25 julio, 2024
por Víctor Maldonado
El gremialismo ha dejado de parecer seguro de sí mismo. Ya en la presidencia de Javier Macaya evolucionó desde una apertura al diálogo con el gobierno a una oposición muy dura.
¿Soy acaso el guardián de mi hermano?
Desde el momento en que Javier Macaya habló en una entrevista por televisión a favor de su padre, poniendo en cuestión una decisión judicial, su suerte estaba echada. Se disculpó, renunció y el partido ya tiene otro presidente de carácter interino. Tal parece que se trata de un asunto concluido y no es así.
Las interrogantes que quedan flotando son muchas y, mientras no se despejen, el gremialismo seguirá pareciendo y actuando como un partido frágil.
Lo primero que llama la atención es por qué el senador Macaya se ha visto tan solo en la última etapa, que fue cuando más presión tuvo que soportar. Era evidente que pasaba por circunstancias que lo conmocionaban en lo personal y que, por lo tanto, necesitaba un acompañamiento próximo.
Esto estuvo lejos de ocurrir. El curso de acción que tomó fue el que más lo perjudicaba y los demás dejaron que las cosas siguieran este derrotero. Lo adecuado era alejarlo lo más posible de la etapa final del juicio de su padre, que separara su papel de hijo del de presidente de su partido y que sus declaraciones fueran cortas, precisas y permitieran una salida rápida.
Lo que se hizo fue lo contrario y eso era lo mismo que sellar su caída. Aceptó una entrevista larga y en vivo. Casi se podía contar con que cometería un error, que era lo único que iba a importar al final. ¿Por qué se dejó que esto pasara? ¿Por qué nadie lo detuvo a tiempo? Esta no es una falla personal, sino institucional.
Además, una vez producido el desaguisado, Macaya recibió una andanada directa de los principales voceros de la derecha: la propia candidata presidencial, la petición de renuncia de una senadora, la abierta expresión de malestar de RN y el cuestionamiento de Marcela Cubillos.
Todas estas reacciones eran plenamente esperables. Estamos en tiempo de campaña y eso significa que la prioridad absoluta frente a cualquier hecho la tiene la reacción ciudadana que concita.
Ocurre en los dos bloques. Ante una decisión que los afecta, los alcaldes de gobierno se comportan como candidatos, más que como oficialistas. Si un presidente de partido comete el error de inmiscuirse en decisiones judiciales por motivos de parentesco, tiene que ser desautorizado por la candidata presidencial, por qué pesa más el ser candidata que el formar parte de un mismo partido.
Estas reglas del juego son reconocidas en política y se espera que en campaña los candidatos hagan prevalecer su condición. Y como todos lo saben, lo que se dramatiza como un conflicto no es, en realidad, una crisis declarada. La cantidad de sobreentendidos que se comparte entre los involucrados es tanta que es inusual que la sangre llegue al río, como un observador poco enterado pudiera creer.
Nosotros que nos habíamos amado tanto
En este caso, se produjo la caída de un presidente de partido, pero, ¿era eso inevitable? No, pero aquí faltó algo obvio que estuvo ausente. La más básica de las comparaciones lo hace evidente.
Durante su gobierno, Patricio Aylwin se reunió con la directiva de la UDI y, con cierta emoción, les comentó que le recordaban los inicios de la Falange Nacional, en alusión al grado de afiatamiento y amistad que apreciaba entre quienes lo visitaban.
Este mismo sentido de cuerpo le permitió al gremialismo afrontar momentos muy difíciles que incluyeron, por cierto, el ataque muy fuerte a algunos de sus presidentes y figuras principales.
Jovino Novoa y Pablo Longueira sufrieron arremetidas de inusual dureza, el primero por una acusación de carácter sexual que al final se mostró como falsa y el segundo por el colapso que tuvo al inicio de una campaña presidencial, que había sido precedida de un comportamiento errático.
En ambos casos, como en otros que sería largo mencionar, la dirigencia de la UDI se puso entre el líder afectado y quienes los atacaban desde todas las trincheras. La defensa fue férrea y la solidaridad interna prevaleció por sobre las diferencias.
Ahora volvamos al presente. Cuando Macaya recibe la esperable réplica por sus declaraciones, lo único que se escuchó fueron los ataques. Todo el oficialismo se movilizó con indignación nada fingida y, desde la derecha, se actuó como ya vimos.
Si el lector intenta recordar alguna manifestación en apoyo del presidente UDI se encontrará con la sorpresa que no puede recordar ninguna. Seguramente existieron, pero los voceros del apoyo tuvieron tal preocupación en “bajar el volumen” cuando hablaban que el resultado fue similar a guardar silencio.
En público Javier Macaya parecía solo, se vio solo y estaba solo. Lo que precipitó su caída no fueron únicamente los ataques, sino el aislamiento en que lo dejaron los demás. La UDI fue un partido fraterno, ahora es un partido de individualidades.
Primero vinieron por Macaya, pero no me preocupé
Producida la caída, el gremialismo recuperó el habla y tal parece que se hubiera atravesado por un mal momento que será rápidamente superado. En un rápido movimiento se eligió un nuevo presidente interino que se apresuró a informar que “la UDI es un proyecto colectivo por encima de cualquier connotación individual”.
No queda mucho tiempo más para dedicarlo al análisis porque este acontecimiento sobreviene cuando la negociación municipal y regional se encuentra en su desenlace. El episodio efectivamente será olvidado pronto.
Pero el vértigo de la coyuntura no puede evitar el mirar la secuencia larga de acontecimientos que tienen a un partido importante en Chile comportándose de un modo que sus fundadores difícilmente reconocerían.
El gremialismo ha dejado de parecer seguro de sí mismo. Ya en la presidencia de Javier Macaya evolucionó desde una apertura al diálogo con el gobierno a una oposición muy dura.
Electoralmente es una tienda que comparte espacio político con otro partido, el Republicano, y en esta relación quien se ha ido debilitando en forma sistemática ha sido la UDI.
Sus reveses electorales lo han hecho oscilar buscando recuperar su adhesión original sin lograrlo. Si antes se llegó a decir que “RN propone y la UDI dispone”, ahora parece una tienda que mira de reojo lo que otros hacen para moverse después. Se ha perdido la costumbre de saber dirigir al conjunto de la derecha.
Pero el tema de fondo no es electoral, es primero que nada interno y de convivencia. Ya no cuida a sus dirigentes ni sus dirigentes remontan la mira por estar tironeados desde dentro. Macaya cayó, pero no es lo único que parece abandonar la escena.
Si alguien cree que el asunto se soluciona cambiando la cara visible, se equivoca, sobre todo si ante una nueva dificultad todos vuelven a guardar silencio.
Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/este-silencio-no-tiene-inocentes/
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