miércoles, 10 de abril de 2019

 

Gonzalo Rojas
Editorial El Mercurio


En la protección hay una mirada que se mueve entre el paternalismo social y el clientelismo electoral. 


Afirma el senador Andrés Allamand que "la aspiración de la centroderecha es que las personas tengan mayores grados de autonomía en todos los ámbitos de su vida", y agrega que "la 'red clase media protegida' expresa la evolución desde una óptica restringida de la subsidiariedad a una que incorpora el concepto de solidaridad".

Suena bonito, suena positivo, suena cariñosito. Pero más allá del efecto comunicacional, ¿qué significan las palabras del senador gobiernista?

Autonomía: ¿Es lo mismo que libertad? No.

En la derecha hemos hablado siempre de libertad, de una facultad de la persona humana referida a un fin determinado, al fin propio de su naturaleza. Libres para hacernos mejores, para alcanzar nuestra plenitud, lo que significa siempre entender nuestra libertad dentro de los límites de nuestra naturaleza, de nuestro modo específico de ser. Libres para algo, para una concreta perfección, lo que implica el rechazo a ciertos comportamientos, aunque hayan sido los que han motivado la elección. Es una mirada realista, consciente de nuestras pequeñeces.

Por el contrario, cuando se usa el concepto de autonomía, se está en coordenadas muy distintas. Se postula la ausencia de normas de referencia, la carencia de finalidad, el agotamiento de la elección en sí misma y sin referencia a los bienes que se puedan conseguir. Elijo, luego existo: lo importante es la expansión del yo, aunque esa hipertrofia termine en infarto.

Y, en paralelo, la protección.

Hoy se usa esa terminología para desvirtuar la subsidiariedad, tal como lo hace Allamand. Pero nada tiene de restrictivo la subsidiariedad, como para que se la pretenda reemplazar por un concepto sumamente ambiguo, como es la protección. Lo subsidiario siempre exige respeto por el que recibe, en la medida en que se lo incentiva justamente a dejar de recibir, a valerse por sí mismo y lo antes posible. Por el contrario, en la protección hay una mirada que se mueve entre el paternalismo social y el clientelismo electoral.

Y cuando la protección queda referida a los sectores medios, es decir, a quienes no la necesitan en grado máximo, ¿no resulta evidente que lo que se busca conquistar son millones de votos más que potenciar millones de voluntades?

Algunos ejemplos pueden explicar cuán ambiguos son los conceptos de autonomía y protección.

Vamos de lo banal o cotidiano a lo completamente trascendente. ¿Hay que potenciar la autonomía de ciclistas y patinadores en las veredas? ¿Debe despenalizarse el cultivo y tráfico de las drogas para favorecer la autonomía? ¿En virtud de la autonomía, están los científicos autorizados a experimentar con embriones humanos? ¿Deben ser autónomas las comunidades indígenas? ¿Son las personas autónomas para abortar o decidir el fin de sus vidas mediante la eutanasia?

Estos no son casos extremos, son situaciones del día a día, son simplemente las preguntas obvias a Andrés Allamand.

Y en materia de protección, lo mismo.

¿Se debe mantener la gratuidad universitaria, aunque desvirtúe toda la concepción del esfuerzo y del mérito? ¿Cabe focalizar los programas sociales en quienes ya tienen casa propia y trabajo estable?

Si se responde a estas preguntas con sinceridad y concreción, quedará en claro si los planteamientos que pretenden convertir la autonomía y la protección en los ejes de una política de centroderecha no son acaso parientes cercanos, primos hermanos, de esas aspiraciones tan propias de las izquierdas liberales, esas que nos hablan de autonomía total y de plenitud de derechos sociales.

Y entonces, si hay tal parentesco, el relato que Andrés Allamand promueve, a mediano plazo, se convierte en tragedia

Fuente: http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=560935

 

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