Osvaldo Rivera Riffo
Director Fundación Voz Nacional


"En política solo triunfa el que pone la vela donde sopla el aire. Jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela"
Antonio Machado Ruiz


Tuve el privilegio de conocer y trabajar con don Sergio Onofre Jarpa. Lo conocí siendo yo muy joven cuando participaba activamente en la juventud del Partido Nacional. Trabajé por su candidatura a Senador por Santiago aunque a pedido de él voté por Alberto Labbé (padre de Cristian Labbé) de tal forma que ambos fueran electos. Fue el año del gran fraude electoral, con el cual le robaron la elección a Labbé. Demostrado más tarde por el entonces Decano de la Escuela de Derecho de la Universidad Católica Jaime del Valle. Hoy ya nadie se acuerda de esa historia. El gran fraude electoral de la izquierda en marzo de 1973, el mismo que quieren repetir en octubre próximo.

Jarpa era sin lugar a dudas un líder indiscutido, de amplísima cultura, de un señorío a toda prueba y un caballero a carta cabal. Con él desapareció por completo ese eslabón de la historia donde sólo los grandes tribunos ocupaban los curules del Senado.

Como Ministro del Interior en los años turbulentos de los 83/85, dirigió con mano firme el orden público y dio los pasos necesarios para compatibilizar el esfuerzo político con el desarrollo económico. Como suele ocurrir, hubo desavenencias y duras críticas, pero por sobre todo supo mantener en alto el objetivo primordial de su gestión: el bienestar de Chile. Abrió los caminos del entendimiento político y fui testigo como a su oficina llegaban diversos opositores a conversar con el Ministro Jarpa.

Fue un embajador sabio y de carácter y supo coordinar las acciones necesarias como representante ante el gobierno Argentino, para que las diferencias australes se manejaran por vía diplomática evitando así la conflagración bélica. Por tanto, a este verdadero y gran político Chile y su pueblo le deben tener una deuda de gratitud eterna.

No cabe duda que como suele ser la actual política, saldrán a relucir los bajos instintos de más de alguno de sus adversarios. Pero por mucho que tiren el estiércol de sus cloacas, ya don Sergio Onofre Jarpa tiene un lugar muy destacado en la historia de Chile, lugar que jamás alcanzarán esos esbirros del odio que acabarán siendo olvidados y además, con el desprecio del pueblo.

Hoy día no tenemos líderes que hagan vibrar al pueblo y que emocionen con su mística. No existen los caballeros que arma en ristre enfrenten al adversario político.

Hoy existen sólo “pelusones” faranduleros que al menor foco corren como polillas a hablar sandeces o a dictar normas de su propio actuar, investidos de una prosapia cómica propia del teatro del absurdo. Este elenco de falsos políticos lo componen la más variada gama de especímenes, desde los que no le han ganado nunca a nadie, a los que han vivido de la política su vida entera y a costa de los impuestos de todos los chilenos. Su único mérito: mentir y utilizar.

Por eso se echa de menos un Jarpa, un Bulnes, un Duran, un Ibáñez o un Diez y porque no también, un Juan de Dios Carmona o un Ignacio Vicuña, e incluso a la poco fina Carmen Lazo o a la misma Laura Allende. Había amistad cívica, por grandes que fueran las diferencias ideológicas.

Todos ellos tenían magnetismo, hoy llamado inteligencia emocional, sabían comunicar aunque su mensaje fuese equivocado.

Otros tiempos, otra gente.

Otra realidad, otros momentos.

Pero Chile es el mismo. Una larga y angosta franja de tierra entre cordillera y mar. Con gente valiente campechana, simple, llena de sabiduría popular, socarrona y carentes de esos estereotipos ridículos y cursis que tanto daño le han hecho a la identidad nacional.

Hacen falta líderes como Jarpa, que nos hagan vivir la realidad y no fantasías, ni mucho menos planteamientos trasnochados de ideologías comprobadamente fracasadas.

Hace falta un Jarpa para volver a creer y respetar la fe pública. Para respetar el orden y el derecho y para poner en el lugar que le corresponde a los quiltros que ladran cuando las discusiones son entre perros grandes.

Para eso se necesita una cosa muy simple, tener autoridad moral producto del trabajo duro y de haberle ganado a la vida con el esfuerzo personal y no con el producto del compadrazgo o del acomodo social o político.

Que falta hacen los políticos de ayer. Que gusto volver a oír sus discursos en el hemiciclo de la cámara o senado, verdaderas cátedras de oratoria, donde la filosofía y la historia eran al menos los temas recurrentes para ilustrar la realidad.

¡Que falta nos hacen los que ya se fueron!!!

"Nunca olvides que cuando estamos en silencio somos uno y cuando hablamos somos dos"
Indira Ghandi

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