1 DE NOVIEMBRE DE 2020
Hermógenes Pérez de Arce
Ayer tuve el agrado de ver el video de una multitud argentina gritando a favor del capitalismo, al proclamar la candidatura de Javier Milei. Me pareció que era en la Avenida 9 de Julio. El grito masivo era "¡Libertad...Libertad... Libertad!", título de uno de sus libros. Nunca lo habría imaginado. Argentina, bajo la Constitución de Alberdi, que era como la nuestra actual, llegó a ser el país más rico del mundo en 1895. Hoy, tras más de un siglo de reformas socialistas, es el 76° y en crisis terminal.
Si los chilenos hubiéramos votado en 1988 por ocho años más de la presidencia de Pinochet, ya bajo la plena democracia, tal vez hoy seríamos también número 1 del mundo y no sólo el 2 de América Latina y bajando. Pero no sucedió, fuimos incurriendo progresivamente en el socialismo, hasta vivir hoy la hora más oscura para nuestra libertad, tras el triunfo del "Apruebo" y el consiguiente salto al vacío.
Por eso he propuesto mantener un Chile Libre, aunque sea sólo en las comunas en que triunfó el Rechazo, que continuarían bajo la Constitución de la Libertad. Una separación amistosa, por incompatibilidad de caracteres: allá gran mayoría por el Apruebo, acá gran mayoría por el Rechazo. Por fin, después de varios días, recibí un whatsapp de lo que necesito para llevar a cabo la Declaración de Independencia: un hombre de acción, un empresario. Yo creí que era porque iba a empezar a moverse para proclamarla. Pero no, era para preguntarme si estaba disponible para ser candidato a la Convención Constituyente. Le dije que no.
No quiero ser parte de este verdadero suicidio nacional acordado por una minoría del 39,5 % (el 78 % del 50,6% que votó) y obtenido poniendo la pistola en la cabeza a un Presidente muerto de miedo.
Además, el proceso se lleva a cabo bajo un régimen de facto y por las razones equivocadas, pues no es verdad que el modelo vigente favorezca más a los ricos, porque el ingreso de los pobres ha aumentado porcentualmente más que el de aquéllos; ni es verdad que genera desigualdad, porque la ha reducido; ni tampoco es cierto que no entrega recursos para salud, educación y previsión, porque los ha dado más que suficientes, como tantas veces se ha probado (Rolf Lüders 2019, Bettina Horst 2020). Pero la burocracia de los partidos se ha quedado con gran parte de la plata y, por lo tanto, ésta no ha llegado a quienes más la necesitan. De ahí el malestar, del cual es culpable el Estado.
Es decir, lo que hay que cambiar es el Estado, no la Constitución.
En fin, tampoco es verdad que la Carta sea ilegítima, porque la prepararon los mejores juristas del país tras un estudio de cinco años, la aprobó el pueblo mayoritariamente en 1980, la ratificó de nuevo el pueblo, con el 91,25 % de los votos, en 1989 y el Congreso elegido por el pueblo la volvió a reconfirmar como legítima en 2005, con el voto de 155 parlamentarios contra 4.
Pasando por sobre todo eso, los revolucionarios triunfantes van redactar un gatuperio y van a liquidar al país. No es exageración, porque ya se está liquidando la mayoría de las acciones de las sociedades anónimas del índice de la Bolsa (IPSA), pues se cotizan a un precio inferior a su valor de libros. Este último es el registro contable de lo que costó formar cada empresa. Es como si un señor que ha edificado una casa a un costo de cien millones de pesos la ofreciera en venta en 70 millones.
También están anunciando la liquidación de otras actividades cuando dicen que quieren "recuperar" el agua ("¡exprópiese!", como decía Chávez). O cuando vocean "No + AFP", lo que implica terminar con las cuentas individuales de jubilación (ya se ha hecho parcialmente con el retiro del diez por ciento y lo quieren hacer de nuevo). Así se está yendo la plata que financia a las empresas chilenas. ¿Finalmente se les entregará el resto de la plata acumulada a los mismos que manejan el Estado y que se quedaban con ella antes, bajo el antiguo sistema de reparto?
En fin, amenazan con que no habrá más salud ni educación privadas. Pero con el actual gasto público en salud todos los chilenos podrían financiar planes en las isapres y no habría "listas de espera" ni "hospital de Talca". Y con el equivalente al gasto público en educación todos nuestros menores podrían ir al Grange o al Tabancura o al Saint George's o similares, pues las filiales de éstos proliferarían como callampas. El nivel de enseñanza daría un salto gigantesco. Nótese que con la actual libertad educacional que dio el gobierno militar se fundaron, bajo él, colegios comunistas como el Instituto Latinoamericano de Integración y universidades como la Arcis. U otras socialistas como la Alberto Hurtado (una vez el padre Berríos se rió de que yo una vez hubiera escrito que él era "jesuíta de izquierda, perdonando la redundancia").
Lo que está en juego es, ni más ni menos, nuestra libertad. Una separación amistosa ahora permitiría conservarla allí donde ella es más valorada, a la espera de que el resto también, más temprano que tarde, la añorara y espontáneamente transitara de vuelta por las anchas alamedas hacia la reunificación.
Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.com/
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