José Díaz Nieva
Cientista Político. Historiador.
Profesor de Historia del Derecho y Derecho Político


El pasado 7 de enero del presente miles de franceses se echaban a las calles ocupando las principales plazas de ciudades galas como Lyon, Marsella o París. En la capital, concurrieron a la Place de la République, bajo la égida de la bella Marianne, personificación misma de la República Francesa. Alguien podría pensar que se pretendía recordar a los fallecidos años atrás en el atentado yihadista al semanario Charlie Hebdo, cuando dos hombres enmascarados y armados hasta los dientes, y al grito de Al·lahu-àkbar, abrieron fuego contra los trabajadores de la citada publicación. Pero nada más lejos de la realidad, la alegría en sus rostros, los fuegos artificiales, bailes, y el descorche de botellas de Champagne, indicaban otra cosa. Se vivía un ambiente festivo y no de congoja o aflicción. Aquellos que claman por la tolerancia y la concordia festejaban, sin ningún tipo de rubor, la muerte de un adversario político. Pocas horas antes se había dado a conocer la noticia del fallecimiento del enfant terrible de la política y los medios galos: acababa de rendir su vida al altísimo el bretón más conocido de todos los tiempos, un hombre presente en la vida política gala desde la década de los cincuenta del siglo pasado. A la avanzada edad de 96 años Jean Marie Le Pen emprendía su viaje al más allá.

Ante su deceso los manifestantes mostraban pancartas con lemas como “La sale raciste est mort” (que se puede traducir como “este inmundo racista está muerto”). Otros, más cautos, como el ministro del Interior, el conservador Bruno Retailleau, condenaban este tipo de actos, señalando que “nada justifica que se dance sobre el féretro de un hombre”, y que las escenas de jolgorio mostradas por la prensa podían considerarse como vergonzosas.

Mucho se ha escrito sobre este hombre, exagerando o mitificando sus dichos y acciones, todo dependiendo de quien fuera el emisor del mensaje. Para muchos, era la cara visible del neofascismo, la reminiscencia del régimen de Vichy, la nostalgia de la Francia colonial, el refugio de los integrantes de la Organisation de l'Armée Secrète, la voz del racismo y la intolerancia, la cara visible de los negacionistas del Holocausto, el megáfono de la antiinmigración… Para otros simplemente fue la voz de las clases medias desplazadas por las crisis económicas, el refugio de las masas proletarias desencantadas con las organizaciones de la izquierda, el aglutinador de los que creían que Francia volvía a situarse en una situación similar a la que motivó aquella declaración de la Assemblée Nationale del 11 de julio de 1792 y su “patrie en danger”. Está claro que para muchos nos encontraríamos ante un auténtico Diablo, un representante del tótum revolutum de todos los males; pero para otros sería casi un titán, el portaestandarte de santa Juana de Arco, el defensor de la grandeur de la France.

Pero ¿qué se sabe de este bretón, de este “celta de pura cepa morbihanesa”, nacido en la localidad de La Trinité-sur-Merun 20 de junio de 1928? Entre las necrológicas leídas estos días sorprende la realizada por Clarín.com; en ella -sin ningún tipo de rubor- se afirmaba de manera rotunda que Le Pen “colaboró con el régimen pronazi de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial”. Bastaba, simplemente, haber echado un vistazo a cualquier biografía más o menos seria sobre el personaje para enterarse que el apellido Le Pen no solo no estuvo unido al colaboracionismo, sino que más bien forma parte de las víctimas de la ocupación nazi en suelo francés. Su padre, Jean Le Pen, murió en agosto de 1942, luego de que el barco pesquero en el que se encontraba faenando explotara al tocar una mina marina. Las circunstancias de su muerte le convirtieron en pupille de la Nation. Pero si se hubiera tomado el tiempo de haber leído algo más se sabría que en noviembre de 1944, el joven Le Pen se habría ofreció como voluntario para incorporarse a las Forces Françaises de l'intérieur (si se prefiere, más conocidas como la Resistencia), y si bien llegó a ser testigo de alguna pequeña escaramuza, sin la mayor trascendencia, el Coronel Henri de La Vaissière le impidió su integración; al enterarse de que era hijo de un caído le envío regreso a su casa a cuidar de su madre. Por cierto, el apellido Le Pen se puede observar en el monolito a los caídos en la II Guerra Mundial en La Trinité-sur-Mer.

