José Tomás Hargous Fuentes
El pasado viernes en El Mercurio la historiadora y directora de empresas Lucía Santa Cruz reflexiona en torno a “las diferencias entre las derechas que competirán por la Presidencia de la República en diciembre próximo: por una parte Matthei, de Chile Vamos, como representante de una tradición de liberalismo clásico, y por la otra, Kast y Kaiser, los candidatos identificados, uno más que otro, con las corrientes libertarias de Milei, Trump o Bukele, entre varios”. La columna de la destacada intelectual chilena, reconocida hace casi un mes como “Miembro Académico Honorario” de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) es llamativa por varias razones. Lo primero que sorprende es el marco interpretativo con el que busca “entender cabalmente” las postulaciones de Matthei, Kast y Kaiser. Comprenderlos como teóricos políticos que siguen sistemáticamente el pensamiento de una determinada tradición no se condice con la realidad política actual, con escasísimas excepciones.
Decir que Johannes Kaiser es libertario es algo razonable, aunque requiere algunas aclaraciones, como que Kaiser es bastante más conservador que Milei, al entroncar su “nacional–libertarismo” en lo que internacionalmente ha sido conocido como el movimiento paleolibertario. Pero decir que Milei, Trump y Bukele son todos libertarios es no “entender” cómo piensan y actúan las derechas alternativas o radicales. Pensar que porque todos se oponen al establishment de centroderecha y de izquierda son todos iguales es no comprender los matices y diferencias de fondo que existen entre todos ellos, quienes sí se dan cuenta de esas diferencias pero deciden trabajar juntos ante la potencia de sus adversarios. De hecho, de los tres políticos internacionales nombrados por Santa Cruz, sólo Milei reconoce su filiación libertaria. En tanto, un estudio medianamente superficial de la historia política de El Salvador y el rol de Nayib Bukele en ella le haría concluir que Bukele es de una tradición de centroizquierda, y que sólo al llegar a la Presidencia de su país abrazó ideas de derecha radical. Por su parte, Donald Trump representa una interesante renovación del conservadurismo norteamericano, al interior de las filas del Partido Republicano, y superando las carencias del neoconservadurismo de sus antecesores, que nada tiene que ver con el liberalismo libertario, ni en economía ni en valores sociales.
Al mismo tiempo, pensar que José Antonio Kast es un libertario a la manera de Milei es un error monumental. Su domicilio político de origen es la UDI de los años ochenta y noventa, con una “síntesis conservadora neoliberal” que se llamó “Chicago-gremialismo”, la que articulaba los valores cristianos, el principio de autoridad presidencial, la economía social de mercado y la promoción de los sectores populares. Su líder político y principal referente intelectual, Jaime Guzmán, bebió a lo largo de su vida política de las ideas de diversos pensadores como el Padre Osvaldo Lira, Jaime Eyzaguirre, Milton Friedman, Michael Novak, entre otros. La historia de José Antonio Kast, aunque conocida, es bueno recordarla: A partir del año 2000 aproximadamente, la UDI fue progresivamente renegando de su identidad conservadora liberal, licuando su substrato partidario hasta llegar a la irrelevancia en que se encuentra actualmente. Algunos de sus militantes, encabezados por Kast, dejaron el partido en 2016, con la intención de presentar una candidatura presidencial independiente y, luego de su éxito, armar un partido que disputara la hegemonía de la derecha, desde un conservadurismo liberal sin miedo a defender las propias convicciones, que hoy tiene a la candidatura de Matthei contra las cuerdas.
Pero las carencias más importantes de la columna son las relacionadas con el pensamiento político de los sectores que trata de describir. En sentido estricto, no se trata sino de caricaturas favorables al “liberalismo clásico” y desfavorables a las “corrientes libertarias”. Porque, francamente, decir que ambas ideologías se diferencian porque el liberalismo comprende que “somos miembros de una sociedad, compartimos un destino con otros y requerimos cooperar con nuestros congéneres” y el libertarismo no, es una simplificación absurda.
