28 enero, 2025
por Cardenal Fernando Chomali
Atenta gravemente en contra de la posibilidad de formar la conciencia moral la consolidada práctica de hacer creer que la opinión de la mayoría, que en general se suele imponer por la fuerza o por sofisticadas técnicas de marketing, es la garantía de lo que es bueno o malo.
La filosofía es la única vía posible para cuestionar, con un adecuado espíritu crítico, la sobredimensionada esperanza del hombre en las ciencias exactas, que en la práctica no ha dado respuestas a las grandes inquietudes que anidan en el corazón humano.
Dicho de otro modo, la filosofía puede encauzar de modo adecuado la legítima autonomía de la búsqueda del hombre en todos los ámbitos de su ser poniéndola en su contexto de imparcialidad y así evitar que sus resultados tengan pretensiones totalizantes.
¿Acaso no percibimos un marcado acento científico de corte materialista en la formación de los jóvenes relegando a un segundo plano otras expresiones del espíritu humano vinculadas a las artes, la filosofía, la teología que lo retratan con tanta belleza y en toda su potencialidad?
La trilogía libertad, verdad y bien, adecuadamente articulada, es la única que está en condiciones de formar la conciencia moral. Si se disocia, deja de ser posible postular una auténtica libertad en la toma de decisiones, pues la libertad ya no está dirigida a ningún objeto consistente sino que sólo al capricho o al interés. Atenta gravemente en contra de esta posibilidad de formar la conciencia moral la consolidada práctica de hacer creer que la opinión de la mayoría, que en general se suele imponer por la fuerza o por sofisticadas técnicas de marketing, es la garantía de lo que es bueno o malo, despojando de todo valor al acto exquisito y propiamente humano de buscar la verdad y hacerla propia en el vivir y en el actuar.
Ser verdaderamente libre es querer hacer lo que se debe hacer y reconocer como una exigencia ética el hacer este deber hacer. La libertad adquiere su máxima densidad cuando es entrega de lo mejor de sí en el amor.
El hombre plenamente libre hace de su vida un don sincero de sí mismo a los demás. Ese es el test más prístino de una conciencia moral recta, porque amar es ser fiel a lo que el hombre es.
Además, quien busca sinceramente la verdad y el bien, no cabe duda de que está preguntando por Dios, dado que Él es la verdad y el Supremo Bien. Desde este punto de vista la crisis ética actual está asociada al proceso de secularización entendido como el deseo de desvincularse de Dios o vivir como si no existiera. Desde este punto de vista la mirada del creyente resulta de gran valor puesto que en la persona de Jesucristo se encuentra no sólo la respuesta a la pregunta acerca del ser del hombre, sino que además se le abre una respuesta impregnada de belleza a la pregunta acerca del sentido de su vida, la que lleva grabada una dimensión ética, no en cuanto imposición de normas, sino en cuanto llamado a la fidelidad a su ser, a los otros y a la historia.
Conocer la verdad es posible en virtud de una premisa cardinal de toda la argumentación: la realidad posee una verdad y una consistencia propia, y el hombre puede conocerla. Evidentemente estos presupuestos traslucen una mirada positiva del hombre, de su inserción en el mundo y del futuro.
Al mismo tiempo, esta ética del bien que se funda en verdades objetivas que emanan de la misma naturaleza, lleva también al hombre a una forma de vida menos centrada en sí mismo y más centrada en los demás; una vida de mayor sabiduría, en que la prudencia es optar por lo correcto aunque no me favorezca de modo inmediato, y en la que florezcan todas aquellas virtudes que extraen lo más bello de la condición humana.
Fuente: https://ellibero.cl/tribuna/la-lectura-filosofica-ante-los-problemas-que-nos-aquejan/
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