Diez años más tarde se alistaría en el 1er Régiment Étranger de Parachutistes para ir a combatir a Indochina, enfrentándose al Viet Minh, dominado por comunistas. Se podría decir, no obstante, que este periodo de su vida, en el que combinaba un fuerte sentido patriótico y tal vez un cierto espíritu de aventurismo militar, sería un tanto frustrante, viéndose impedido de participar en las batallas decisivas como la de Dien Bien Phû. De su paso por aquel territorio asiático vendría su amistad con Alain Delon, quien se convertiría en uno de los principales actores de la nación gala y quien no ocultaría su amistad, y en ocasiones su apoyo, al líder ultraderechista. También lo hicieron Brigitte Bardot (para quien el ahora fallecido era “un hombre encantador e inteligente”), o el director de cine Claude Autant-Lara (que se convertiría en eurodiputado del partido lepenista en 1989).

A su regreso de la guerra su personalidad llamó la atención de Pierre Poujade, quien le acogió en la Union et Fraternité Française, siendo su candidato por la Première circonscription de la Seine en las elecciones de 1956. Tras el recuento de los votos los poujadistas, que realizaron su campaña con el lema Sortez les sortants, lograban la elección de 52 diputados entre ellos Le Pen, quien a sus 27 años se convertía en el diputado más joven de la IV República. No es de extrañar que a la hora de su fallecimiento alguien reparase que era el último superviviente de aquella.

Las elecciones de 1958 fueron el canto de cisne para el poujadismo; solo dos de sus hombres resultaron reelectos, uno de ellos como gaullista, el otro como miembro del Centre National des Indépendants et des Paysans (CNIP): Émile Luciani y Jean Marie Le Pen, respectivamente. Firme defensor de la Argelia francesa obtuvo permiso para abandonar la Asamblea para unirse en la lucha contra los insurgentes argelinos. Su regimiento se vio envuelto en acciones de represión y tortura, como bien muestra una cinta cinematográfica de Gillo Pontecorvo, y en las que el general Jacques Massu sería su máximo responsable. En una entrevista concedida a Combat en noviembre de 1962 no ocultó los hechos: “torturábamos porque había que hacerlo”. Era parte de los métodos a aplicar para descubrir células del Front de Libération Nationale y evitar la muerte de civiles franceses.

El general De Gaulle aceptó en septiembre de 1959 la autodeterminación de los argelinos musulmanes motivo de que los pieds-noirs se organizaran entorno al Mouvement populaire du 13-Mai, bajo el liderazgo de Robert Martel. Es el regreso de Le Pen a la política activa, impulsando junto aJean Maurice Demarquet el Front National des Combattants, organización que nada tiene que ver con la que dirigiera tiempo después por más de tres décadas.

El nombre de Le Pen volvería a estar presente en 1965, para la campaña presidencial de Jean-Louis Tixier-Vignancour, convirtiéndose en jefe de la misma. Esta se inició con una gran reunión en el salón de la Mutualité, a la que acudieron unas 4.000 personas; y continuó con diversas caravanas que recorrieron las poblaciones francesas con más de 50.000 habitantes y las playas del Mediterráneo, generando un gran fervor popular. La candidatura de Tixier-Vignancour, trasobtener el 5,19% de los sufragios, lo que equivalía a 1.269.095 votos, quedaba en un cuarto lugar. El candidato llamó a votar por Mitterrand en la segunda ronda, ello causaría la ruptura momentánea con Le Pen, sin que ello pudiera entenderse como un respaldo explícito por el general De Gaulle.

Por aquel entonces Le Pen se encontraba al frente de la Société d’Études et de Relations Publiques, que entre otras cosas se dedicaba a la edición de discos. Uno de sus primeros encuentros con la justicia tendría que ver con la condena sufrida en 1968 por la recopilación de marchas de la Wehrmacht y de los cuerpos de las SS. El catálogo de la disquera, no obstante, incluía los coros del Ejército Rojo, la historia del nacimiento de Israel (del cual -según alguna fuente- Golda Meir habría dicho que “contribuía a estrechar los lazos entre Francia e Israel”), canciones tradicionales francesas o discursos de Philippe Leclerc, Lenin, Léon Blumy Jean Jaurès. No falta quien se refiera a ello como el intento de simular el sesgo ideológico de la citada empresa editora. Esta sería la primera condena de muchas otras que vendrían después, cerca de la treintena, que lejos de mermarle o desprestigiarle pareciera que lo fortalecían frente a sus partidarios.

