Cristián Labbé Galilea
Era inevitable que los jóvenes de mis tertulias semanales no concentraran, en estos días, sus comentarios y opiniones sobre el Gobierno Militar. Con el lenguaje propio de la edad, y sin muchos dobleces, expusieron sus reservas sobre el tema, las que daban cuenta de años de tergiversación, no sólo de la prensa, sino incluso de actores políticos de la época y de variopintos personajes que ahora “zapatean en otras ramadas”.
No cabe duda de que esperaban una defensa cerrada y convencional de lo ocurrido el 73, porque se sorprendieron cuando les señalé que me aproximaría al tema desde una perspectiva de futuro: “sí… de mi futuro y del futuro de ustedes”.
Les expliqué que en esos días aciagos tenía algo más de 20 años, bastante menos de los 30 que ellos promediaban, y que, a pesar de nuestra juventud, los soldados de la época debimos asumir nuestro compromiso con el futuro de una nación desmembrada, polarizada y al borde de una guerra fratricida.
Sin extenderme en detalles, describí las circunstancias que en esos años se vivían: habíamos llegado a un punto de no retorno, la violencia campeaba en todas partes -campo y ciudad-, miles de terroristas habían ingresado clandestinamente al país provenientes de Cuba, los sectores productivos y las empresas estaban tomadas -si no intervenidas- por activistas de izquierda, en espera de ser expropiadas…
Aprovechando un silencio de los sorprendidos contertulios, remarqué mis tintas en el hecho que las instituciones republicanas estaban absolutamente superadas. Los poderes Legislativo y Judicial, la Iglesia, la Contraloría, los partidos políticos, los gremios, la sociedad civil… todos sin excepción reclamaban que se había perdido el Estado de Derecho… Éramos una sociedad sin futuro.
Algunos dimes y diretes me dieron la oportunidad de enfatizar que esa, y no otra, era la realidad que a nuestras instituciones les había tocado enfrentar; era el futuro y la supervivencia del país lo que estaba en juego… ese futuro en el cual ellos han tenido la suerte de nacer y vivir apreciando el valor de la libertad política, económica y social.
Sin ocultar la emoción y el orgullo de esas reflexiones… hice hincapié en que revisaran bien la historia y buscaran en ella experiencias del pasado, porque una correcta interpretación de la historia y de la realidad actual serían claves a la hora de hacerse cargo del futuro. Les enfaticé que ese camino lo habíamos seguido hace 50 años, cuando sellamos el compromiso solemne y sagrado con el futuro del país… de generar una institucionalidad que le diera estabilidad, orden, seguridad y paz, para derrotar la pobreza y aproximarnos al ansiado bienestar y progreso…
Después de una muy aprovechada tertulia, les recordé a mis jóvenes parroquianos lo que Cicerón (100 A.C) advirtió a los romanos… “el que olvida la historia está condenado a repetirla”… para luego agregar (de mi cosecha, con clara intencionalidad contingente) que lo dicho por el tribuno romano ocurre cuando los pueblos no aprenden las lecciones que la historia enseña.
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