Si nos vamos a los orígenes de lo que Santa Cruz llama liberalismo clásico, nos daremos cuenta de que son comunes a los del libertarismo. Durante los siglos XVII y XVIII surgió un movimiento intelectual llamado “Ilustración”, que sentó las bases del liberalismo hasta nuestros días. Entre ellos destacan los padres del “contractualismo”: Thomas Hobbes, John Locke y Jean-Jacques Rousseau. Con sus diferencias, más o menos profundas, los tres propusieron la teoría del contrato social, es decir, que los hombres no seríamos sociales por naturaleza –lo que significa que los hombres nacemos, vivimos y nos realizamos en sociedad–, sino que naceríamos en un “estado de naturaleza” asocial y prepolítico, y que luego de un acuerdo entre los individuos surgen la sociedad y el Estado, que tiene como fin resguardar los derechos de las personas, que somos incapaces de garantizar en el “estado de naturaleza”. En paralelo, Adam Smith y David Ricardo sentaban los fundamentos del liberalismo económico, aceptando los presupuestos políticos del contractualismo. También cabría nombrar a los Founding Fathers de Estados Unidos, que, combinando theoria y praxis, dieron forma al orden político norteamericano; así como filósofos como Immanuel Kant con su ética, y tantos otros.
Los llamados libertarios, representados principalmente por la “Escuela Austríaca de Economía” –cuyos exponentes fundamentales son Carl Menger, Ludwig von Mises y Friedrich A. von Hayek–, busca rehabilitar el liberalismo económico clásico de Smith –tanto es así que se consideran “liberales clásicos”– en una época de estatismo a ambos lados del Atlántico –keynesianismo, New Deal, Estado de Bienestar, socialismos reales, nacionalsocialismo–, promoviendo una reducción casi total del Estado en el orden económico, al mismo tiempo que una sociedad vertebrada en torno al mercado. Sus postulados, considerados “heterodoxos” por el mainstream económico, alcanzaron una relevante difusión con la alianza de los libertarios de Austria con los ordoliberales alemanes y los “neoliberales” de Chicago en la Mont Pelerin Society, tema estudiado por Álvaro Vergara en su libro Neoliberalismo. Una idea en disputa (2025). En el último tiempo, en tanto, han adquirido un nuevo aire de la mano de españoles como Jesús Huerta de Soto y Juan Ramón Rallo, el argentino Javier Milei –hoy Presidente de la Nación– y la familia Kaiser en Chile, entre otros intelectuales de mayor o menor calado.
Lucía Santa Cruz cierra su artículo sosteniendo que “Estas diferencias implican retóricas y prácticas políticas muy disímiles. Por una parte, unos promueven el entendimiento, el diálogo y la moderación, y otros conducen a regímenes más autoritarios, a la confrontación y la polarización”. De nuevo, reafirma el hombre de paja que vertebra su columna. Justamente, su sesgo por la moderación la lleva a simplificar excesivamente a los personajes que critica, pero también a los que reivindica, achacando actitudes que no se condicen con la realidad: ¿Cómo los partidarios del Estado mínimo promoverían “regímenes más autoritarios”? ¿Cómo se defiende “el entendimiento” deformando las ideas y acción de tus contrincantes? ¿“Promueven el entendimiento” quienes vetan el acceso a primarias a candidatos con iguales o más opciones que las de su postulante? ¿Promueven “la confrontación y la polarización” quienes se aliaron con la derecha tradicional –Milei y Kast– para intentar acceder al poder?
No sólo eso, la historiadora también omite olímpicamente la relevancia del conservadurismo en el pensamiento político moderno y contemporáneo, diluyéndolos entre los “liberales clásicos” y las “corrientes libertarias”. A lo largo de los últimos siglos, pensadores de la talla Edmund Burke, Alexis de Tocqueville, Michael Oakeshott, Russell Kirk, Roger Scruton y tantos otros han dado forma a una tradición política que rehuye de las revoluciones y de las soluciones ideológicas, promoviendo las reformas más adecuadas al orden social, desde el sentido común y una visión anclada en valores tradicionales, un espíritu de reforma anclado en la tradición, que reconoce la importancia del Estado en la mantención y fortalecimiento del orden social, al mismo tiempo que promueve el despliegue de la sociedad organizada para promover el bien común.
En síntesis, Lucía Santa Cruz no sólo comprende simplistamente a los libertarios, sino que también romantiza al liberalismo –del cual el libertarismo es más bien una radicalización–. Pareciera que su desconocimiento del pensamiento de los autores le impide ver correctamente las verdaderas características de los grupos que describe y por tanto diluye al máximo la fuerza de su argumentación, deformando la realidad y forzando una “polarización” argumentativa como la que ella misma achaca a ese variopinto grupo de derechas alternativas que mete en el saco del libertarismo y ofreciendo a Matthei –¿alguien seriamente piensa que Chile Vamos sólo adscribe a una tradición política y que ésta es “liberal clásica”?– un salvavidas de plomo en un momento en que sigue cayendo en las encuestas. Más que una genealogía del liberalismo y el libertarismo, sus argumentaciones parecen manotazos de ahogado.
Fuente: https://viva-chile.cl/2025/06/liberales-y-libertarios/
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