De lo que no cabe duda es que Le Pen se convierte en todo un referente para los sectores nacionalistas, principalmente para Ordre Noveau, quien convoca un congreso unificador del sector en un intento de tratar de salir de la marginalidad en el que se encontraba. La iniciativa partía de Alain Robert –fundador del movimiento estudiantil Grupo Unión Defensa, especialmente activo en la Universidad de París-Assas, del historiador François Duprat, y del periodista François Brigneau (director del semanario Minute). Desde esa fecha (octubre de 1972), hasta 16 de enero de 2011, Jean Marie Le Pen sería el presidente y la cabeza más relevante de la naciente organización, sobre todo por la desaparición de Duprat o Jean-Pierre Stirbois, tal vez los únicos que pudieron hacerle sombra.

No es aquí el momento de hablar del Front National, de sus fracasos y triunfos, y de alargar más esta nota, por lo que nos centraremos tan solo en la figura de Le Pen, quien regresaría a la Assemblée Nationale en 1986, en gran parte gracias a los cambios en las leyes electorales introducidas por el gobierno de Françoise Mitterrand, quien sustituyó el sistema mayoritario a dos vueltas por el proporcional. Para aquel entonces Le Pen ya ocupaba un puesto en el Parlamento Europeo gracias a los 2.210.334 votos logrados en las elecciones de 1984. Estaba claro que la citada formación había dejado la marginalidad, convirtiéndose en una de las principales fuerzas políticas del país galo, aunque ello no se reflejara siempre en puestos parlamentarios a nivel nacional, dado el particular sistema electoral del ballottage al que no se tardaría en regresar.

En un país como Francia, con un sistema cuasi monárquico, tal y como De Gaulle ideó, está claro que las elecciones presidenciales son la principal preocupación de los grandes líderes políticos del país, y a ellas se van a avocar principalmente la estructura del Front National y la figura de Le Pen. La primera vez que este acude a unas presidenciales fue en las elecciones de 1974, en ellas el candidato nacionalista obtiene escasamente 190.921 votos, lo que significaba el 0,75% del electorado. Habría que precisar, no obstante, que ese insignificante resultado podría considerarse todo un éxito, y ello por dos razones principales: 1°) Sería difícil precisar el peso político del sector al que Le Pen representaba: el resultado en las elecciones parlamentarias de 1969 de la Alliance Républicaine pour le Progrès et les Libertés (liderado por Tixier Vignancour) no era significativo, tanto por su irrelevante 0,13%, como por el hecho de presentar candidatos solo en un reducidísimo número de circunscripciones. 2°) El Front National se encontraba inmerso en una pugna interna que le llevó a experimentar su primera escisión dirigida por Alain Robert y Pascal Gauchon, ella dará paso a la creación del Faire Front, antesala del Parti des Forces Nouvelles, quien en aquellas elecciones optó por respaldar a Valéry Giscard d' Estaing.

Fue en las elecciones municipales de 1983 cuando el Front National comienza su ascendente carrera, en algo que ha venido en conocerse como “le phénomène Le Pen”. Efectivamente, el primer gran revuelo lo causó el 11,3% de los votos obtenidos por Jean Marie Le Pen en el distrito 20 de París. En ese mismo distrito los candidatos del Front National habían obtenido en las elecciones precedentes un escaso 2% de los sufragios. En esas mismas elecciones habría que resaltar la elección como concejal, en la ciudad de Dreux, de Jean-Pierre Stirbois; quien desempeñaba el cargo de secretario general del partido lepenista, y que con el 16,72% de los votos, ocuparía el cargo de teniente alcalde de la mencionada ciudad, capital del departamento del Eure et Loir. Hasta ese momento el único éxito digno de destacar había sido la elección de un representante del Front National como alcalde en una pequeña villa de Haute-Garonne en las elecciones municipales de 1977.

