rubor las ideologías maniqueas del tipo derecha/izquierda.

La ideología de género, la ideología del cambio climático, las políticas migratorias de fronteras abiertas, el fomento de los indigenismos y de los nacionalismos étnico-lingüísticos, la llamada “nueva ética”, los “derechos reproductivos”, el “derecho a decidir”, la Carta de la Tierra, la Agenda 2030, el BLM ( Black Live Matters), el neopaganismo de la pachamama, etc., todos estos movimientos han fructificado en el entorno del globalismo oficial. Por tanto, una práctica artística situada a favor de estas posiciones ideológicas no sería, en modo alguno, contrapropaganda o propaganda “de la buena”, sino alineamiento sin fisuras con el turbocapitalismo de las plutocracias globalistas.

Concluyamos, llamando a las cosas por su nombre: la verdadera potencia de la obra de arte se encuentra en su sustantividad y la sustantividad de la obra de arte tiene que ver con su inmanencia categorial y, por tanto, con sus propias técnicas y con sus cualidades artísticas. En el momento mismo en que la obra de arte es valorada por su mensaje político o por su posicionamiento gremial o ideológico, pierde su sustantividad, esto es, deja de ser arte y pasa a ser propaganda o fraude.

"El objetivo del arte no es representar la apariencia externa de las cosas, sino su significado interior"
Aristóteles

 .