Por Jorge Andrés Droguett
Director Fundación Voz Nacional
¡Qué duda cabe! La izquierda chilena pretende destruir el país para transformarlo en uno de sus paraísos soñados (de los cuales sus respectivos habitantes siempre han deseado huir), después de más de 40 años criticando sistemática e incansablemente el modelo económico implantado y que fue corregido en la medida que maduraba. El fruto que ha producido la crítica es que ha horadado el saber y entender de la comunidad, hasta el punto en que sus principales beneficiados y operadores creen torpemente que está mal, y que “debemos” cambiarlo por otro que probadamente no funciona, salvo eso sí, para recrear pobreza, y miseria generalizada. Respecto de esto último, sí es cierto que, el soñado sistema y régimen de economía centralmente planificada que pretenden reimplantar en el país estos canallas, es eficiente y fecundo para destruir la iniciativa privada, la libertad individual, la propiedad privada y los demás derechos humanos involucrados.
Sin embargo, ya no basta con las críticas sino que además pretenden destruir aquel Sistema y Régimen económico que ha favorecido un camino en el que los hombres libres consiguen por sus propios medios y esfuerzo familiar la superación de la pobreza cultural, intelectual y material, como jamás se logró en tan corto período en Chile o en el mundo en un país de semejantes características y en el estado de destrucción que quedó con la Unidad Popular.
Este éxito, en primer lugar, molesta a comunistas, anarquistas y, en segundo lugar, a un buen número de personas que llamaremos “hombres buenos” que están convencidos de que los seres humanos somos iguales y que debemos tener todos los mismos privilegios y condiciones de vida por el solo hecho de respirar, sin considerar sus méritos y esfuerzos personales.
El río está revuelto, sus aguas turbulentas no nos permiten ver el fondo y tampoco lo que llevan sus aguas. Uno de los componentes no visibilizado es el tema de la inmigración y el de los refugiados. Al respecto, es triste comprender que nuestras autoridades políticas no quieren a Chile, sino que lo toman como un instrumento para satisfacer sus sueños personales o para pagar compromisos políticos “internacionales” sin evaluar el daño que hacen a sus connacionales. Esto es lo que trataremos de reflexionar a continuación.
Al parecer, es suficiente respirar tanto para ingresar al país como para legalizar la permanencia de extranjeros. Si suponemos que en Chile somos 17 millones y medio de habitantes ¿cuántos inmigrantes y refugiados podemos recibir? Y ¿qué requisitos deben cumplir al menos? En otras palabras, no han estudiado cuántos extranjeros podemos recibir sin destruir lo que se ha conseguido para los propios, ni dónde deben ser ubicados, ni qué requisitos deben cumplir, ni cuántas fechorías o cuánto provecho debemos soportar que obtengan del país receptor, en fin, lo permitido por las autoridades no tiene pies ni cabeza, y peor aún, saben que perjudican a los propios aceptando a tantos extranjeros.
Es claro que quienes pretenden destruir el país y, por supuesto, tomar el control del poder ejecutivo, oponen a la cantidad decreciente de pobres de origen chileno la “importación no tradicional” de inmigrantes, es decir, traen pobres, abogan por ellos y piden que tengan derecho a voto ¡Maravillosa jugada! Si en las urnas no ganan creen que lo harán con esta masa creciente de “beneficiados”.
No se equivoque señor lector, la inmigración regular es deseable, pero debemos permitir el ingreso a personas que contribuyan al engrandecimiento de nuestra patria, que paguen impuestos, que inviertan, que trabajen lícitamente, que sigan nuestras costumbres, nuestra cultura, o al menos, que las respeten, que entreguen parte de su tiempo a un servicio país gratuito y que nos regalen lo positivo de sus experiencias en sus países de origen. En consonancia con lo anterior, aquellos que ingresan como turistas y permanecen indefinidamente en el país, no deben ser legalizados sino expulsados, los que ingresan ilegalmente, lo mismo; qué decir de los delincuentes o infractores de ley, mal vivientes y quienes vienen a ejercer todo tipo de comercios ilegales.
Si nos quisiéramos como país, valoraríamos el esfuerzo que debe hacer el Estado para mejorar las condiciones de vida de tantos chilenos que no saben o no pueden salir de su pobreza. Sin embargo, gastamos esa energía en ayudar a individuos que nada han aportado a nuestro devenir, y que tampoco sus padres o abuelos lo han hecho. Las pasadas y actuales autoridades permitieron ese ingreso desmedido de todo tipo de personas que, en el mejor de los casos, ejercerán como vendedores ambulantes ¿qué debemos hacer nosotros como país con la inmigración y la traída de refugiados, teniendo tantos problemas y necesidades de toda clase un enorme grupo de nacionales?
Los enemigos internos de la patria y los externos ya conocidos, están detrás de las crecientes tomas de terreno, de las marchas, protestas, delincuencia, creación de campamentos (que tanto esfuerzo ha costado erradicar) y ahora, los mismos lobos disfrazados de ovejas, que en silencio han propiciado la llegada masiva de estos pobres “importados”, son los que alzan la voz y se ocupan de mostrar la saturación de los espacios en que viven, o el hacinamiento de estos inmigrantes pobres que reciben prestaciones estatales de todo tipo: subsidios, espacio en las escuelas para sus hijos, atenciones de salud, apoyo social, todas ellas gratuitas. Mejor dicho, gratis para ellos, pues quienes financiamos al Estado pagamos de uno u otro modo esas prestaciones que realizan los servidores públicos que también son financiados por el mismo bolsillo de papá Fisco, bolsillo que se alimenta de lo que los particulares aportamos, empero sufrimos el empeoramiento de nuestra calidad de vida, la destrucción de un ambiente de paz y encarecimiento, sin retribución alguna, del costo de nuestras vidas.