Pero volvamos a las elecciones presidenciales: En 1981 tanto Le Pen, como Pascal Gauchon, el segundo como representante de Forces Nouvelles, lanzan sus candidaturas a la arena electoral, las encuestas les dan un 0.5% a cada uno de ellos, pero ninguno llega finalmente a concurrir al proceso electoral, dado que no logran reunir las quinientas firmas que avalasen sus pretensiones. Ante esta situación Pascal Gauchon y Forces Nouvelles piden el voto para Jacques Chirac. Le Pen y el Front National llaman a “votar por Juana de Arco”, o lo que es lo mismo a anular el voto.

En las elecciones presidenciales de 1988, 1995, 2002 y 2007 la figura de Le Pen siempre estuvo presente, alcanzando votaciones superiores al 10%; en ocasiones compitiendo con formaciones más o menos cercanas, como en 1995, cuando concurre la figura de Philippe de Villiers (Mouvement pour la France) o de rivales, como las del 2002, en las que se presentó Bruno Mégret, quien llegó a ser el delfín de Le Pen y que por aquel entonces era líder del Mouvement National Républicain.

Serían precisamente esas elecciones del 2002 las que harían temblar los cimientos de la V República. Le Pen parecía un candidato en decadencia, incluso le costó trabajo conseguir los 500 avales necesarios para ello; pero el 21 de abril surgió la sorpresa. El gaullista Jacques Chirac, que había obtenido el 19, 9 % de los votos, descubrió que su contrincante no iba a ser otro que Jean Marie Le Pen, quien con el 16,89% de los votos había desplazado a un tercer lugar al socialista Lionel Jospin. La votación de Le Pen podría haber sido mayor, e incluso haberse situado en primer lugar, si no hubiera sido por la deserción de Mégret, quien se hundía en su particular duelo, obteniendo un escaso 2,3 %. La campaña en la segunda vuelta gozó de una fuerte agresividad contra la amenaza lepenista. Todos los candidatos derrotados activaron el cinturón sanitario contra el FN, apoyando una entente en defensa de unos pretendidos valores republicanos. El resultado del 5 de mayo fue la reelección de Jacques Chirac con un 82,2 %. Le Pen alcanzaba su máximo porcentaje hasta ese momento, un 17,8%, lo que significaba que 5.525.032 de franceses habrían votado por él.

Cinco años más tarde el resultado de aquellas elecciones pareciera que habrían sido como el canto del cisne. En 2007 Le Pen, con el 10,44%, quedaba desplazado a un cuarto lugar. Era su peor resultado desde 1974 en unas elecciones de esta naturaleza, resultado que se traspasó a otros comicios, como las elecciones europeas del 2010, en las queel Front National lograba sobrevivir con los peores resultados posibles: un 6,34 % (representativo de 1.091.691 votos) y la elección de tres de sus integrantes (el propio Jean Marie Le Pen, su hija Marine y Bruno Gollnich).

Con casi 82 años, Jean Marie Le Pen proyectó para inicios de 2011 un congreso donde se decidiese al futuro presidente de la formación: Bruno Gollnich, de 62 años, o Marine Le Pen, de 42 años, ambos vicepresidentes ejecutivos del partido y eurodiputados se disputaban el cargo. Marine planteó, con el apoyo de Louis Aliot, la necesidad de remozar el discurso de la agrupación a favor de un lenguaje más republicano y laico, que conectase con los asuntos reales de una sociedad secularizada como lo es la francesa. Para Marine, el FN debía tener ambición de partido de gobierno. Los resultados posteriores han venido a corroborarlo; pero eso es ya otra historia.

Está claro que la historia de la llamada derecha nacional europea ha tenido dos claros referentes a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Giorgio Almirante, el líder del Movimento Sociale Italiano, fallecido en 1988, y Jean Marie Le Pen. El hecho de que el Front National adaptase la Fiamma Tricolore del MSI como su símbolo no es una simple casualidad. Pero los tiempos cambian y los dirigentes políticos con ello. Le Pen padre era el pasado. Le Pen hija era el provenir.

