Gonzalo Ibáñez Santamaría


Es la pregunta que brota al leer la última columna de Leonidas Montes en El Mercurio (22/08/24). En ella, el autor urge la dictación de una ley que nos autorice a las personas para decidir el momento de nuestra muerte, y así hacérselo saber a un tercero para que nos la infiera. Es lo que se denomina eutanasia o “muerte digna”. En principio, ella se asocia a una situación de sufrimiento insoportable y de enfermedad incurable, pero ciertamente puede extenderse a todo momento en que una persona decide que, para ella, seguir viviendo se vuelve una carga.

Parece muy plausible este discurso, pero no pasa de ser un sofisma. Desde luego, porque alrededor de muchas personas ancianas y enfermas, puede comenzar a formarse un círculo dedicado a recordarles: “acuérdate viejito que tienes derecho a una muerte digna: ¡apúrate!”. El anciano y el enfermo se vuelven una carga de la cual conviene deshacerse pronto. Y no sólo para sus cercanos sino para todo el Estado. Es una manera de barrer debajo de la alfombra un problema que se quiere evitar.

Ninguna persona sobra en una comunidad nacional. Ese es el principio que debe animar la vida de esa comunidad. De lo contrario, comienzan a aparecer las personas que sobran, comenzando por los enfermos y ancianos y siguiendo, por los que se nos hacen insoportables.

A una muerte verdaderamente digna todos tenemos derecho y es entonces que debe hacerse presente el Estado subsidiario, para encarar una tarea, como es la del cuidado de ancianos y enfermos, que muchas veces sobrepasa las fuerzas de quienes los rodean. El bien de la comunidad integra el bien de todos y de cada uno, cualquiera sea la edad o condición física de los distintos individuos. No se puede invocar el nombre de la comunidad para despojar de su vida a una persona que sufre. Ni esta puede disponer de su vida, porque mientras viva es parte de esa comunidad y su bien es parte del bien común.

¡Viva la vida!

Fuente: https://web.facebook.com/gonzaloibanezsm

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