Bienvenidos los extranjeros que vienen a aportar y a entregar parte de lo que obtengan durante un tiempo, por el hecho de ser aceptados o que ingresen a un sistema de servicio país obligatorio, que bien le vendría a todos los chilenos; bienvenidos los que ingresan a trabajar regular y honradamente; bienvenidos los que estudian y aprenden un mínimo necesario de nuestra historia y geografía, nuestro himno patrio, idioma, modismos, las costumbres; bienvenidos a quienes respetan el vivir en una comunidad o vecindad sin alterar la paz de sus entornos y, bienvenidos todos aquellos que contribuyen a desarrollar y mejorar el nivel de vida en nuestro amado país. La contrapartida es que los que no cumplen con los mínimos propuestos deben ser regresados inmediatamente a su país de origen.
¿Por qué aceptamos el ingreso de personas que traen enfermedades que nos ha costado tanto controlar, u otras no habituales en Chile? La razón es de estudio sociológico. Pese a ello, creo que no nos percatamos del trabajo hecho en este país en las últimas décadas, ni de lo que hemos logrado como sociedad, admirada desde afuera gracias a los criticados Sistema y Régimen económicos imperantes. Lo peor es que, como mal agradecidos que somos, no apreciamos los positivos efectos que hoy se evidencian en todos los niveles, pero se silencian.
Los piececitos de niño azulosos de frío deambulaban en el campo y la ciudad hasta comienzos de 1974, ¡caramba! Hoy nos escandaliza esa cruda realidad descrita maravillosamente por la gran Gabriela Mistral en la primera parte del siglo pasado. Del mismo modo, el reconocer que para muchos de los nuestros era impensable el uso corriente de sábanas en las camas y el uso de papel higiénico que reemplazó al papel de diario en casi todos los baños (pozos sépticos, letrinas o pozos negros) del país, más importante, los indicadores vitales muestran que de desnutridos y subalimentados gran parte de nuestra población pasó a tener sobrepeso u obesidad, ha aumentado la talla y promedio de vida de la población, disminuido la mortalidad infantil y la morbilidad de la población en general, entre tantos avances. La caricatura del sinsentido de lo que escribimos está conformada por las imágenes mostradas por la prensa en las que muestran obesos mórbidos que protestan en época de pandemia por la hambruna manifiesta.
El sentido contrario de lo anteriormente expuesto marca con gran fuerza que Chile no es el mismo, que el Gobierno Militar cambió la cara y el pelo de la vida en Chile y, les guste o no, los gobiernos que siguieron se subieron a un carro exitoso, no sin continuar y profundizar las críticas al Sistema y Régimen político económico virtuosos, estructurado sobre principios permanentes y valores universales. La doble paradoja consiste, por una parte, en que quienes más han aprovechado la bonanza económica y se han enriquecido (gran parte de ellos ubicados en la oposición), constituyen la principal fuerza detractora; por la otra, los beneficiados supuestamente de derecha, verdaderos paradigmas de las virtudes del Sistema, debieran mostrarse como ejemplos de crecimiento, de bienestar personal y familiar, quiénes pueden estar más convencidos de las virtudes del sistema, NADIE … pero en lugar de mostrarlo, publicarlo … callan, se ocultan en las riquezas acumuladas, y otros convencidos, no pocos, expresan en forma tibia o cobarde su parecer, con esta falta de pantalones, se hacen parte del coro infame que pretende destruir Sistema y Régimen económico, con ello, a Chile. La orquesta la dirigen muchos políticos que azuzan este disloque para continuar ganando y obteniendo inmerecidamente buenos ingresos del Estado.
Es el ser humano quien debe ganarse el pan con el sudor de su propia frente y no esperando que lo provea un planificador central incapaz de determinar las necesidades de cada habitante y que, con suerte, puede cifrar las necesidades promedio y mínimas de éstos. Pese a ello, en todos los países donde lo han implementado, sólo han conseguido solventar una parte de ese mínimo promedio, generando, en consecuencia, grandes miserias y controlando por el estómago a los miserables gobernados.
Comunistas, socialistas, anarquistas y otros tontos útiles con “H”, creen que esta vez sí podrán hacerlo en nuestra hermosa tierra. Tan perdidos están que pretenden concretarlo sin empresarios, sin los contribuyentes y financiados con un impuesto confiscatorio y expropiatorio al patrimonio y, desde luego, con el dinero que los trabajadores hemos acumulado en los Fondos de Pensiones.
Sin posar de adivinos, anticipamos que la orgía de gasto público pretendida, y ya iniciada, terminará, una vez más, con los eventuales jerarcas, gerentes y autodesignados príncipes de la destrucción, con abarrotadas cuentas de dinero mal habido en el extranjero, lugares a los cuales se dirigirán una vez que pierdan el control, y con la mejor de las sonrisas y desvergüenza señalarán en sus entrevistas, realizadas por otros hipócritas, que faltó poco para que madurara el sistema y que la gente no los entendió. ¡Cuidado, parece una profecía que puede auto cumplirse!
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