Gonzalo Ibáñez Santamaría


Hace un año, en un día como hoy, sucedieron las primeras acciones de la máxima violencia que se abatió sobre el país durante varios meses hasta que la irrupción de la pandemia obligó a amainarla. El surgimiento de esa violencia fue calificado como “estallido social”, pero nadie puede engañarse al respecto. Lo que dio la nota no fueron demandas sociales, que vendrían después, sino el hecho puro y simple de la destrucción de buena parte del ferrocarril subterráneo que surca Santiago. A un costo económico sideral para el país y a un costo social inmenso pues dejó sin comunicaciones y medios de locomoción a parte muy importante de la población. Fue seguido del asalto a supermercados, hoteles y comercio en general. Ni siquiera las iglesias y templos religiosos se salvaron, como tampoco se salvaron rutas y auto rutas que sufrieron cortes y destrucción de infraestructura. Gravísimo costo económico y, nuevamente, inmenso perjuicio social: 300.000 personas perdieron su trabajo. Es cierto que mucha de la gente que en días posteriores comenzó a manifestarse por “demandas sociales” lo hizo de la mejor fe. Pero, fue muy evidente desde el comienzo que éstas fueron funcionales a quienes estaban y han estado detrás de la violencia para darle un barniz de legitimidad y para prolongarla en el tiempo. El objetivo final fue claro desde el comienzo: la desestabilización política del país incluyendo, por cierto, la caída del gobierno.

Cómo y por qué se llegó a este extremo lo hemos analizado en columnas anteriores (*). Lo que hoy cabe resaltar es el indudable nexo que estos hechos tienen con lo que en Chile sucedió 47 años antes cuando las FF.AA y Carabineros, el 11 de septiembre de 1973, depusieron al régimen marxista encabezado por Salvador Allende. Quienes ese día fueron derrotados no han descansado hasta hoy para tomarse la revancha. Derrota profundizada por el éxito indudable que tuvo el gobierno militar en sacar a Chile del hoyo en que se encontraba sumergido y en ponerlo en una posición de privilegio dentro de las naciones del continente.

Pero, la derrota del marxismo criollo en 1973 no termina de explicar esta reacción. Sucede que la derrota fue mucho más severa para el marxismo internacional, del cual el criollo era un apéndice. La victoria de ese día no sólo rescató a Chile sino que levantó una barrera infranqueable frente a la pretensión marxista de apoderarse de todo el continente. Si Chile hubiera continuado en la senda por donde iba antes de ese 11 de septiembre, todo el continente hubiera terminado marxista con lo cual se hubiera afianzado el predominio de esa ideología en el mundo. Otra hubiera sido la historia posterior. Viendo los hechos desde hoy, podemos afirmar sin lugar a duda que Chile propinó al marxismo internacional una derrota que iba a concluir, casi veinte años después, con la caída del Muro de Berlín.

Ese marxismo no lo perdona y, por eso, la movilización contra Chile no es sólo interna sino que internacional, encabezada por distintos organismos a la cabeza de los cuales se ubica la misma ONU. Pero, no lo perdona sobre todo el que ha estado, desde su origen, detrás de esta ideología intrínsecamente perversa como la calificó el Papa Pío XI. Es el padre de la mentira cuya huella se hace evidente en una estrategia montada sobre la mentira acerca de nuestra historia. Ese es el enemigo que tenemos al frente y contra el cual tenemos que luchar de la mano de las fuerzas que Dios pone a nuestra disposición; en especial, su Madre Santísima y San Miguel Arcángel, Príncipe de la milicia celestial. Bajo su amparo nos ponemos, ponemos a nuestras familias y a nuestra patria. En Chile hoy, como en 1973, se libra un combate que trasciende nuestras fronteras.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm/

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