Gonzalo Rojas Sánchez
La deliberación sobre el aborto es la puerta de entrada a una discusión mucho más amplia y decisiva (aunque, por cierto, para cada embrión eliminado, lo decisivo ya sucedió).
Y esa discusión es la más radical que pueda entablarse, ya que detrás de ella no hay ninguna otra. Es la pregunta sobre si existe algo respecto de lo que no se pueda legislar, si hay algo —sea lo que sea— que por alguna razón está “más allá de la ley humana”.
(Recuerdo haber oído en Derecho Comercial que hay cosas que están fuera del comercio humano. Por algo será, ¿no?)
Para abordar la respuesta, no se puede omitir la muy lúcida aportación de Julián Marías, publicada hace más de 35 años en este mismo medio, bajo el título de “Totalitarismo ‘legal’”.
Marías decía ahí que “si el Reichstag, después del triunfo mayoritario de Hitler, hubiese aprobado el exterminio de los judíos, lo que se llamó ‘la solución definitiva del problema judío’ eso hubiera sido igualmente monstruoso, sin sombra alguna de legitimidad” porque, afirmaba Marías, “ningún Parlamento, ninguna potestad, aunque sea legítima, aunque sea democrática, puede legislar semejante cosa”.
La clave de su texto está en la expresión “semejante cosa”, porque ¿existen, de verdad, “semejantes cosas” que están efectivamente fuera de la potestad democrática de legislar?
Las posibles respuestas a esta pregunta, obvio, son solo dos.
Habrá quienes sostengan que existen efectivamente algunas “semejantes cosas” —o al menos una— y que, por lo tanto, esas materias están fuera del ámbito legislativo. En la otra opción, por el contrario, se afirmará que en una democracia todo es discutible, que nada queda fuera de la potestad legislativa.
Por chocante que pueda resultar esta segunda alternativa, Gonzalo Vial nos hizo ver que hasta 1973 se practicó “la idea de que la mayoría podía hacer cualquier cosa con la minoría, mientras respetara las reglas del juego, las formalidades de la ley y, por último, las formalidades de la reforma de la Constitución”.
Más de 50 años después, la situación no parece haber cambiado, por lo que el anuncio del Presidente Boric sobre el aborto abre, de nuevo, la posibilidad de discutir a fondo el tema: ¿Será factible llegar al acuerdo de que existen “semejantes cosas” sobre las que no cabe la deliberación legislativa o esa recomposición de un consenso mínimo sigue siendo imposible en Chile?
En el transcurso de la discusión sobre esas dos alternativas, deben abordarse ejemplos muy concretos, deben tenerse presentes los casos más conflictivos. Porque lo que para muchos chilenos es inaceptable —la indefensión del embrión humano ante la fuerza destructiva de uno o más adultos—, tiene su correlato para muchos otros, por ejemplo, en la proscripción de una determinada ideología política y en la consiguiente penalización de su práctica y de su difusión.
Sospecho que unos y otros —aun estando en completo desacuerdo sobre la solución aplicable a cada uno de los casos concretos mencionados— esgrimirían el mismo argumento: sobre “semejante cosa” no existe la potestad de legislar.
La discusión, por cierto, no debiera reducirse a filósofos, juristas, sociólogos y otros humanistas, sino que debiera extenderse a la gente de la calle, a las personas “common and corrient”, según un amigo poco versado en inglés. Ahí, en la vida misma, seguramente afloraría el más arraigado sentido común, y oiríamos la sensatez de “esa línea no se cruza, por ese aro yo no paso, a otro perro con ese hueso”.
Cuánto ganaría la democracia en humilde eficacia si se reconociera signada por el principio de autolimitación, porque solo con él “podrá seguir existiendo la humanidad”, escribió Solzhenitsyn.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el miércoles 12 de junio de 2024.
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