Cristián Labbé Galilea
“No se te vaya a ocurrir escribir sobre la Vallejos y sus 40 horas laborales, porque le estarías dando en el gusto a esa “azafata del diablo” (sic) que lo que busca es llamar la atención, y que va a lograr su propósito dada la candidez que caracteriza a la opinión pública y en especial a nuestro sector político”. Con esos “versos” me recibió un agitado parroquiano al llegar a mi tradicional tertulia.
Me comprometí a no hacerlo porque, además de estar de acuerdo con su apreciación, tenía decidido dedicar estas líneas al mes de la patria, a pacificar los ánimos y a fomentar la unidad, pero sospecho que el párrafo anterior da cuenta de la limitación que tengo para cumplir mis compromisos (terminé mencionado a la Vallejos).
Comentamos el asunto coincidiendo en que esta época del año, ya sea por nuestra edad o por los tiempos que se viven, se caracterizaba por la llegada del buen tiempo, la temporada de los circos, la parada militar, las fondas y las empanadas, pero que, hoy por hoy, para la gran mayoría no es más que unos días de vacaciones, un fin de semana largo, un ya consumido aguinaldo, y de todas maneras…. “un asadito”.
Si sólo fuera: “me cargan las cuecas; a mí no me llevan a las fondas ni muerto y sólo iría al ’Cirque du Soleil’”, no sería tan preocupante la diferencia con nuestros tiempos, porque las costumbres cambian y hay que asumirlo; pero lo que inquieta es comprobar cómo, iniciado septiembre, se desata un “huracán de odio” donde vuelan las tergiversaciones, las acusaciones, las falsedades, las ficciones, los cuentos y los mitos.
A quienes vivieron el quiebre institucional, y que no han cambiado su actitud, les resulta difícil comprender cómo se puede generar una versión tan distinta de lo ocurrido sin que nadie le salga al paso a la falsedad y a la mentira, o de cómo ahora guardan silencio aquellos que no sólo fueron testigos de la historia, sino que apoyaron públicamente la intervención militar de septiembre del 73.
Como nunca falta quien “le ponga pimienta al caldo” uno de nuestros parroquianos que durante el gobierno militar tuvo variadas responsabilidades y que “no trilla con yeguas robadas”, denunció: “no me vengan con cuentos, yo estuve ahí: cuando salió Allende; cuando el país se fue a la chuña (lenguaje del Chile coloquial); cuando todo el país pedía la intervención de los militares; cuando todos aplaudieron el 11 de septiembre y, lo más importante, yo estuve ahí cuando los mismos, los mismísimos que hoy condenan a los militares, iban a mi oficina a pedir pega, o a colocarse a la lata con Pinochet; a mí que no me vengan ahora a posar de “gallinas de primera postura”… porque yo estuve ahí”.
Después de esas revelaciones, poco se demoraron los parroquianos en bautizar al acusador como “el Bolsonaro” de nuestras tertulias… (alguien que dice la verdad sin rodeos).
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