miércoles, 03 de abril de 2019

 

Gonzalo Rojas
Editorial El Mercurio

Cuando un artista actúa como hombre de izquierda, se ve cómo puede dañar al bien y a la belleza. 

Un grupo musical escoge, con toda premeditación y alevosía, las caras de importantes personalidades del centro y la derecha chilena, para exhibirlas como telón de fondo en el último y masivo festival santiaguino. Los rostros escogidos -todos los hemos visto- aparecen traspasados entre el cuello y uno de sus ojos, por una lanza o por un punzón. Jaime Guzmán y José Antonio Kast figuran entre las víctimas.

Y esto sucede justo cuando se conmemoran los aniversarios de los asesinatos -a manos de grupos de izquierda- de Simón Yévenes y del mismo Guzmán.

Los tipos que, aprovechándose de su escenario, hicieron eso -sí, eso, incitación al delito- merecen una buena querella criminal: nada menos, en aras de la paz social.

Pero el ministro Blumel declara que, a pesar del rechazo social, en el Gobierno "somos firmes partidarios y defensores de la libertad de expresión, no somos partidarios de penalizar ese tipo de expresiones".

¿Por qué en el Gobierno faltan las agallas mínimas para enfrentar a estos depredadores, mientras se persigue con saña a los militares de los años 70 y no se vacila para pedir que la insólita sentencia del ministro Madrid sea enmendada en contra de los inculpados en el caso Frei? ¿Qué bicho les picó como para que siempre beneficien al lado contrario al de sus propios electores?

Esa es una primera cuestión que deja en la perplejidad a quienes votaron por Piñera.

Pero hay una segunda: volvamos a los tipos esos, a los que posaron de artistas.

¿Por qué se sienten protegidos, por qué se creen inmunes? ¿Sobre qué supuestos operan como para agredir del modo en que lo hicieron? Por cierto, cuentan con la debilidad que se aprecia en las palabras del ministro Blumel, pero hay algo mucho más de fondo, más esencialmente perverso.

Es la suposición de que al arte no se le pueden poner restricciones, que todo lo que cualquier creativo quiera exhibir ya está justificado, así se comporte el autor como un auténtico patán ad-hoc . "Es que el arte no tiene límites", nos dicen. ¿Ah, sí? ¿Y por qué no los negocios, o el deporte, o la formación de los hijos? ¿De dónde ese estatuto absolutista que rompe con todo el sentido de lo humano, siempre finito, limitado y precario? ¿De dónde esa invocación de divinidad a partir de una tan evidente y precaria humanidad? ¿No es acaso el artista un tipo que se enferma, se envicia y se muere, como tantos otros que jamás han posado de estetas? ¿No son los propios artistas críticos inmisericordes de sus pares?

Entonces, aparecen las sensatas explicaciones: "Es que el arte y las izquierdas son primos hermanos", nos dicen. Y agregan: "El arte y las izquierdas tienen un profundo parentesco, porque ambos denuncian la injusticia". Es cierto: los lamentos de tantos artistas se parecen a los de las izquierdas: son clamores tan llenos de resentimientos como de ineficacia. Hasta ahí llega su familiaridad.

Y otros suman argumentos: "Es que los artistas tienen que ser de izquierdas, porque viven pobremente". Falso, por ambos extremos: ni los pobres se han beneficiado jamás de las izquierdas, ni los buenos creadores viven en la pobreza, aunque los artistas ad-hoc quizás sí se la cultiven por imagen. Hoy, los Estados y los consumidores financian generosamente a tantísimos "pobres artistas".

La verdadera explicación de este siniestro maridaje entre muchos artistas y las izquierdas es otra: los creativos se sienten a gusto en esa dimensión de la política porque ahí encuentran -en la teoría y en la práctica- un desprecio integral por el orden de la naturaleza, por el sentido del límite. Y entonces, cuando un artista actúa como hombre de izquierda, se ve cómo puede dañar al bien y a la belleza.

Acabamos de comprobarlo.

Fuente: http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=559207

 

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