Cristián Labbé Galilea
Es habitual escuchar a adultos referirse con desdén a la juventud… como si ellos no hubieran sido nunca “último modelo” ni parte de ese “incomprendido grupo etario”.
Frases como... “en nuestros tiempos las cosas eran distintas, ahora todo les importa un bledo… si no son de izquierda, pasan raspando”, dichos que se acercan a una versión actualizada de las lamentaciones de Rubén Darío en sus versos “Juventud Divino Tesoro”, o a la recurrente sentencia… “la juventud es una enfermedad que se quita con los años”.
Lamentablemente en el último tiempo la sociedad política, con ese paradigma en mente, ha caído en una peligrosa desvinculación con los jóvenes, protagonistas del futuro, quienes “naturalmente” debieran ser los adalides de la libertad y los más enconados opositores de cualquier sistema político donde las regulaciones, las limitaciones, las prohibiciones, los controles, sea “el pan nuestro…”.
Qué duda cabe que, para la juventud, no hay nada más seductor que la Libertad, esa libertad creadora, que les abre las puertas del futuro, que los estimula a una actitud proactiva, que les vigoriza la vida individual y les ofrece un mundo de oportunidades.
Hay que decirlo, esa libertad también les permite tener una visión y una comprensión crítica de su entorno social y político, lo que no es malo.
Está claro… La juventud es sinónimo de libertad y antónimo de regulaciones, lo que la hace concordante con esa sociedad de la libertad, que peyorativamente algunos identifican como… “la derecha”.
Pero no todo es tan sencillo como parece: existe un sector de esa juventud que promueve y practica la anarquía, la rebeldía extrema, la violencia, la negación de todo aquello que importe respetar personas o normas que no sean “su religión”.
Entonces, si la libertad es un ingrediente común entre parte de la juventud y la Sociedad Libre, como se ha dicho, cabe preguntarse… ¿Por qué los jóvenes no son la base de apoyo del sector, y por qué se encuentran tan atraídos por el progresismo?
La respuesta es sencilla: porque se ha buscado atraerlos con un discurso poco seductor, muy centrado en lo económico y lo material, con mensajes alarmistas y carentes de una lógica que los lleve a deducir, por ellos mismos, que la visión de la sociedad en la que aspiran vivir, está muy lejos de cualquier “paraíso del progresismo izquierdista”.
Por lo tanto, hay que seducir a los jóvenes con mensajes cortos, positivos y de alto componente emocional. Hay que despertarles ese “yo épico”, tan propio de esa edad, para que asuman la tarea de defender la libertad amenazada y salgan a convencer a quienes creen que la situación no es alarmante.
Queda poco tiempo para las grandes definiciones; luego, la tarea de los políticos, de la sociedad civil, y de “los más viejos” -los que en los ´70 vivimos la perdida de nuestras libertades- es recordarle a los “tesoritos de la juventud” las palabras de Don Quijote: “La libertad, Sancho… es uno de los más preciosos dones que al hombre dieran los cielos”.
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