3 DE ABRIL DE 2022 

 

 

 

 

 

Hermógenes Pérez de Arce


Hace 500 años Chile no era un país. Los incas decían que hacia el sur de ellos había un territorio que llamaban con ese nombre, al cual pocos se arriesgaban a ir.

El primer español que osó venir fue Diego de Almagro, pero fracasó y volvió maltrecho, con un reducido grupo de desarrapados en tan mal estado que en Lima los describieron como "los rotos de Chile". Después hemos hecho frecuente honor a ese nombre.

El que al fin fundó acá un país fue el extremeño Pedro de Valdivia, pues hasta entonces lo que existía en esta tierra de nadie eran tribus dispersas, que ahora la Convención Constituyente dice que eran doce: araucanos, aymaras, changos, coyas, diaguitas, kaweshkares, likanantayes, onas, quechuas, rapanuis (éstos estaban en la isla de Pascua y no sabían todavía que en el siglo XIX los íbamos a ir a conquistar), selknams y yaganes.

Valdivia sometió a todos los que encontró, menos a los araucanos, que se autodenominaban "mapuches" ("hombres de la tierra") y resistían más que el resto al domino español. Debido a eso el Fundador tuvo la mala idea de ir personalmente al sur a someterlos, en 1553, pero perdió la batalla decisiva en Tucapel, cerca del Bío Bío, y los araucanos no sólo lo apresaron sino que lo descuartizaron.

Pero el nuevo país subsistió a eso y a mucho más y hasta se independizó, aunque sólo vino a vencer definitivamente a los araucanos a fines del siglo XIX, en una operación bélica que se llamó, paradójicamente, "Pacificación de la Araucanía". Está muy bien relatada en el diario de un abogado-soldado participante en ella, Miguel Varela, titulado "Un Veterano de Tres Guerras", editado por Guillermo Parvex y gran best seller nacional hace unos años.

Paradójicamente hoy, menos de 500 años después del descuartizamiento de Valdivia, los nativos han vuelto a las andadas y en una llamada "Convención Constitucional", que más parece un machitún, están procediendo a descuartizar al país entero, partiéndolo en trece miembros, cada uno con su territorio: los doce pueblos aborígenes antes nombrados y uno más, al que generosamente han concedido una porción de un treceavo, que se llamará "nación chilena".

Lo más notable es que el 90 por ciento de la población actual pertenece a esta última etnia y sólo el diez por ciento a las razas aborígenes, que se quieren quedar con todas las demás porciones del cuerpo destinado a ser desmembrado. 

A estas alturas una sola cosa puede salvarnos del descuartizamiento de la (todavía) nación chilena: el triunfo en el llamado "plebiscito de salida". Sólo así podría evitarse la aniquilación de lo que fue, al decir del presidente norteamericano Bill Clinton en los '90, "la joya más valiosa de la corona latinoamericana", en carta al entonces presidente Frei Ruiz-Tagle. Y en realidad, era "una joyita": había reducido la inflación de 500 % a menos de 10 %, multiplicado por cuatro el ingreso per cápíta, situándolo primero en América Latina; había reducido la pobreza de 45 % a 8 % y la pobreza extrema de 34,5 % a 2,5 %; había aumentado la esperanza de vida de 69 a 79 años, reducido el hacinamiento de 56 % a 17 % y aumentado el acceso a la educación superior del quintil de más bajos ingresos en ocho veces. De 1996 a 2015 el ingreso de los más ricos aumentó 30 % y el de los más pobres en 145 %. El índice de desigualdad bajó de 52,5 en 1990 a 47,6 en 2015 (datos tomados de un artículo de Axel Kaiser que es frecuentemente atribuido en las redes sociales a Sebastián Edwards).

Como suele suceder en las películas, el "jovencito", llamado Chile, sólo podrá salvarse de ser descuartizado si en la última escena, titulada "plebiscito de salida", los buenos resultan más que los malos. Si no, se producirá el segundo descuartizamiento de trascendencia histórica en los ya cerca de 500 años de vida nacional.

Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.com/

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