23 DE OCTUBRE DE 2020 

 

 

 

 

 

Hermógenes Pérez de Arce


Hasta mediados de octubre del año pasado, Chile podía decir que había vivido los mejores treinta años de su historia en el aspecto económico, en el político y en el social. Todos los indicadores lo confirmaban, porque nunca había habido igual período en que el país creciera más, en que hubiera menos interrupciones traumáticas de la convivencia interna y en que hubiera disminuido más la desigualdad y los pobres mejoraran porcentualmente más su ingreso que los ricos. Y todo en una sociedad, en general, libre y democrática, cuyas bases sienta la Constitución que la rige, superlegitimada, pues fue votada por el 67 % en 1980, ratificada por más del 91,25 % en 1989 y de nuevo en 2005 por 155 votos contra tres en el Congreso Pleno.

Si se justificaba algún "malestar" era porque, si bien "el modelo" había dado toda la plata para mejorar la condición de los pobres, la burocracia estatal se había quedado con "la parte del león": sus sueldos son 32 % mayores a los del sector privado; si ella hubiera "dejado pasar" el gasto social al 20 % de hogares de menor ingreso, éstos no serían pobres, pues cada uno tendría dos millones 400 mil pesos mensuales y ello reduciría aún más la desigualdad. El tamaño del Estado se ha multiplicado por siete en estos 30 años y sus funcionarios son hoy más de un millón. Si se les disminuyeran sus sueldos excesivos en sólo diez por ciento, y esos recursos se dieran a los pensionados, ninguno tendría una pensión de menos de 400 mil pesos mensuales. Entonces ¿qué era lo que había que "arreglar"? Obviamente, el Estado. En  cambio todo indica que lo van a agrandar.

Si Chile hubiera sido un mecanismo, cualquier mecanismo, la unanimidad de la gente razonable de todo el mundo habría concordado en que no había que meterle otra mano que ésa. Pero hoy la prensa mundial se sorprende de ver que los chilenos nos hemos metido a "arreglar lo que anda bien" y se pregunta por qué lo estamos echando todo a perder. 

Ello parece una fatalidad inevitable. Así, en "La Segunda" de ayer jueves 22 de octubre, consultadas 30 personas destacadas de nuestro medio, menores de 50 años, 28 de ellas pronostican que, por gran mayoría, en el plebiscito del domingo triunfará el Apruebo, es decir, la postura de que hay que "arreglar" lo que funciona bien y aumentar el tamaño del Estado que funciona mal. Sólo dos personas, con alguna timidez, prevén un estrecho triunfo del Rechazo a este propuesto overhaul completo de las bases del progreso del país.

Yo conservo la esperanza de que las personas conscientes, que son las que no se meten a reparar las cosas que andan bien, tengan la suficiente disciplina para ir masivamente a votar, mientras que los irresponsables, los que son capaces de desarmar y "arreglar" el reloj que siempre da puntualmente la hora, den por seguro el triunfo del Apruebo y se queden mayoritariamente en sus casas. Ello daría lugar a un resultado tan sorprendente como el triunfo de Trump hace cuatro años, el rechazo al plan de concesiones a las FARC en Colombia y la victoria del Brexit en el Reino Unido, cuando todas las encuestas vaticinaban lo contrario. Pero es sólo una esperanza.

Aunque también he visto con sorpresa que el miércoles y el jueves la Bolsa sube fuertemente y cae el precio del dólar. La gente de la Bolsa siempre sabe cosas que ignora el ciudadano de a pie. El hecho no deja de sorprenderme... y de alentar mi optimismo. 

Además de votar Rechazo, anularé el segundo voto, porque lo considero "una falta de respeto, un atropello a la razón". Anularé, marcando ambas preferencias, por respeto a mí mismo. ¿Cómo puedo hacerme cómplice de votar dando por ganador al Apruebo antes de que se cuenten los votos, sobre todo si he votado Rechazo? Hay en ese segundo voto no sólo eso, sino también una trampa. Porque si uno lee el art. 130 nuevo de la Constitución, acerca de este plebiscito, él dice que el Tribunal Calificador de Elecciones "proclamará aprobadas las cuestiones que hayan obtenido más de la mitad de los sufragios válidamente emitidos". Es decir, si triunfa el Rechazo en una cédula y Comisión Mixta en la otra, proclamarán como aprobadas ambas cuestiones y, junto con rechazarse una nueva Constitución, se instalará una Comisión Mixta para redactarla. ¿No es eso absurdo? Por supuesto, pero así lo establece la reforma a la Constitución, aprobada bajo la violencia que invalidó el consentimiento, viciado por la fuerza, el 15 de noviembre de 2019.

Frente a ese absurdo, a la violencia que vició el consentimiento para este plebiscito; a que me impongan votar en una segunda cédula por una comisión contra cuya existencia he votado en la primera, anularé dicho segundo voto, marcando ambas preferencias. Si todos los electores actuaran con igual consecuencia y respeto a sí mismos, a lo mejor los votos nulos y en blanco superarían a los de ambas Convenciones y habría un verdadero mandato moral para considerar inválida esa segunda cédula.

Pero sé que mucha gente prefiere hacer cálculos de conveniendia electoral y los antepone al respeto a sí misma y a sus principios. Ese pragmatismo está asentado en la política del "mal menor". Sin embargo, ya he predicado casi demasiado que votar por el mal menor conduce indefectiblemente al mal mayor. Y si la mayoría ha preferido hasta ahora no hacerme caso, sigamos entonces igual y veamos a dónde vamos a parar esta vez. 

Al fin de cuentas, siempre resulta siendo cierto que los países tienen los gobiernos que se merecen.

Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.com/

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