De lo que no cabe duda es que Le Pen fue un hombre polémico y sus comentarios nunca pasaban desapercibidos siendo considerados por muchos como verdaderos exabruptos que no dejaban indiferentes a nadie, y a los cuales evidente, y necesariamente, se debe hacer referencia; al menos a algunos de ellos. Comencemos por aquellos que le llevaron varias veces a los tribunales y que guardan relación con sus comentarios sobre el Holocausto. En septiembre de 1987 en una edición del programa Le Grand Jury de RTL afirmaba de forma rotunda “No digo que las cámaras de gas no existieran. Sin embargo, creo que no son más que un detalle en la historia de la Segunda Guerra Mundial”. Años más tarde, en 2009, y pese a las críticas recibidas reafirmaba su postura. “Me mantengo firme en mi posición de que las cámaras de gas no son más que un detalle en la historia de la Segunda Guerra Mundial”. Declaraciones como éstas -tal y como hemos dicho- le costaron más de una condena, la última de ellas en 2015, esta vez relacionada con una entrevista al canal televisivo BFM; en esta ocasión fue condenado con una multa de30.000 euros. En 2012 lo había sido a tres meses de prisión exentos de cumplimiento y 10.000 euros de multa. Pese a ello, y por raro que parezca, un reducido número de judíos no ocultaron sus simpatías por el viejo Le Pen, incluso se creó el Cercle National des Français Juifs, dirigido por Robert Hemmerdinger, un antiguo miembro de la resistencia, que vivió por algunos años en Israel, donde se vinculó con el Irgún y Menachem Begin, y que se desempeñó como Consejero Regional del FN por la Île-de-France (1992-1998). Hoy en día un nutrido grupo de judíos prefieren votar por su hija antes de hacerlo por Jean-Luc Mélenchon y su Nouveau Front Populaire, tal y como ha manifestado el matrimonio conformado por Serge y Beate Klarsfeld, quienes posibilitaron la detención de Klaus Barbie.

De su paso por el parlamento europeo hay dos hechos relevantes a destacar en esta sucinta nota. La última de ella hace relación cuando en 2010 se le privó, de forma arbitraria, de presidir la primera reunión del mismo en su constitución. Hasta 2009 era tradición que el eurodiputado de más edad presidiera dicha sesión a la espera de que se eligiera a uno nuevo; para evitar esta situación los eurodiputados (desde la centro-derecha a la extrema izquierda) modificaron el reglamento interno para evitarlo, cediendo la misma al presidente en ejercicio, al vicepresidente más antiguo, o al eurodiputado electo con más antigüedad en el cargo. En el 2003 había sido expulsado del Parlamento Europeo fruto de una condena que le inhabilitaba para el ejercicio de cargos públicos, ello deriva de un altercado que se remontaba a 1997, cuando el eurodiputado agredió a un candidato socialista en el trascurso de unas elecciones legislativas en la región de París.

La imagen de Jean Marie Le Pen en los setenta era muy diferente a la que estamos acostumbrados, se le podía ver con un parche que cubría su ojo izquierdo. El mito urbano refiere que dicha perdida sería una secuela de las peleas en el barrio Latino en sus tiempos de estudiante, cuando militaba en diversas organizaciones de extrema derecha próximas al legado de Action Française. La verdad es mucho menos “heroica”, lo había perdido a causa de una catarata traumática. Por cierto, en aquellos tiempos de estudiante de derecho en Universidad Panthéon-Assas destacó como líder estudiantil, llegando a ser elegido presidente de la Association Corporative des Étudiants en Droit (la «Corpo»de droit), destinada a apoyar y representar a los estudiantes de la citada facultad.

Pero, volvamos a las polémicas causadas por Jean Marie Le Pen y el Front National, relacionadas con el tema de la inmigración. En las elecciones legislativas de 1978 la entonces incipiente formación lepenista recurrió a lo que se consideraba los peligros de la inmigración; para ello se distribuyó diversa propaganda con un impactante lema: “1million de chômeurs, c’est 1 million d’immigrés de trop! La France et les Français d’abord!” (¡un millón de desempleados es un millón de inmigrantes de más! ¡Francia y los franceses primero!). En procesos posteriores esa cifra iría siendo incrementada a nivel que la población inmigrante iba creciendo; del millón, se pasó a los dos millones, de allí a los tres…. La inmigración se presentaba como un problema excesivamente preocupante, más si se tenía en cuenta la situación económica y social por la que Francia atravesaba. Pero el tema de la inmigración no solo era un tema numérico; en las filas del Front National militaron hijos de los que en algún momento fueron inmigrantes, incluso algunos ocupando cargos de relevancia, como es el caso de Jean-Claude Martinez, vicepresidente de dicha formación e hijo de un exiliado republicano español. Hoy en día se podía decir algo similar con los casos de Edwige Díaz y Julien Sánchez.

