Cristián Labbé Galilea
Son muchos los sucesos que dan cuenta de la realidad convulsionada que estamos viviendo… Por lo mismo, resulta inexplicable que sean más quienes “miran de reojo” los hechos de violencia, odio e intolerancia, que quienes “miran de frente” la amenaza, asumiendo con realismo que… ¡esto puede terminar muy mal!
Quise saber si alguno de mis fieles parroquianos se había preguntado… ¿Por qué, el “Caso Panguipulli” se ha enredado con maliciosos comentarios como, por ejemplo, centrar la discusión en la detención por sospecha, la legitima defensa, el filo de los machetes, la proporcionalidad de la respuesta policial, el ultimo disparo… etc.? ¡Silencio…!
Después de un rato, coincidimos que el hecho era una señal de algo más profundo y estructural…, que nadie podía engañarse creyendo que el “Caso Panguipulli” era solo el resultado de un cumulo de errores y que: “pronto se volvería a la normalidad”.
No, no hay normalidad, no puede haberla cuando se queman municipalidades, máquinas, campos, se matan carabineros, PDI, camioneros, agricultores… No hay normalidad, cuando hay “territorios” donde el Estado no existe y donde la autoridad no puede entrar… y otros, donde los ilegales entran como Pedro a su casa…. ¡En ninguna parte del mundo eso es Normalidad!
Aclaré que nada se podrá “normalizar”, ni “solucionar”, si no se empieza por decir las cosas como son. Comenté: “estamos ante un enfrentamiento donde, o se restablece la autoridad, el orden, la seguridad y la justicia, o se caerá definitivamente en manos de violentistas, terroristas y embaucadores. De nada sirve seguir ocultando la realidad con llamados a la “prudencia”, la “proporcionalidad” y otras patrañas…” ¡Las miradas fueron inquisidoras!
Que es políticamente incorrecto… ¡Cierto! No estamos en una conflagración convencional, pero sí ante una severa amenaza a la Seguridad Nacional y frente a una acción de desgaste, de desmoralización y de intimidación que afecta, no sólo a las Fuerzas de Orden, sino a toda la comunidad…
Lo curioso de todo esto es que, habiendo coincidencia que el país ha avanzado institucional, económica y socialmente, los sectores políticos den cuenta de una debilidad sustancial: su incapacidad para poner límite a determinadas libertades con el fin de asegurar el respeto al orden, la sana convivencia, la verdad histórica y la idea de una nación unitaria, neutralizando con ello, la incitación al odio, la intolerancia, el terrorismo y la violencia.
¿La razón…? El miedo, a ser tildados de poco democráticos y de violar los DD.HH., es el que ha paralizado a las autoridades nacionales y ha impedido que apliquen las leyes, con el coraje y la fuerza propias de un Estado de Derecho.
Así de simple… la pusilanimidad es la que ha llevado al país a la insólita situación que estamos viviendo.
Como concluyó un sagaz contertulio… “el único camino para salir de este embrollo es que la autoridad se ponga los pantalones, haga prevalecer la ley y le otorgue un respaldo irrestricto a los Carabineros; de otra manera … ¡esto no va a parar aquí!”.
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