Rodrigo Colarte Olivares
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología,
Universidad Pontificia de Salamanca, España


Mucho se ha escrito sobre el 18 de octubre de 2019 (18-O). Y si bien existe una extensa bibliografía, artículos académicos y de difusión general, a cinco años de ocurrido los hechos cabe preguntarse si acaso existe una visión general integradora, que pretenda, más allá del análisis político coyuntural, dar una visión desde la cual proveer coherencia y sentido a este episodio de la vida nacional. Es cierto que existen diversas hipótesis acerca del origen y naturaleza del 18-O como, por ejemplo, que fue una revolución, como lo plantea Fernando Villegas, o un efecto de la modernización, como señala Carlos Peña, o simplemente una revuelta como lo sostiene el Partido Comunista. Sin embargo, todas ellas parecen insuficientes para comprender el mayor periodo de violencia que ha tenido Chile durante el siglo XXI.

Probablemente, desde la filosofía política, el autor español José Ortega y Gasset aporta una estructura conceptual desde la cual es posible comprender en un sentido amplio lo ocurrido en Chile. Ortega supone que la sociedad posee unos principios que fundamentan y dan consistencia a la vida social, al punto que, si ellos se debilitan, la estructura social se desintegra. El primero de ellos, que nos interesa destacar, es la concordia o unanimidad. Este principio garantiza la unidad social. La concordia es el consenso acerca de las creencias últimas sobre la realidad y permite a los miembros de un grupo social valorar los hechos de modo similar.

La concordia, entendida como el fundamento último de una sociedad estable, coexiste con las divergencias de opinión. Cuando la disensión afecta los estratos profundos, la concordia deviene en discordia y con ello la sociedad se disocia, se convierte en dos sociedades. La disensión radical acerca de las cuestiones últimas genera la destrucción de la sociedad estable. La relación entre discordia y concordia es un hecho que se fundamenta en que el ser humano no sólo tiene impulsos sociales, sino también impulsos antisociales. Mientras una parte de la sociedad se esfuerza por consolidar la sociedad, otra parte va en sentido contrario. En su texto sobre el imperio romano, Ortega profundiza esta idea: “La sociedad, conste, es tan constitutivamente el lugar de la sociabilidad como el lugar de la más atroz insociabilidad, y no es en ella menos normal que la beneficencia, la criminalidad”.

De lo anterior se desprende que la sociedad es originariamente cooperación, pero también lucha entre sus miembros. De ahí que se requiera un poder moderador de los antagonismos que regule los impulsos antisociales. El estado y las leyes son los medios que emplea la colectividad humana para evitar la disociación y garantizar la convivencia social estable y fructífera. En suma, para Ortega, el Estado es un aparato ortopédico, puesto en la sociedad para evitar la disociación y enfrentar las situaciones de peligro.

Según Ortega, el estado se funda en la opinión pública, es decir, en el conjunto de usos intelectuales, ideas vigentes sobre el universo, el ser humano, lo justo y lo bello. En este contexto, y tal como el autor lo sostiene en La Rebelión de las Masas, el estado es entendido como el “estado de la opinión; una situación de equilibrio, de estática”. Si en la sociedad no existe una opinión pública con verdadera vigencia y unanimidad, el estado desaparece y se generan opiniones particulares que intentan hacer valer sus propias convicciones. Por tanto, la ausencia de opinión pública tiene por consecuencia la división de la sociedad en grupos discrepantes que sustentan sus opiniones particulares, que se anulan y debilitan al Estado. En El Hombre y la Gente, Ortega sostiene: “Cuando esto acontece es que la sociedad se escinde, se parte o disocia y entonces el poder público deja de serlo, se fragmenta o parte en partidos. Es la hora de la revolución y la guerra civil”.

Probablemente, el Chile del 18-0 no llegó a la guerra civil, pero sí evidenció graves divergencias acerca de aquellas creencias comunes en las que descansan la concordia y la unanimidad, básicas para mantener la unidad social. Y, presumiblemente, no se referían tan sólo a temas políticofilosóficos, como la configuración acerca de la igualdad, la justicia, la riqueza o los abusos, sino de disensos tan básicos como la mantención del emblema nacional, el himno y la conservación de tradiciones patrias. De algún modo, se trató de un espíritu refundacional, que como su nombre lo indica, partió justamente rompiendo el consenso que asegura la estabilidad del país. Una vez configurado el disenso y la disociación, la violencia fue la consecuencia lógica.

Es posible detectar elementos ideológicos que favorecieron o bien le dieron sentido al proceso de disociación. Es también dable pensar en la acción de agrupaciones organizadas que actuaron por largo tiempo en el debate nacional para debilitar aquellas certezas comunes, la concordia, y al final se hizo visible también la actividad de otros grupos que se instalaron en la calle para ejercer diversas formas disruptivas de expresión social, ya no sólo para visibilizar el desacuerdo, sino además para señalar el camino de los cambios profundos que sustentaban.

No fue el acuerdo por la paz, firmado por casi todos los partidos políticos, lo que terminó con la violencia y el peligro cierto de una revolución o guerra civil, sino más bien la irrupción de la pandemia, que obligó a los grupos discordantes a entrar en cuarentena y abandonar las calles. Esto quiere decir, que la disociación no fue resuelta inmediatamente después de la ruptura, sino más bien se postergó, conforme lo expresado en el acuerdo, a la realización de un plebiscito y de ser aprobado, a la redacción de una nueva constitución. Pero, esta constitución tampoco consiguió restablecer la concordia. Muy por el contrario, el plebiscito del 4 de septiembre de 2022 fue una guerra campal que terminó con la derrota de la disociación, restableció todo aquello que fue quemado y convirtió en una minoría a quienes sostuvieron la refundación. El segundo ensayo constitucional tampoco consiguió avanzar en el restablecimiento de la concordia. Y las elecciones municipales y de gobernadores de fines de octubre de 2024, como las presidenciales y parlamentarias del próximo año, prometen más disenso y polarización.

Tal vez el principal problema para recuperar la concordia o unanimidad de la que habla Ortega es el ímpetu refundacional que el gobierno del presidente Boric aún mantiene. Y esto básicamente porque Chile no es un país dividido en dos partes electoralmente similares, sino entre una minoría que gobierna y una oposición diversa, que se une en la crítica a la refundación y que hasta el día de hoy conforma una mayoría social. Y entonces las preguntas que cabe realizar son: ¿es legítimo y plausible que grupos minoritarios, pero influyentes, hoy en el gobierno, pueden imponer sus particulares puntos de vista a una mayoría que no los comparte? Y más aún, ¿por la vía de la imposición minoritaria, será posible restablecer los acuerdos que permiten organizar la sociedad, asegurar la concordia y finalmente compartir una forma de ver y entender el mundo común que asegure la paz y la estabilidad? Porque lo que tenemos hoy, como herencia del 18-O, es un país polarizado, en el que los acuerdos parecen no formar parte de las propuestas políticas y los consensos en los temas relevantes parecen pertenecer a un pasado que para algunos merecía ser quemado y olvidado. Y mientras no se reestablezca la concordia será muy difícil lograr una sociedad que progrese y alcance mayores niveles de desarrollo. El disenso crónico y el maximalismo político son los condimentos de una receta infalible para generar pobreza y subdesarrollo.

Fuente: https://faro.udd.cl/files/2024/10/br31-18octubre.pdf

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