Como se decía el tema es algo más complejo que el simple hecho numérico. Se trataba, también, y sobre todo, de un tema de integración. Ello quedaría patente durante el transcurso de un programa de televisión (L'heure de vérité, retrasmitido el 13 de febrero de 1984) cuando Le Pen respondía a una pregunta del periodista Jean-Louis Lescèneque versaba sobre la igualdad de los hombres y su derecho a los grandes principios de libertad, igualdad y fraternidad. En aquella ocasión Le Pen manifestaba: “Amo más a mis hijas que a mis primas, a mis primas que a mis vecinas, a mis vecinas que a los extraños y a los extraños más que a los enemigos. Por tanto, quiero más a los franceses, tengo ese derecho. Después, quiero más a los europeos. Y después, quiero más a los occidentales. Y después, entre los demás países, quiero más a las naciones que son aliadas nuestras y a las que aman nuestra cultura. Me parece un buen principio”.

En la campaña regional de 1992 esa idea quedaba claramente reflejada cuando se proclamaba “Ellos prefieren a los extranjeros. Nosotros preferimos a los franceses. Vote francés”. El tema de la inmigración se unía principalmente al tema de la inmigración procedente de países cuya religión mayoritaria es el Islam, y ello pese a la simpatía de Le Pen con personajes como los Al-Assad.

Se quiera o no se quiera reconocer, Le Pen se adelantó al debate que desde hace tiempo sacude Francia, el de la integración musulmana. La polémica está servida con temas como el uso del abaya en las escuelas o del niqab en lugares públicos; las oraciones de cara a La Meca en las calles y plazas; las más de 2600 mezquitas existentes (cuando se constituyó el FN apenas se podían contabilizar una docena); una población cercana al 10%; barrios enteros que nos trasladan a cualquier vecindario de Marruecos o Argel, y donde además se pude observar altos niveles de pobreza y una población joven fácilmente embelesadas por el discurso salafista… y todo ello sin hacer referencia a atentados como la sala Bataclán y Charlie Hebdo, o noches como la del 3 de noviembre de 2005, en la cual cientos de coches fueron quemados y varios incendios fueron provocados en localidades como Aulnay-sous-Bois, Noisy-le-Grand, Neuilly-sur-Marne, Le Blanc-Mesnil, e Yvelines.

A la hora de su muerte, aunque alejado de la primera línea de la política activa, y enfrentado con su hija, Jean Marie Le Pen se encontraba al frente de los llamados Comités Jeanne (se recuerda que Juana de Arco es el referente por excelencia del nacionalismo francés). No cabe duda de que ya ocupa un lugar en la historia. Desde luego no fue un ideólogo, ni dejó libros sobre su pensamiento político, más allá de alguna recopilación de discursos. Este papel lo han desempeñado hombres como François Duprat, Dominique Venner, o Bernard Antony (y ello por no hacer referencia a los intelectuales ligados a la Nouvelle Droite). Entre sus obras cabe destacar sus memorias en dos tomos Fils de la nation yTribun du peuple, que como todas memorias dejan grandes espacios vacíos y algunas interrogantes. Lo que sí se puede decir de Le Pen es que fue sobre todo y ante todo un estratega que supo captar la opinión y los temores de una mayoría silenciosa de franceses y alguien que supo utilizar para sí los espacios abiertos en la televisión. Por otro lado, para concluir, y por mucho que se empeñen algunos, Le Pen está lejos de ser un líder representante del neofascismo; más bien se le podría considerar como un conservador que supo conjugar cierto liberalismo económico con cierta derecha social; alguien que podría haberse integrado en el gaullismo sino hubiera sido por la traición del general De Gaulle a la causa de la Argelia francesa; un político que no ocultó sus simpatías por Margaret Thatcher; alguien al que se calificó como el como el «Reagan francés»; tal vez el profeta de la VI República francesa.

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