Juan Antonio Montes Varas
Director Credo Chile


Desde que los civiles retomaron el poder político en Chile, hace ya tres décadas atrás, el País ha sido gobernado por sucesivos Presidentes de centro izquierda o centro derecha.

El consenso y la política de los acuerdos han sido la constante de este período de transición e instalación del sistema democrático.

¿Qué ocurrió para que en las próximas elecciones presidenciales -que se realizarán el domingo 21- los dos candidatos con más posibilidades de subir a la presidencia sean de posiciones enteramente antagónicas, de izquierda radical o de derecha “sin complejos”?

¿Por qué parece haber resucitado el fantasma de Allende y las nostalgias del Gobierno militar?

A esas dos preguntas habría que responder con una tercera pregunta: ¿existen verdaderamente los “centros”?

Mentalidad del centrista

Comencemos por decir que el centrismo es, antes que nada, una mentalidad, y no un cuerpo de ideas coherente y homogéneo.  Esa mentalidad consiste en sostener como ideal un estado ecléctico entre dos posiciones “extremas”, de derecha y de izquierda.

El “centrista”, establece una bisectriz entre una posición y la otra. Así, él se considera instalado en aquella situación, ideal y estable, de “ser de centro”.  En su comodidad pasajera,  no parece percibir, que, conforme lo explica el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, las doctrinas de la izquierda sí son coherentes y son fruto de dos errores morales: el orgullo y la sensualidad, que generan respectivamente, el igualitarismo y el liberalismo.

Sin embargo, como todas las pasiones humanas, ellas lejos de ser estáticas, siempre tienden a querer llegar hasta sus últimas consecuencias. Y, por lo tanto, exigen cada vez más igualitarismo y más liberalismo. La utopía de ayer, es moderada delante de la de hoy y reaccionaria frente a la de mañana.

Siendo esta la dinámica propia de la izquierda, como por otra parte la de todas las revoluciones, el centrista está obligado a reformar su bisectriz cada vez más a la izquierda, para poder mantenerse en el “centro”.

De las sucesivas reformas, el “centrista” de izquierda termina siempre de la mano con la extrema izquierda. A su vez, el “centrista” de derecha, se ve forzado a ubicarse cada vez más cerca de lo que ayer combatía.

Fue lo que sucedió en estos 30 años de gobiernos “centristas” en Chile. El aparente consenso estalló dos años atrás, en una explosión de odio y destrucción, del cual el País no se repone ni sale de su sorpresa.

El último Gobierno de la “centro izquierda” dirigido por Bachelet, incluyó a comunistas y a todos los sectores más radicalizados. Al mismo tiempo, sus mismos personeros fueron paulatinamente repudiando aquellos “logros” económicos y sociales que se habían obtenido “claudicando” de las posiciones extremas de la izquierda.

Así, tanto el PS cuanto la DC, pasaron a envejecer prematuramente y sus retoños anarquistas del “Frente Amplio”, Partido Comunista y otros grupos de izquierda similares, fueron tomando el centro del palco político.

Por su parte, el candidato de la “centro derecha”, supuesto heredero del legado Piñera, Sebastián Sichel, representaba precisamente lo que al centrista de derecha le gusta: una historia zigzagueante desde la DC hasta el Ministerio de Desarrollo Social del actual Gobierno.

Despertar del sentido común.

Frente a estas posiciones, se presentó otra opción, a la cual, en un inicio, pocos dieron importancia, considerándola como de “extrema derecha”; la candidatura del ex diputado José Antonio Kast.

Su aspiración para alcanzar la Primera Magistratura, comenzó con muy pocas expectativas. Sin embargo, paulatinamente, a medida que la izquierda radicalizó sus metas, ella fue subiendo en respaldo popular, hasta ser hoy la que tiene el mayor apoyo con un 24 %, frente al 19% del candidato Boric, de la izquierda radical.

El programa de José Antonio Kast, es lo que el sentido común reclama delante de la agresión de la izquierda. Respaldo a la propiedad privada y apoyo a las Fuerzas Armadas y policiales en el cumplimiento de sus deberes constitucionales.

Una de las premisas de su programa afirma que: "Una sociedad que antepone la igualdad (…), a la libertad, terminará sin igualdad ni libertad”.  El programa establece también los “tres campos de batalla en los que confluye la defensa de nuestros valores y principios: la libertad, el Estado de Derecho y la familia".

El sorprendente aumento del respaldo a Kast, significa claramente un despertar del sentido común chileno. Quienes, sin quererlo, han sido los principales reclutadores de sus adherentes, son precisamente los anarquistas y destructores que han saqueado el País, quemado iglesias, estaciones de Metro y manteniendo una guerrilla permanente en el sur, en la zona de la Araucanía.

No han faltado periodistas que observan con preocupación que la adhesión a ese programa, deja transparentar los ideales de la “tradición, familia y propiedad”, que parecían, para muchos, definitivamente sepultados.

El fin del centro y la polarización futura

A dos semanas de la primera vuelta electoral es difícil hacer pronósticos sobre quién será el próximo Presidente de Chile. Sin embargo, una cosa es clara; lo que tendremos por delante será la desaparición de las posiciones “centristas” (de izquierda y derecha) y un futuro de enfrentamientos doctrinarios polarizados, entre los adherentes de Boric y de Kast.

Tal polarización no será una característica sólo del panorama chileno. Ella, más o menos está instalada en todo el Continente, en los Estados Unidos y en algunos países europeos.

¿Qué pensar de tal polarización?

Si cambiamos la palabra “polarización” por “definición de posiciones”, ella no puede sino ser bien vista. Nada peor que las indefiniciones, los arreglos espurios, los consensos en base a la mentira y al engaño.

En ese sentido, la polarización es bienvenida.

Si, por el contrario, ella es entendida por populismos demagógicos, por ausencia de doctrinas coherentes, ella no merece el apoyo de nadie.

Hacemos votos para que la definición de posiciones que hoy se vive en Chile, termine con el “cambalache” del consenso y de origen a un debate claro y de visera erguida, ya sea como Gobierno o como oposición, de una derecha “sin complejos”.


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