Axel Kaiser


La emigración de capital financiero ya se ha desatado. Pero la de personas también ha comenzado.


En 1830, poco antes de morir, Simón Bolívar escribiría lo siguiente en una carta a su lugarteniente, el general Juan José Flores: “Como Vd. sabe, yo he mandado veinte años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1) La América es ingobernable para nosotros. 2) El que sirve una revolución ara en el mar. 3) La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4) Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5) Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6) Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América”. Así, el gran libertador se despedía de este mundo, frustrado, casi al borde de la depresión y profetizando que América Latina no tenía otro destino que el gobierno de tiranos y criminales que harían imposible a la región avanzar.

La tradición populista del caudillo, que no respeta las instituciones —del “tiranuelo” como dice Bolívar—, la falta de gobernabilidad y la búsqueda por construir todo desde cero, han sido características recurrentes del panorama latinoamericano desde que el prócer caraqueño escribiera esas líneas hasta hoy. Ha habido, por cierto, períodos mejores en diversos países, pero, en general, el mal refundacional que Bolívar advirtió en su tiempo sigue penando como un fantasma hasta el día de hoy.

Por eso, todos los días, miles de latinoamericanos deciden abandonar sus países, dejando atrás a sus familias y hogares para emigrar a los Estados Unidos u otras naciones más prósperas. Ellos no emigran buscando igualdad, sino sociedades donde puedan perseguir un futuro sin temor a ser asesinados, a quedar condenados a la pobreza o a tener que conformarse con servicios de salud y educación miserables. Incluso, un país que parecía haber superado el problema tercermundista, como es el caso de Chile, está emulando el deprimente camino que profetizara Bolívar.

Sin duda, una de las causas centrales de la destrucción institucional y política nacional fue la obsesión con la igualdad material. Ningún país en que las élites intelectuales y políticas se empecinan, como lo ha hecho Chile en las últimas décadas, en destruir la legitimidad de quienes tienen más éxito y en fomentar la envidia, puede terminar en otra cosa que arruinando las instituciones económicas y políticas que han permitido su éxito. Socavada la libertad económica y creado un ambiente que hace inviable hacer negocios y emprender, se abren las “anchas alamedas” para políticos populistas y charlatanes que explotan la frustración ciudadana en nombre de la refundación nacional, la que siempre es un proyecto narcisista de concentración de poder para favorecer a los propios amigos y aplastar a los enemigos. Inevitablemente, esto lleva a que se destape el cáncer de la corrupción. Un editorial de The Economist de hace unos años, dedicado a los Kirchner, bajo el título “Socialismo para los enemigos, capitalismo para los amigos”, explicaba cómo en Argentina Néstor y Cristina Kirchner se habían visto involucrados en escándalos de corrupción otorgando todo tipo de beneficios y privilegios a sus amigos, permitiéndoles hacerse ricos a expensas de los argentinos. La revista concluía señalando que “los Kirchner han dejado su país con instituciones más débiles, una economía en la que el Estado juega un papel mucho más importante y en el que los contactos políticos a menudo hacen la diferencia entre el éxito y el fracaso”. ¿No es esto acaso lo que estamos viendo en Chile?

Cada vez más nuestra clase política, particularmente la parte que gobierna hoy, parece una casta insaciable, cuya única preocupación es redistribuir riqueza de los ciudadanos bajo el pretexto de servirlos cuando en realidad ellos mismos la terminan controlando en beneficio de sus redes de poder. Ni siquiera son capaces de proveer de un mínimo de seguridad pública, entre otras razones, porque la ideología de muchos de nuestros intelectuales y buena parte de los políticos —incluyendo varios de los que hoy están alarmados— ha llevado a la destrucción del principio de autoridad y a fulminar la legitimidad que tiene el Estado de reprimir.

Como resultado de todo lo anterior, la emigración de capital financiero ya se ha desatado. Pero la de personas también ha comenzado. Así, es solo cosa de tiempo para que Chile pierda una parte importante de su capital humano y el país se convierta en una gigantesca fábrica de miseria igualitaria, dándole, una vez más, la razón a Bolívar de que lo único que cabe hacer en América es emigrar. Y es que, a fin de cuentas, vivimos en una región que se resiste porfiadamente a aprender de sus peores fracasos.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2022/10/22/102300/emigrar.aspx

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